Una historia cubana de Roa Bastos

Pedro de la Hoz
23/6/2017

Escritor colosal, orfebre de las palabras, pero sobre todo lúcido intérprete de la realidad de su país, ese Paraguay asaeteado por el infortunio de una de las más prolongadas y sangrientas tiranías del siglo XX, el aislamiento mediterráneo y la miseria y exclusión de buena parte de los descendientes de sus pueblos originarios.

foto del escritor Augusto Roa Bastos
Augusto Roa Bastos. Foto: Tomada de internet

En muchas partes de la región y más allá de sus fronteras, se recordó el 13 de junio el centenario del nacimiento de Augusto Roa Bastos (1917 – 2005), con razón considerado el más prominente autor literario de la nación sudamericana.

Acerca de su misión intelectual y cívica dijo: “A todo aquel que quiere a su patria le entra una especie de obsesión por ella. Sobre todo cuando es un país muy desdichado”.

Sobreponiéndose a esa condición, Roa Bastos escribió una obra impresionante que le aseguró un puesto de primerísimo orden en las jerarquías de las letras hispanas contemporáneas.

En su narrativa destacan las novelas Hijo de hombre, Vigilia del almirante, El fiscal, Contravida y Madama Sui; y los libros de cuentos El trueno entre las hojas, El baldío, Madera quemada, Moriencia y El sonámbulo, aunque también dio a conocer poemarios de sumo valor como El ruiseñor de la aurora y El naranjal ardiente: nocturno paraguayo.

Pero si de novelas se trata, todos coinciden en reconocer en la cúspide Yo, el Supremo (1974). En primer plano aparece José Gaspar Rodríguez de Francia, controvertido mandatario que se eternizó en el poder de Paraguay entre 1816 y 1840. En tal sentido se hermana con El señor presidente (1946), del guatemalteco Miguel Ángel Asturias; El recurso del método (1974), del cubano Alejo Carpentier, y El otoño del patriarca (1975), del colombiano Gabriel García Márquez.

Sin embargo, su calado es diferente y mucho más radical, puesto que la novela aborda críticamente cómo solo puede concebirse el poder absoluto en la posibilidad del control total de los discursos y que ese discurso del poder aparezca como el único posible.

De ahí también que la metáfora de Yo, el Supremo, supere la instancia del plazo histórico aludido para presentarse como una alegoría válida para todos los tiempos vividos en América Latina, incluyendo los actuales.

Como es de suponer, Roa Bastos padeció el exilio. Largo exilio el suyo que comenzó en 1947, en las postrimerías del régimen del general Higinio Morínigo, que había dado un autogolpe de Estado en enero de ese año, y parecía culminar en 1982 cuando el general Alfredo Stroessner, ocupante de la poltrona dictatorial desde 1954, quiso congraciarse con la opinión pública internacional y permitió el retorno del laureado escritor.

La estancia en el país natal duró poco. Ese mismo año los servicios secretos del régimen lo expulsaron. Roa Bastos se instaló en Francia. Ante el escándalo por la arbitraria medida, los burócratas del sátrapa respondieron que el novelista resultaba indeseable debido a “su actividad proselitista en grupos juveniles y universitarios y grupos intelectuales de filiación marxista”.

Tuvo que esperar a que Stroessner fuera defenestrado el 3 de febrero de 1989 por militares que hasta hacía poco le hacían la corte al tirano, para regresar definitivamente a su patria. 

Ungido en ese mismo 1989 con el Premio Cervantes, Roa Bastos prefirió  dedicar todo su tiempo a la creación literaria en Paraguay; espació sus salidas al exterior para disfrutar, al fin, de los aires de una tierra que extrañó por décadas.

Hasta que una circunstancia imprevista le hace emprender el más sorprendente de los viajes de su vida. El 14 de agosto de 2003 Fidel Castro arribó a Paraguay para asistir al día siguiente a la toma de posesión del presidente electo Nicanor Duarte.

El 16 de agosto, en un giro inesperado de su agenda, visitó a Roa Bastos en su apartamento de Asunción. Fidel y el escritor se habían conocido en Buenos Aires en 1959. En el reencuentro compartieron anécdotas y proyectos. “Tuvimos una comunicación directa y cordial con él. En fin, hablamos de temas que interesan, incluso al Paraguay, como la alfabetización, y el apoyo masivo a la cultura, entre los cuales figura la edición de libros muy económicos, que estén al alcance de toda la gente. Realmente la venida del Comandante acá ha sido una voz de aliento, un apoyo muy importante y le estamos profundamente agradecidos”, declaró el escritor a la prensa.

Fidel le invitó a visitar la isla para presentar en Casa de las Américas la edición cubana de Hijo de hombre y Yo, el Supremo. Roa Bastos le dijo que cumpliría el compromiso luego de una estancia en Argentina, adonde debía viajar por esos días. Sin embargo, convencido por el Comandante acerca de que sería aconsejable una revisión de la condición médica del novelista en La Habana, este partió esa misma noche con Fidel en el propio vuelo de regreso del mandatario a Cuba.

A bordo del avión, por cierto, el escritor sufrió un percance en una de sus extremidades, por lo que descendió en silla de ruedas, mas ello no limitó su programa habanero, coronado el 24 de agosto por la imposición de la Orden José Martí de manos del mismísimo Fidel Castro.

Un hombre emocionado reciprocó el gesto con estas palabras: “Cuba y sus dirigentes, a la cabeza del Comandante Fidel, están dando un ejemplo maravilloso de heroísmo, de patriotismo, de realismo revolucionario”.

Al enterarse del deceso de Roa Bastos en Paraguay el 26 de abril de 2005, Fidel envió un mensaje a sus familiares donde sentenció: “Nos deja su obra y su ejemplo como creador extraordinario y como hombre íntegro, de principios inconmovibles”.