Teresa de Ávila, Flora de La Habana

Rubén Darío Salazar / Fotos: Sonia Teresa Almaguer
26/5/2016

Desde hace algo más de tres décadas el Teatro Buendía, que dirige la maestra Flora Lauten, levanta sus obras en el espacio mítico de la otrora iglesia de Loma y 39. La Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral 2016, de la Casa de Las Américas, nos ofreció un  regalo de lujo cuando incluyó en su selectiva programación la puesta en escena Éxtasis, homenaje a la Madre Teresa de Jesús, el más reciente estreno de una de las familias escénicas más respetadas en la Isla.

Ver a Flora, tímida y sencilla, en la primera mesa del Encuentro de Teatristas Latinoamericanos y Caribeños, en la Sala Che Guevara de la Casa, expresando sus opiniones sobre el presente y futuro del teatro de grupo o confesando que quienes fueran a ver Éxtasis encontrarían a una actriz mayor y desentrenada, se convirtió en la provocación más sutil para los allí presentes y en la nítida confirmación de una asistencia segura a la conocida sede del Buendía.

Flora, nombre que en sí mismo ya lleva implícita la metáfora de dar, al igual que lo hizo Teresa de Cepeda y Ahumada o Teresa de Jesús, religiosa y escritora mística española, ha hecho realidad la leyenda de que un grupo teatral no es un grupo verdaderamente hasta que no consigue, entre alegrías y vicisitudes, su propia gestación. Buendía, como lo hiciera Teatro Estudio en su momento, es uno de esos colectivos creadores de nuevas huestes. La prueba fehaciente se halla en la existencia de Argos Teatro, El ciervo encantado o el Estudio Teatral Vivarta, por solo mencionar a los principales herederos de la casa Buendía.

¿Qué otras posibles analogías con la monja de Ávila podía plantear este nuevo trabajo, liderado por alguien como Flora, realizada como mujer y como madre, actriz de cine y de importantes agrupaciones teatrales en nuestro territorio, profesora y Doctora Honoris Causa del Instituto Superior de Arte de La Habana, quien fuera, además, la primera Miss Cuba de la Revolución, en 1960, y a su vez la última?

La espera de un público abultado en las inmediaciones de la iglesia-teatro, el ambiente silencioso, casi monástico al entrar a la sala, decorada con andamios, aperos de albañilería, polvo y escaleras, hacían presuponer que el  choque con el montaje anunciado tendría en los textos de Eduardo Manet, Raquel Carrió —nombre imprescindible junto a Lauten en el Buendía— y la propia Flora, una historia tentadora, reveladora de misterios, pasiones y dolores, como todas las vidas de quienes han tenido una existencia fuera de los moldes establecidos, dejando luces inapagables de tan encendidas. Éxtasis es, a la par que un tributo a Santa Teresa de Jesús, el discurso de eterna fe en el teatro de la líder de la familia Buendía.

Las composiciones musicales de Jomary Hechavarría y Marta Valdés, ejecutadas en vivo por Jomary desde un discreto rincón, el vestuario de José Miura, las luces de Javier Rodríguez, los elementos escenográficos, todo se convirtió en marco propicio para una puesta en escena austera en su propuesta espectacular y en el número de actores, más inmensa en el desarrollo y lucimiento de estos últimos. La labor histriónica de Elba Pérez, Daniel Lana y Leandro Sen, exactos y eficaces, hace avanzar con fuerza los sucesos de una vida de angustias e iluminaciones, el sendero convincente para la entrada del doble personaje Actriz (con sus atuendos personalísimos debajo de los rudos hábitos)-Teresa de Jesús que incorpora Flora Lauten.

No pude aplaudirla en sus trabajos anteriores a la década del 80, pero alcancé a verla desgarrada y hermosa  como la novia de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en un teatro grabado para la televisión cubana, y en la Fidencia que Santiago García le dirigiera en  la obra Huelga, de Albio Paz, con el grupo teatral Cubana de Acero. ¿Quién puede olvidar su encarnación de la abuela desalmada de La cándida Eréndira, según la  propia visión de Lauten y Carlos Celdrán sobre el realismo mágico de García Márquez? Luego vino un gran silencio como intérprete, roto ahora con un papel a su medida, donde sin dejar de ser ella, intensa y penetrante, es también la fundadora de conventos y monasterios, la escritora de cartas desesperadas e incansables, convirtiendo la barriada de Nuevo Vedado, en La Habana, en metafóricos sitios de oración que pudieran llamarse Medina del Campo, Valladolid, Toledo, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Sevilla, Burgos…

Durante estos largos y convulsos años he visto a Flora dirigir  espectáculos, impartir talleres, propiciar nuevos proyectos en su propia familia, siempre aferrada a sus convicciones como artista. Con sus actuaciones en el Teatro El Globo, de Londres, o en el festival más apartado de Suramérica, la huella del Buendía ha dejado medidas inabarcables. Sus vestigios no persisten como museo u obligada referencia, son el cuestionamiento vital de quienes fuimos, somos y seremos, con un sentido de nacionalidad que traspasa mundos y ubica a Cuba como una de las naciones que apuesta por las artes escénicas de manera visceral y consciente.

Llega el final de la representación. Pasadas las canciones, fiebres, triunfos y clamores espirituales, el personaje nacido en Ávila, el 28 de marzo de 1515, va en pos de la eternidad. La imagen escénica deja ver el cuerpo de Flora-Teresa que gira en un columpio-noria-sepultura. La actriz nacida en La Habana, Cuba, en 1942, regresa de esa forma al lugar fundado en 1986. Desde esa vibrante solución teatral deja en claro su raigal sentido de pertenencia y continuidad.