Vencer la embestida de halcones en tiempos de Coronavirus
15/4/2020
En las últimas jornadas, justo cuando el mundo sufre los embates de la pandemia COVID-19 —cuyas estadísticas escalofriantes, en cuanto a número de infestados y víctimas mortales revelan las vulnerabilidades y abismos instaurados por el modelo capitalista, centrado en el consumo y las ganancias económicas y no en los seres humanos— el imperialismo yanqui arrecia su embestida contra nuestras naciones, con el propósito de doblegarnos y ver coronada así su pretensión bicentenaria de controlar, por una u otra vía, nuestro destino.
En aras de consumar dicho afán (no es necesario realizar un recuento de todas las agresiones perpetradas contra los países de América Latina y el Caribe desde la formulación de la nefasta Doctrina Monroe, en 1823, e incluso desde antes), la actual administración estadounidense no deja de envalentonarse y, particularmente contra la tierra de Bolívar y Martí, diseña y pone en práctica recicladas y nuevas estratagemas, que impresionan por lo perverso de las mismas.
En honor a la verdad, casi desde la llegada de Trump al Despacho Oval, en enero del 2017, se implementó un amplio diapasón de sanciones, y medidas de toda clase, contra ambos procesos revolucionarios. Distintos funcionarios, y el propio presidente, no se cansan de repetir lo mismo que están sobre la mesa todas las opciones contra Venezuela, incluyendo el ataque militar, que van a acabar con la Cuba socialista intensificando, a cotas nunca antes vistas, la aplicación del amplio entramado de sanciones que significa el bloqueo comercial, económico y financiero que se prolonga por más de 60 años.
Hace solo unas horas el paroxismo de los inquilinos de turno de la Casa Blanca llegó a niveles de especial peligrosidad para toda la región. El despliegue de fuerzas militares navales en zonas aledañas a la República Bolivariana, y la declaración de que Cuba y la hermana nación sudamericana participan del tráfico de drogas, además de una afrenta que la comunidad internacional no puede permitir, revela que las mentes calenturientas de esos halcones están maquinando cualquier invención, y pretexto, para desatar todo su odio y desprecio hacia nosotros.
Días atrás, en la misma línea, calificaron al legítimo gobierno que encabeza Nicolás Maduro como narcotraficante, a lo que añadieron —en el peor estilo del Viejo Oeste— que pagarían sumas millonarias por toda información que contribuyera a deponer y apresar al presidente Maduro y otros dirigentes chavistas. Tal proceder gansteril tiene que ser condenado, con toda vehemencia, por los movimientos de paz del orbe.
En el caso de Cuba son más de 200 las medidas que ha puesto en marcha la administración Trump, con el objetivo de aplastar a la revolución. El Programa de Acciones Encubiertas, rubricado el 17 de marzo de 1960 por el presidente Dwight Eisenhower, y el Memorando elaborado por el subsecretario de Estado Lester Mallory pocos días después, el 6 de abril —bases sobre las que se elaboró la plataforma de ataque que representa el bloqueo y la cual quedaría perfilada completamente bajo la Proclama 3447 firmada por John F. Kennedy, el3 de febrero de 1962—, resurgen con mayor virulencia, bajo la impronta del principal peligro a la paz mundial, que constituye sin dudas el presidente Trump.
Los más diversos sectores de la sociedad universal no podemos permitir que la avaricia imperialista se cebe en tiempos en que la única tarea posible es que nos unamos todos para detener el horror que desata este coronavirus.
Estados Unidos es el país con mayor número de personas contagiadas y fallecimientos. Es criterio unánime el mal manejo de Trump a esta enfermedad a la cual, con su arrogancia característica, calificó al comienzo, desoyendo a los científicos y expertos de su propia nación, como una simple gripe. Nadie puede calcular cuántas vidas se habrían salvado si hubiera procedido, desde el principio, con sensatez y efectividad en sus acciones.
Nunca antes en la historia de este país los 50 Estados de la Unión se han vistos enrolados, simultáneamente, en una situación de emergencia. Digno de un récord olímpico (colocando al desnudo la envergadura de la tragedia) apenas transcurrieron 22 días entre que se decretara dicha condición para Nueva York, epicentro en las últimas semanas de la enfermedad, y Wyoming, el último con ese estatus de catástrofe.
Ni el afamado cineasta Steven Soderbergh, en su premonitoria cinta estrenada en el 2011 y muy buscada por estos días, Contagio (producida por los estudios de la Warner con el guión de Scott Z. Burns y un elenco de pesos pesados de Hollywood encabezados por Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Kate Winslet, Jude Law, Jennifer Ehle y Laurence Fishburne, quienes se han sumado ahora a los llamados de mantener el distanciamiento social) habría sido capaz de vaticinar (más allá de la elocuencia de su filme en el que un virus surgido en China se propaga por todo el mundo) la dimensión de lo que sucede, en toda su crudeza, en predios estadounidenses, de forma particular en la Babel de Hierro.
La “ciudad que nunca duerme”, slogan con que se reverenció durante décadas a una megalópolis devenida para muchos en vórtice de las finanzas y oropeles del capitalismo —de Times Square al Madison Square Garden, transitando por la glamurosa tienda por departamentos Macy´s o los rascacielos de la Avenida Lexington— ha estado envuelta, desde la más dantesca realidad, en la peor de las pesadillas.
No en balde su gobernador Andrew Cuomo —el cual exigió desde la arrancada a Trump que enviara respiradores artificiales y otros recursos médicos y quien, por cierto, fue uno de la casi decena de gobernadores estadounidenses que visitaron Cuba entre el 2015 y el 2016, luego de los anuncios del 17 de diciembre del 2014, en el sendero abierto por Barack Obama de cara al restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Mayor de las Antillas—, expresó consternado que el evento trágico actual hace palidecer las semanas aciagas que sobrevinieron tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001.
En época en que Trump desatiende el clamor internacional de poner fin a bloqueos y agresiones, se agiganta el símbolo del acuerdo establecido luego de la visita de Cuomo (se hizo acompañar en el viaje de varios científicos y directivos de esa rama) entre el Instituto Roswell Park neoyorquino, puntero en las investigaciones sobre el cáncer, y el Centro de Inmunología Molecular antillano.
La puerta abierta en esa ocasión por el trabajo conjunto entre especialistas de renombre de la entidad enclavada en Búfalo y sus contrapartes, con la misma autoridad científica a nivel universal, de la institución inaugurada por Fidel el 5 de diciembre de 1994, en el oeste habanero, llenó de esperanzas a millones de pacientes de todas las latitudes, en especial de la tierra de las barras y estrellas, impedidos de acceder a los productos médicos y biotecnológicos cubanos de avanzada, precisamente por las regulaciones absurdas del bloqueo.
No fue gratuito que el New York Times reconociera, en un documentado artículo publicado el 22 de noviembre de 2016, el impacto de la vacuna cubana contra el cáncer de pulmón Cimavax y la ilusión que despertaba que la misma pudiera combinarse —en el estudio propuesto por el Roswell Park—con una forma de inmunoterapia llamada Inhibición de Puntos de Control, que evita que el cáncer deshabilite el sistema inmunitario de un paciente. Cada penalización decretada por Trump ha sido un mazazo al corazón de estos y otros muchos proyectos, en diferentes áreas, con potencial para concretarse, si prevaleciera la cordura y el verdadero interés nacional, entre las autoridades gubernamentales de aquella nación.
Una interrogante se impone: ¿hasta dónde podría avanzarse si el gobierno estadounidense estimulase la cooperación y el intercambio entre académicos, científicos y profesionales de todo el orbe, enfocados en el combate integral contra un enemigo invisible que golpea a lo más profundo de la condición humana?
Las respuestas, desde el dolor que aportan las evidencias que inundan los telediarios y las redes sociales, se encuentran en el reverso: Trump y sus acólitos se esmeran en impedir que se trasladen mascarillas, guantes, batas y otros insumos imprescindibles para la protección del personal médico, y la contención de la epidemia, a países como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Irán, al tiempo que, en otro remake de los peores westerns en la gran pantalla, intentan confiscar los cargamentos que se alistan para partir desde los aeropuertos chinos y de otras naciones.
En esas tropelías, es justo decirlo, el 45 presidente de Estados Unidos no anda solo. Su par francés, Enmanuel Macron, llegó al extremo de afirmar que era posible apropiarse de un lote de más de un millón de mascarillas con destino a España, “porque en tiempos de guerra toda decisión es válida”. Es el espíritu maquiavélico de mayor podredumbre campeando por su respeto, no en los feudos medievales sino en los señoríos imperiales contemporáneos.
Por si fuera poca la desfachatez y el deshonor, el magnate inmobiliario especializado en derribar puentes y construir muros acaba de culpar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a China por esta pandemia. La única preocupación de Trump, en realidad, es cómo logra reinstalarse otros cuatro años en Washington. Resulta bochornosoque sean las aspiraciones electorales las que muevan el proceder de quienes dirigen la mayor potencia económica y militar del planeta.
Hace solo unas horas, Su Santidad, el Papa Francisco, al igual que han hecho numerosas personalidades y líderes de diversas denominaciones religiosas y signo político, expresó desde Roma que son tiempos de dejar atrás conflictos y agresiones que ponen en peligro a la especie humana.
Casi al unísono, Andrea Bochelli, desde la mítica Catedral de Milán insuflaba, a través de su canto, aliento a millones de personas que seguían online una de las presentaciones de mayor impacto de su vital trayectoria artística, con independencia de que no tuviera frente a sí a público alguno.
Los músicos cubanos (y artistas e intelectuales en general), por esos mismos derroteros, han escalado a lo más alto del firmamento, con las más variadas presentaciones que nos han obsequiado en la “intimidad” de sus hogares, o desde los salones del Instituto Cubano de la Música y otras locaciones. Es un orgullo que no puede tasarse en moneda alguna constatar los innumerables tesoros con los que contamos, formados durante años con rigor, y prestos a ratificar, en cualquier circunstancia, por complejas que sean, su acendrado compromiso social.
Los aplausos cadenciosos de cada noche (a los que se suman los silbatazos propuestos por los atletas del campo y pista) se inspiran en el personal de batas blancas que se entregan con heroísmo pero, dicho gesto genuino e intenso trasciende a la actividad de la salud para calar en lo más hondo del alma de la nación, de la que forman parte inseparable numerosos sectores, entre ellos las mujeres y hombres que cultivan las más variadas representaciones artísticas.
Debemos estar conscientes de que es un momento excepcional para fomentar la solidaridad entre todas las naciones, como único pilar sobre el cual vertebrar estrategias efectivas contra esta enfermedad.
Ni el pueblo cubano, ni el venezolano, perderán el sueño ni la capacidad de fundar. Cada brigada internacionalista del Contingente Henry Reeve, desplegada en cualquier rincón del planeta para salvar vidas —de Lombardía y Andorra, a Togo o Angola, por solo citar algunos ejemplos— será un nuevo y elocuente testimonio de que venceremos.