Un símbolo: millón de alegorías

José Ángel Téllez Villalón
15/1/2018

Llegué a “Guevara, millón de rostros” con la expectativa que me acompañó en los últimos meses en las exposiciones homenaje al Che y a Fidel: ¿Qué de nuevo? ¿Cómo armonizan el gesto artístico, lo formal, con el espíritu y el pensamiento de estos héroes?

Porque creo en el arte —reino de la poesía— como acto creativo y transformador, aportador de nuevas miradas y experiencias emotivas, el camino más expedito hasta ciertas microverdades de(a)venidas biopolíticas. Y en la fotografía, como Rancière, “escritura de la luz, entrada de toda vida en la luz común de una escritura de lo memorable”.

Las convocatorias siempre “ajustan”, en este caso, la figura del Che y sus imágenes —acotadas en el tiempo y por cierta estética fotográfica de incuestionable peso—, más la no aceptación del fotomontaje; presagiaba la presencia de aquella poética visual de la llamada “fotografía épica de la revolución”.

Aquella impronta de Osvaldo Salas, Raúl Corrales, Liborio Noval, Alberto Korda…, marcada por la inmediatez de los acontecimientos que sucedieron al Triunfo del 1ro. de enero de 1959; la emergencia de nuevos protagonistas: barbudos, jóvenes milicianos, alfabetizadores; por la técnica, película de 35 milímetros y luz disponible; y por la influencia de ciertos paradigmas de la fotografía universal, como Henri Cartier­Bresson.

Pero no. Las 20 fotografías finalistas y que integran la exposición, informan de la superación, actualización o mixtura de aquel estilo. Consecuencias también de la preponderancia de los jóvenes entre los participantes y premiados.

Solo en “Te siento”, de Natasha Forcade, reconocida con el Segundo Premio, se siente aquella impronta de la fotografía de los años 60. Frente a ella, y no sé por cuáles recónditos e invisibles conductos, llegué hasta icónicas fotos de la época.

Los héroes, ya hechos símbolos, no son estáticos en el imaginario, ni en la cultura política popular, como no pueden serlo sus representaciones y resemantizaciones en la dimensión artística.

Hay entonces en “Guevara, millón de rostros”, instantáneas en colores como en blanco y negro. Directas o encontradas como “Será el azar”, de Katia Peón, pero también automontajes como “Danza Teatro”, de Sonia Almaguer, y conceptuales como la del tercer premio “Guerrillero estoico”, de Alba León y “Fuerza Cuba… estoy con ustedes”, de quien tuvo dos fotos finalistas, Sergei Montalvo Aróstegui.

Antropológicas como la captura “Che en Brasil”, de Pedro A. Heinrich; simbólicas como “La mirada continua II”, de Yams y “En el rostro de Alejandra”, de Nelson Costa. Donde los sujetos son los focos de atención y donde lo son sus paisajes, su medioambiente o las reproducciones del héroe, salpicados de alegorías, como en la foto “Prohibido E…sconderlo”, del argentino Alfredo Parra.

Donde el plano es cerrado, como “Tributo”, de Gonzalo Vidal y donde el mensaje discurre en la tensión figura-fondo, como en “Medio…”, de Carlos Luis Corzo y “Confidencias compartidas”, de Julio Andrés Valdés.

En la del Primer Premio, “Un café con el guerrillero”, de Sergei Montalvo Aróstegui, y “Presencia”, de Abel López, lo testimonial se entreteje con efectos experimentales y composiciones no clásicas.

Observando las piezas, infiero que tal vez el banner empleado para promover la convocatoria en el sitio de la revista, signó de algún modo el tono vintage de una buena parte de las fotografías seleccionadas: sirvan como ejemplo “Imagine Che”, de Luis E Robinson y “Grafiti”, de Adrián Lamela Aragonés.

Palpable es la estética que imponen las nuevas tecnologías y la “sociedad del espectáculo” visualizada a través de las pantallas. En tres se explota su reflejo para significar su latencia: “Tres Che”, de Alicia Sola y las ya mencionadas “Presencia” y “Un café con el guerrillero”.

Aunque, por otro lado, es evidente la persistencia de la mítica foto de Korda, capturada, como un susto con su Leica M2, durante el sepelio de las víctimas de la explosión del vapor La Coubre, aquel histórico 5 de marzo de 1960 en que naciera el “Patria o Muerte”. La foto más reproducida del mundo, tanto por los movimientos de izquierdas como por las estandarizaciones comerciales de la derecha.[1]

De modo que resulta gratificante que este concurso —organizado por la revista digital La Jiribilla y la sede de la muestra, la Casa del Alba Cultural—, consiguiera un rescate colectivo, una “nuestramericanización” de la foto de Korda. Como que resalte entre los significados más comunes de las fotos, la resistencia del símbolo, la obstinada presencia del Che Libertador.

Un impulso para nuevas alegorías, conexiones y resonancias, con causalidades y casualidades infinitas. Ejemplificadas con el mismo hecho de que la posposición de su cierre y de la consecuente premiación para este año, conectó la motivación del 50 aniversario de su desaparición física con el 90 aniversario de su natalicio.

Lo había escrito: las imágenes de Ernesto Che Guevara resaltan entre lo más entrañable de la iconografía de la Revolución cubana y revisitarlas resulta siempre emotivo. Sobre todo, cuando como en “Guevara, millón de rostros”, se interconectan con el hoy, nos desbordan otros brillos de ese caudal de referentes simbólicos, históricos y afectivos que se sintetiza en su “querida presencia”, y cuando —y he aquí el más consecuente homenaje— se constituyen en movilizadores de nuev@s sujetos-artistas.

Notas:
[1] http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/10/14/la-guerra-simbolica-contra-el-che-libertador/#.Wlkp67Bo1y0