Un Rey en La Habana

Alfredo Prieto
9/6/2016

A mediados de la década del 50 se produjo un boom de estrellas afroamericanas contratadas para animar la vida nocturna habanera, un resultado de la competencia entre los tres grandes cabarets de la ciudad. En enero de 1956 Eartha Kitt (1927-2008), “la primera chica material”, antes de Madonna, actuó en la inauguración del Parisién junto a otros artistas nacionales e internacionales. “La mujer más excitante del mundo”, según Orson Welles, que puso a temblar a aquellos Estados Unidos puritanos con “Santa Baby”, tonada de desbordante sexualidad en la que se incitaba a ese gordo bonachón y dadivoso de barba blanca y origen nórdico a “deslizar su sable bajo el árbol, para mí”. Pero solo para continuar con lo siguiente: “He sido una espantosa niña buena, Santa baby / Así que apúrate y baja por la chimenea esta noche”.

Ese mismo año la actriz y cantante Dorothy Dandridge (1922-1965) se presentaba en el Sans Souci, donde sería entrevistada por el joven Guillermo Cabrera Infante para la revista Carteles. A principios del siguiente una diva, Sarah Vaughan (1924-1990), descargaba en el Sans Souci, plaza fuerte del jazz, con su espectacular trío acompañante. Y Lena Horne (1917-2010) cantaba en el Montmartre —uno de los dominios habaneros de Meyer Lansky— bajo el influjo de su “Stormy Weather”, cuya versión en español, grabada para la Panart en 1946, había constituido el primer éxito discográfico de la santiaguera Olga Guillot (1923-2010).


Nat King Cole en La habana. Foto: www.aarp.org

La mafia había creado una entidad para viabilizar la afluencia del talento artístico a la Isla, la International Amusements Inc., propiedad de Santo Trafficante Jr., con la participación de secuaces como Normam Rothman, Joe Silesi, James Longo y Joe Stassi. El mismo esquema de Las Vegas, es decir, halar clientes para casinos, hoteles y cabarets con el gancho de grandes luminarias del espectáculo y la canción [1]. Eso también explica el arribo a La Habana de estrellas europeas como Edith Piaf y Denise Darcel, invitadas para el relanzamiento del Sans Souci en 1957.

Nathaniel Adams Cole, más conocido como Nat “King” Cole (1919-1965), llegó a esta capital en febrero de 1956 contratado por Tropicana, hecho atribuido a la iniciativa del coreógrafo Roderico Neyra, “el Mago Rodney”, y al poder de Martín Fox, quien no era exactamente un hombre de cultura, pero sí un empresario pragmático que se dejaba asesorar no solo por sus especialistas y técnicos del show, sino también por la mujer con la que se había casado en 1952, Ofelia Suárez, más conocida como Ofelia Fox (1923-2006), graduada de la Havana Business Academy, profesora de inglés, poetisa y “primera dama de Tropicana” hasta su salida de Cuba, en 1960, para radicarse junto a su esposo en los Estados Unidos.

Para entonces el Rey era un artista bien establecido, uno de los principales crooners del momento, junto a Frank Sinatra y Tony Bennet, además de un excepcional pianista de jazz. Tenía en su haber probados éxitos en las listas como “Mona Lisa” (1950, tres millones de copias vendidas), “Unforgettable” (1951) y “Our Love is Here to Stay” (1955), muchos retomados por su hija Natalie en su disco Unforgettable with Love, de 1991. Llegó en un DC6 Super Constelation de Cubana de Aviación procedente de Miami, en el llamado “Cabaret en el cielo”, junto al administrador de Tropicana, Alberto Ardura, varios músicos cubanos y la bailarina Ana Gloria Varona, quien durante el vuelo le hizo entonar “El manisero”, muy conocida en los Estados Unidos desde la década del 30 y disparadora del rumba craze. Cole salió a la pista de Rancho Boyeros vistiendo una guayabera y con un par de maracas en las manos. “Para parecer un cubano”, dijo, gesto de empatía que sin embargo denota a las claras la decodificación de Cuba al otro lado del Estrecho, de una impresionante fijeza hasta el día de hoy.

El cantante se presentaría durante dos semanas en el show “Fantasía Mexicana”, otra de las fastuosas producciones de Rodney con sombreros de plumas en forma de abanico, vestuarios importados de México por un valor de más de 12 mil pesos y las clásicas modelos, “las diosas de la carne”, todas de leche o café con leche, ninguna de ébano. Y con las actuaciones de Columba Domínguez (1929-2014) —la actriz mexicana favorita de El Indio Fernández, protagonista de Pueblerina (1948)— [2], las D´Aida y la pareja de baile Ana Gloria y Rolando. Cantó 16 canciones. Cuarenta minutos en escena. Testimonios consultados para esta breve investigación aseguran enfáticamente que las audiencias cayeron en shock, mesmerizadas por su voz, su presencia escénica y sus habilidades musicales. “Nadie amó los shows de Tropicana más que yo”, escribiría  Ofelia Fox en Tropicana Nights. “Pero después de oír cantar a Nat ´King´ Cole, no quería oír nada más” [3]. Lo acompañaban no solo una orquesta de primerísima línea dirigida por el maestro Armando Romeu, sino también varios violines de la Sinfónica Nacional. Un mito viviente en directo. Y un verdadero gol de oro para los ejecutivos del cabaret, que dieron el clásico palo y opacaron prácticamente todo lo demás.

Evoca Enrique Núñez Rodríguez:

Nat “King” Cole en la pista. Su voz estremecía a las damas. “Nature Boy”, “El bodeguero”, “Quizás, quizás, quizás”. La esposa de un alto oficial, sentada en una mesa de la pista, suspiró profundo y exclamó: -Si me lo pintan de blanco doy un millón de pesos por acostarme con él. Nat “King” Cole siguió cantando y ella bebiendo, y quizás oliendo. Poco después, más excitada, casi gritó: -No me lo pinten de nada. Tráiganmelo así mismo. Y el alto oficial la sacó casi a rastras del paraíso bajo las estrellas. En la pista, Nat “King” Cole, negro como el carbón, entonaba “Unforgettable” [4].

Durante esa visita el racismo asomaría su oreja peluda. Al gran Nat “King” Cole no se le permitió hospedarse en el Hotel Nacional so pretexto de problemas con las capacidades, lo mismo que le había sucedido a su compatriota Josephine Baker. Los racismos, sin embargo, no pueden entenderse con actitudes de “corta y pega”, ni antes ni ahora, porque en ellos intervienen, entre otras cosas, mediaciones culturales e históricas concretas. Aparentemente, el color de la piel —por lo menos en personajes de cierta categoría— no era un problema en el Hotel Presidente, donde se alojó Sarah Vaughan durante su estancia en La Habana (1957) [5]. Sí lo era, sin embargo, en la crema y nata, en el Country Club: allí, como se sabe, no dejaron entrar al mismo presidente Batista por su condición étnica. Y por contradictorio que parezca, eso también ocurría en uno de los tugurios de la Playa de Marianao: se llamaba el “Pennsylvania”. Al final del día, la negociación y los billetes podían funcionar en la Isla, eventualmente, para cambiar las cosas, a diferencia de los Estados Unidos. Frank Sinatra nunca pudo lograr que a su gran amigo Sammy Davis Jr. lo aceptaran en un hotel durante la larga pesadilla de la segregación [6]. Pero, en Cuba, Martín Fox sí. Durante su segundo viaje Nat “King” Cole pudo quedarse en ese mismo hotel, algo que él había puesto como precondición para cantar de nuevo en La Habana, una especie de reivindicación o pequeña victoria sobre la afrenta. Y el guajiro de Ciego de Ávila la obtuvo debido al impacto social de las presentaciones del Rey y a su cabildeo con la gerencia del Hotel Nacional, por entonces a cargo de norteamericanos asociados con Meyer Lansky [7]. Se había roto el sortilegio: se dice que hasta ese momento el único negro en la joya de la hotelería cubana era un limpiabotas que hacía su trabajo en el lobby correspondientemente ataviado con la vestimenta de un eunuco.

En efecto, en febrero de 1957 Cole regresó a La Habana para cantar de nuevo en Tropicana. Se ha asegurado que fue el primer negro en romper la barrera racial en las tablas del cabaret, pero se olvida que Chano Pozo se había presentado antes, en 1941, con la bailarina rusa Tatiana Leskova en la producción “Congo Pantera”. También se ha escrito que las razones de su vuelta estaban vinculadas al dinero de Tropicana, pero en realidad Cole —a diferencia, por ejemplo, de estrellas como la Dandridge—, no confrontaba problemas económicos, estaba en el punto más alto de su carrera y no le faltaban ofertas de trabajo en los Estados Unidos. Lo cierto es que, al margen de los ingresos que pudo dejarle Tropicana —que desde luego no fueron de poca monta— [8], La Habana significó para él un lugar muy especial, una especie de oasis donde descansar de la segregación a lo Jim Crow, de los bebederos para colored people y de otras cosas más. Por una primera razón: la mezcla. Escribe T. J. English en Havana Nocturne: “mientras los casinos de Las Vegas estaban poblados abrumadoramente por caucásicos y los clubes de Nueva York estaban mayormente segregados de acuerdo con la raza, La Habana proveía avenidas de entretenimiento que constituían un remolino internacional de razas” [9].

Y por una segunda. En los Estados Unidos, las primeras manifestaciones por los derechos civiles, tanto la conocida acción de Rosa Parks como el boicot a los ómnibus de Montgomery, Alabama (1955), iban extendiendo la llama de la desobediencia, que culminaría en los sit ins de Greensboro, Carolina del Norte (1960) y sobre todo en la marcha sobre Washington de Martin Luther King (“I have a dream”, 1963), pero también desataban reacciones virulentas protagonizadas por turbas racistas WASP [10]. En esa atmósfera, el 10 de abril de 1956, apenas de regreso a su país, Cole fue atacado por tres miembros de la Asociación de Ciudadanos Blancos durante una presentación en el Auditorio Municipal de Birmingham, Alabama, mientras cantaba “Little Girl”. Querían secuestrarlo. Irrumpieron de manera intempestiva en el escenario, uno de los racistas le dio un piñazo en la cara, un micrófono lo golpeó severamente; el Rey cayó sobre la banqueta del piano y se lesionó la espalda. Lo sacaron del escenario para recibir los primeros auxilios, pero regresó con una ovación de más de cinco minutos. Cuatro mil espectadores blancos. “Solo vine aquí para entretenerlos”, dijo. “Creía que eso era lo que ustedes querían. Yo nací aquí. Esos individuos me han dañado la espalda, no puedo continuar porque tengo que ir al médico”. Suspendió sus presentaciones en Raleigh y Charlotte.  A partir de entonces, se negó a presentarse en el Sur de los Estados Unidos [11].

Años antes, en 1949, él y su familia habían sufrido los golpes bajos del racismo al mudarse a una soberbia mansión en Hancock Park, un exclusivo barrio de Los Ángeles, cerca de Hollywood, en el que vivían personajes como Howard Hughes, Katherine Hepburn y Mae West. La Asociación de Propietarios primero dio la batalla para que no adquiriera la propiedad. Después se la trataron de comprar ofreciéndole 25 000 dólares por encima de su precio, unos 65 000 billetes verdes. Por último, los vecinos, todos blancos adinerados, le dejaron carteles con insultos racistas en el patio y firmaron una petición para que “los indeseables” se marcharan del lugar. “Yo tampoco quiero indeseables. Si veo alguno, se los haré saber”, respondió Cole en tono pausado y con su sonrisa característica. Por último, llegaron a un extremo: envenenar a su perro.

Pero algo estaba cambiando. En mayo de 1948 la Corte Suprema de los Estados Unidos había decidido que no venderles casas a negros, judíos y asiáticos violaba la cláusula de igual protección de la 14 Enmienda a la Constitución (caso Shelley v. Kraemer). Por esa razón Cole, que no era ningún tonto, compró la propiedad, y también por esa misma razón no pudieron sacarlo de allí y tuvieron que acudir a procedimientos tan sucios como despreciables para ver si tenían éxito. Ocurría lo de siempre: la ley por un lado y las mentalidades por otro. Más tarde, hubo otro cambio en su vida. En noviembre de 1956 se lanzó “El Show de Nat King Cole”, programa de variedades semanal producido por la NBC, lo cual lo convirtió en el primer afroamericano en tener un espacio propio en una cadena nacional de TV. Buena flecha, pero con problemas de diana: muchas estaciones sureñas se negaron a trasmitirlo. Finalmente, fue cancelado en diciembre de 1957 debido a falta de apoyo financiero y por la renuencia a auspiciar un show protagonizado por un hombre negro.

Cole hizo un último viaje a Cuba en 1958, también para presentarse en Tropicana y para algo completamente nuevo: grabar su primer disco fuera de los Estados Unidos. Cierta historiografía le ha reprochado no haber interactuado más con la cultura cubana y sus agentes, como si no asistir a un bembé en un solar habanero o no participar en una descarga alrededor de una piscina del Country Club fuesen los indicadores últimos para medir su relación con nosotros. O como si no resultara suficiente haberse conectado con músicos de la talla de Armando Romeu, el pianista Bebo Valdés y el percusionista Guillermo Barreto, tanto en el escenario como en el estudio y la vida.

Nat “King” Cole, sin embargo, hizo algo mucho más importante: difundir la música cubana y latinoamericana urbi et orbi en los tres LPs de la Capitol Records donde cantó en la lengua de Cervantes: Cole Español (1958), A mis amigos (1958) y More Cole Español (1962) [12]. Ello incluía socializar la labor de compositores que él y su equipo habían calibrado cuidadosamente: Richard Egües (“El bodeguero”), Adolfo Utrera y Nilo Menéndez (“Aquellos ojos verdes”) y Osvaldo Farrés (“Quizás, quizás, quizás”), entre otros [13]; por no mencionar su influencia en el filin, protagonizado por jóvenes compositores cubanos que fusionaron con lo suyo, guitarra en mano, tendencias musicales norteamericanas de la hora para producir algo distinto y diferente, una potencialidad que dista mucho de constituir agua pasada, porque sigue inscrita en nuestro disco duro cultural de hoy.

Visto desde otro ángulo, esos tres LPs fueron “extraordinariamente visionarios para su tiempo” [14], como dice Natalie, y una contribución a la cultura latina en los Estados Unidos, que ya tenía en el Palladium de Nueva York su tierra de promisión con el mambo y su latinidad del crossover. Con Cole, por primera vez un jazzista norteamericano se atrevió a grabar con una orquesta de mariachis, los músicos predilectos de los wetbacks que atravesaban el Río Bravo para emplearse como jornaleros donde la frontera había cruzado a los mexicanos en el siglo XIX.

En La Habana se sentía libre. No solo por la interacción profesional y humana con artistas blancos y negros —eso, después de todo, también ocurría en los Estados Unidos—, sino además por su presencia en lugares públicos y restaurantes de La Habana Vieja (La Bodeguita del Medio) y El Vedado (H y 19) en los que no había una sección para un color y una para otro. Por eso buscaba contactos con los cubanos a nivel popular, donde la diversidad/mezcla racial resultan mucho más obvias. Cuenta Arsenio Rodríguez Quintana:

Una invernal tarde [1957] el cantor se atrevió a recorrer la zona más populosa de la capital. Tomó un auto lujoso y pidió que lo llevaran a la llamada “esquina del dolor” (intersección de las calles Galiano y San Rafael), donde se encuentran las tiendas populares [15].

Ahí mismo, otro testimonio se parece bastante a lo ocurrido con Beyoncé y Jay-Z cuando, muchos años después, fueron a una famosa paladar en Centro Habana:

Mi padre me contó que Nat llevaba un saco deportivo a cuadros. Un gran público se le abalanzó y le hacían saber lo mucho que apreciaban sus canciones. Mi padre, alzando la voz, en un rudimentario inglés le dijo que tenía uno de sus discos. “What record?”, preguntó Nat. “Nat Sings for Two Lovers”, contestó mi padre. Al rato el automóvil vino en su rescate y Nat partió entre vítores y aplausos. El auto lo trasladó hasta la calle Amistad 208, esquina a Neptuno, a la discoteca Fusté […]. Allí lo fotografiaron para la propia revista Fusté show, tan divulgada en aquel entonces [16].

Seguramente por cosas como esas, y por intimidades que se llevó a su tumba, a Nat “King” Cole “le gustaba ir a Cuba porque todo el mundo lo trataba como un hombre blanco” [17]. Lo que equivale a decir, en lenguaje despigmentado: como a una persona.

Notas:
1. Jack Colhoun: Gangsterismo. The United States, Cuba and the Mafia, 1933 to 1966, OR Books, 2013. También T. J. English: Havana Nocturne. How the Mob Owned Cuba… and then Lost it to the Revolution, HarperCollins Publishers, Nueva York, 2007.
2. Tenida, además, por arquetipo de belleza mexicana. También actriz en La Perla (1945), Río Escondido (1947) y La malquerida, con Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Trabajó bajo la batuta de Luis Buñuel en El río y la muerte (1955) y después en Ánimas Trujano (1962) con Toshiro Mifune.
3. Rosa Lowinger y Ofelia Fox: Tropicana Nights. The Life and Times of a Legendary Cuban Nightclub, Hartcourt, Nueva York, 2005.
4. Enrique Núñez Rodríguez: “Recuerdos de  Tropicana”,www.cadenahabana.icrt.cu/2013/03/19/recuerdos-de-tropicana/
5. Rosa Marquetti Torres: “Cuando Sara Vaughan cantó en La Habana”, ww.desmemoriados.com/cuando-sara-vaughan-canto-en-la-habana/
6. Lo que hacía Sinatra, un personaje bastante complejo, era negarse a actuar en lugares donde estuviera prohibido el acceso a los negros. Por esa razón, en los años 60 se enfrentó a los casinos de Las Vegas.
7. Desde el segundo gobierno de Batista, el Hotel Nacional estaba bajo la administración  de International Hotels  Inc., subsidiaria de  la Panamerican. Según English, “International Hotels y Meyer Lansky estaban en la misma página”, ob. cit.
8. “Atraía tanta gente, que mi tío le dobló el sueldo a $20 000”, declaró “Tilie” Fox, sobrina de Martín y profesora de Matemáticas en Florida International University, “Relatos y secretos del legendario club Tropicana”, El Nuevo Herald, 15 de mayo de 2015.
9. T. J. English: ob. cit.
10. Siglas en inglés de blanco, anglosajón y protestante.
11. Los agresores fueron condenados a seis meses de prisión. En 2014 la BBC estrenó el documental Afraid of the Dark, del realizador John Brewer, sobre los problemas de Cole con el racismo y la segregación. Incluye testimonios de Harry Belafonte, Tony Bennet, Johnny Mathis, Natalie Cole y George Benson, entre otros. Para más detalles sobre este particular incidente, véase “El intento de secuestro de Nat King Cole” www.anecdotariodelrock.blogspot.com/2008/09/el-intento-de-secuestro-de-nat-king-cole.html
12. Cole Español fue grabado en La Habana los días 17, 18 y 20 de febrero de 1958 y completado en Capitol Studios, Los Ángeles, CA. Se grabó con la orquesta de Tropicana en los estudios Panart, en San Miguel no. 410, Centro Habana. Romeu hizo los arreglos de “Noche de ronda”, “Quizás, quizás, quizás”, “El bodeguero” y “Tú mi delirio”, que Cole no grabó por problemas fonéticos. No sabía hablar español, y según Natalie, no tenía muchas facilidades para los idiomas. En este disco la fonética le fue asesorada/supervisada por Bebo Valdés. A mis amigos se grabó en Río de Janeiro entre los días 30 de octubre y 4 y 10 de noviembre de 1958. More Cole Español en México DF del 6 al 9 de marzo de 1962.
13. El presidente de la disquera Panart, el ingeniero Ramón Sabat, le expuso la idea de grabar ese primer disco en español durante una estancia suya en Hollywood. De acuerdo con Natalie, también fue calorizada por Carlos Castel, un manager de Cole de origen hondureño.
14. www.nataliecole.com
15. Arsenio Rodríguez Quintana: ”En casa del trompo”.
16. Cit. por Rafael Lam: “Nat King Cole en Tropicana”, Granma, La Habana, 11 de mayo de 2016. El testimonio es del padre del crítico de cine Rolando Pérez Betancourt.
17. “Relatos y secretos del legendario club Tropicana”, cit.