Un bolero para Amado

Norge Espinosa Mendoza
22/2/2017

En la semipenumbra del cuarto de una posada, Tati espera la llegada del hombre a quien desea confesar todo lo que ya siente, como quien canta un bolero, en el límite de todos sus sentidos. Es una bailarina que ya lo ha ido perdiendo casi todo: juventud, agilidad, sueños, un hijo y casi un matrimonio. En Japón, durante una gira cabaretera, se encontró con ese pelotero estrella, Lázaro Prado, y en tierra tan remota nació el amor que la ha ayudado, a pesar de todo, a seguir sabiéndose ella misma. Del otro lado de la pared, ruidos y fantasmas. En los muros, nombres reales e inventados de los guerreros que entre esas paredes venían a fornicar, a templar, y dejaban como señales de sus victorias esos apodos imposibles, rumores de otras imposibles hazañas eróticas. En esta suerte de spin off de Penumbra en el noveno cuarto, una de las mejores obras que escribió, Amado del Pino deshace el castillo de naipes de gran parte de su dramaturgia, poblada de roles masculinos, y concede la única voz a esta mujer, que en Penumbra, dirigida en la sala Llauradó por Osvaldo Doimeadiós, era Gilda Bello, y que en este monólogo, que toma el título del famoso bolero de Graciano Ramos, fue Mariela Bejerano, dirigida por Alejandro Palomino.

foto de Penumbras filme de Charlie Medina
Fotograma de Penumbras, filme de Charlie Medina basado en la obra de Amado del Pino

Los amigos se mueren de pronto para hacernos sentir esa señal de aviso, o tienen hijos que van creciendo para que nos demos cuenta de cómo nos va mordiendo la vejez.

Tuve con Amado del Pino las anécdotas, las bromas, las risas y las broncas que ahora nos hacen recordarlo como un ser al que vamos a extrañar en muchas ocasiones. Su pasión era el teatro, y a él volvió una y otra vez, saliendo de sus crisis, de sus silencios, de sus angustias y manías, para dejarnos unas cuantas obras en las que lo cubano sigue manifestándose sin prejuicios. Cruzamos saludos, opiniones y polémicas, y todo ello es ahora su recuerdo. En esa memoria está, por supuesto, Tania Cordero, que tanto lo acompañó y lo ayudó a volver a la caja de bateo en tantas oportunidades. Llegaron casi a ser uno en esta rara comunidad que somos los teatristas cubanos, que parecemos a ratos incapaces de decirnos cuánto nos queremos, como si importara más qué tendencia teatral defiende uno contra el otro y no ese tiempo de vida que un día, de golpe, no está más, y nos deja el sabor de una ausencia que tendremos que remediar con anécdotas y música de victrola. Para recordarlo junto a ella, escojo este monólogo, y vuelvo a ver a una actriz sola en escena, contando la angustia del hijo que no puede llevarse del hospital a su casa, jugando a dibujar en el aire sus posiciones de ballet, en una coreografía de ilusiones perdidas, como las de aquel chiste que contaba Amado para describirnos a una compañera de estudios en el ISA, “buena pero bruta”, que dio una respuesta memorable cuando le preguntaron si ella tenía la famosa novela de Honoré de Balzac.

Los amigos se mueren de pronto para hacernos sentir esa señal de aviso, o tienen hijos que van creciendo para que nos demos cuenta de cómo nos va mordiendo la vejez. Contra esas verdades se puede hacer poco. Escribir, tal vez, sea uno de los pocos remedios, para que nos quede una imagen apenas de lo que fuimos, y podamos demostrar a los que van llegando y nos miran con el desdén irrebatible de la juventud, que también nosotros fuimos irreverentes, atrevidos, y tan impulsivos como ellos.


Fotograma de Penumbras

Amado se fue de este mundo el 22 de enero, Día del Teatro Cubano. Vaya manera de demostrarnos cuán fiel podía ser a esa, su gran pasión. Nos quedará releerlo, que en el caso de quienes le conocimos, será la mejor manera de representarlo. La noticia me llegó a primera hora de la mañana, y a través de amigos diversos. En los días posteriores a su muerte, muchos expresaron su dolor y su sorpresa. Eso me confirma que conocí solo a uno de los muchos Amado del Pino que se reveló de otras maneras a tantos otros. Releerlo será también tratar de conocer a esas otras personas que en un cierto momento de su vida fueron aquel muchacho de Tamarindo al que Lorca llegó a obsesionar. Quiero recordarlo con sus defectos y con sus virtudes. Me espantan las hagiografías. Recordarlo en el chiste que compartimos y en nuestras diferencias, y saberlo dueño del cubo de frijoles negros más célebre de todo el cine cubano. No hace mucho, una profesora amiga me escribía desde Kansas para saber un dato del teatro cubano, y le di inmediatamente la referencia precisa, que podía encontrar en Acotaciones, el volumen de reseñas que Amado preparó junto a Tania. Me alegró saber que esa amiga, tan distante, tenía ese libro en su biblioteca. Quién sabe en qué otras estarán El zapato sucio, Triángulos, Penumbra, y todas las demás.

Amado, no tienes perdón de Dios. Cada vez que oiga este bolero de Graciano Ramos, sobre esos versos de Sánchez Galarraga, voy a pensar en ti. Vamos a ser todos tus amigos, los que sepamos el código y hayamos entendido la señal, un poco como tu personaje, un poco como Tati, siempre que recordemos lo que dice esa estrofa acerca de las viejas heridas. Contándonos las verdades contra un muro lleno de palabras y nombres, en un sitio que están al cerrar, pero donde aún tendrán que oírnos cantar a toda voz. Con la esperanza única de que tú, o alguien como tú, nos esté escuchando.