Última visita de Josephine

Leonardo Depestre Catony
8/3/2016
Foto: Tomada de Internet
 

Decir que Josephine Baker es una de las leyendas del vodevil francés, una de las leyendas del teatro musical y una de las más recordadas vedetes, puede tener matices de lugar común… pero es necesario decirlo, aun a ese riesgo. Falleció hace ya 40 años y de ella se continúa hablando en presente.


 

Al menos un capítulo de la vida de Josephine transcurre en La Habana. Y ese tiene dos partes: una, sus actuaciones en la Isla antes de 1959 y el otro, su visita de finales de 1965, que se extiende a enero del nuevo año, hace medio siglo.

De las primeras visitas, que fueron muy exitosas, de las cuales mucho se habló, porque llenó los teatros, se recuerda la negativa de un muy chic hotel de albergarla porque era negra (claro, no se expresaron en la gerencia con esa crudeza, pese a que fue tal la razón verdadera). Un poema de Nicolás Guillén lo resume así:

     ¿El barman cejijunto
     se negó a batir tu coctel,
     porque tienes la piel oscura
     aunque son divinos tus pies?

Con todo, repetimos, el éxito de la vedete fue espléndido durante sus actuaciones de la década del 50. El público cubano reconoció en ella sus valores artísticos, su carisma y belleza.

Pero solo nos detendremos en la visita que tuvo lugar después de 1959, esta vez en circunstancias bien distintas, invitada con motivo de la Conferencia Tricontinental de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina. El periodista Orlando Quiroga apunta este expresivo comentario que deseamos disfrute el lector de hoy: “Fue el mejor regalo que podíamos esperar este fin de año. ¡Josephine Baker estaba aquí! Invitada para los actos de la Tricontinental, nos ha dado un soplo de París en el rostro y, después de 13 años de ausencia (“no había vuelto por lo mal que me trataron”, dijo), aquí estaba otra vez la americanita que en 1925 se convirtió en la coqueluche de París. Ese año, en medio de los rugientes veintes, la capital del mundo artístico le había entregado un trono del que ella no se levantó jamás”.

La estancia de Josephine no solo se desenvolvió dentro del ámbito artístico. Existía una gran expectación por verla y conocerla, por expresarle una bienvenida cálida a nombre del pueblo cubano. Ella se mostró contenta, enterada  de todo y manifestó su deseo de actualizarse con la música cubana, aprender a bailar los ritmos mozambique, pacá, pilón y dengue entonces en boga.

“Estoy fascinada —expresó— y no puedo sino mirar este azul que tengo delante, esta Habana tan distinta que me recibe. Vengo a actuar para ustedes, a entregarles todo lo que tengo”.

Se alojó en el hotel Habana Libre, departió con los artistas cubanos, visitó un círculo infantil, tomó guarapo… El periodista Omar Vázquez comentaba: “La presencia de Josephine Baker en La Habana no puede pasar inadvertida. Ella constituye todo un espectáculo y nuestro pueblo lo ha reconocido con su interés en aplaudirla, desbordando en las dos primeras noches la capacidad del teatro García Lorca”.

Fue la suya una presencia inolvidable, tanto para los cubanos como para la artista. Y aunque Josephine era ya una personalidad mundialmente conocida, incluimos algunos apuntes sobre su vida.

Nacida en Missouri, EE.UU., en 1906, actuó en Harlem y de allí marchó a París, donde alcanzó celebridad en el decenio del 20. Eran tiempos en que aparecía sobre el escenario con un atuendo ínfimo: algunos collares, unas plumas y una hilera de platanitos rodeándole la cintura. De ahí el sobrenombre: Platanito.

Combatió la discriminación racial existente en su país y fueron importantes sus contribuciones al movimiento por los derechos civiles. En 1937 adoptó la ciudadanía francesa y después de la Segunda Guerra Mundial recibió la Medalla de la Resistencia y la Legión de Honor.

Filmó películas —no solo eso, fue la primera mujer afroamericana en protagonizar una película de cierta relevancia, en 1934— publicó sus Memorias, y marcó una época del vedettismo internacional. Sincera amiga de los cubanos, murió en París el 12 de abril de 1975.