Tangos cubanos, la poesía en la danza de Billy Cowie

Roberto Medina
30/6/2016

Tangos Cubanos es un hermoso poema visual y sonoro acerca de un amor desaparecido, que persiste en el dulce y melancólico recuerdo con la tristeza de una pasada felicidad. Narrado oralmente con intensidad, se instaura en el espacio mental de lo evocado, pero sin sentimentalismo, porque las historias tristes de amor son las que ya terminaron. No entristecen mientras transitan como presente. Solo resultan así cuando se convierten en pasado.

La pieza del coreógrafo británico Billy Cowie ha sido montada con la Compañía Danza Contemporánea de Cuba como parte de las estrechas relaciones de trabajo de esa institución con el British Council. Esta es una obra estructurada mediante un sistema armónico de todos sus elementos, organizados en varios subsistemas: el danzario, el de la visualidad plástica (escenografía, vestuario), el sonoro y el literario.

A su vez hay tres niveles discursivos interactuantes: el danzario, el relato oral y el relato graficado. Son las tres capas semánticas entrecruzadas de una misma historia triste: la bailada por los intérpretes, la contada en palabras y la referida en el diseño escenográfico. La manera de relatarlo es de procedencia literaria, reconocible en la fragmentación de las escenas, separadas como cuadros en sucesión. Se inician con el teatro a oscuras para escuchar lo narrado, que se encarga de dar el contexto situacional y temporal de la acción. Al cesar la voz, el escenario se ilumina en cada cuadro, se ven los bailarines que intervienen y el fondo reproduce la imagen seleccionada para acompañarlos.


Tangos cubanos, de Billy Cowie, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
 

Ha sido una constante preocupación de Cowie en su carrera de coreógrafo, compositor y realizador de videos, percibir una acentuada separación entre los bailarines y el público. Ha pretendido rebasarla a nivel subjetivo, intensificando el poder de la mirada hacia el espectáculo con el fin de estimular en el observador una atracción sensorial (visual y auditiva), capaz de despertarle desde sus asientos el deseo de penetrar en los sucesos, de seguir el drama representado, de involucrarse, de sentirse inmerso dentro del espacio tridimensional donde transcurren esos hechos.

El subsistema visual del diseño escénico es de la experimentada diseñadora alemana Silke Mansholt, quien entiende el arte como un proceso interdisciplinario, evidente en su variada formación y en su modo de realización. Mansholt ha dirigido, escrito, realizado performances, diseñado y coreografiado para videos en Inglaterra, donde radica desde hace 20 años. Asimismo, ha acompañado a Cowie en su labor desde 2010. Desde entonces los dos conforman un equipo de creadores muy compenetrados. Las puestas realizadas de conjunto se distinguen por integrar de un modo unificado danza y escenografía. Esta vocación compartida les ha llevado a establecer estructuras anudadas entre los diversos componentes de la creación, para lo cual se auxilian de técnicas y procedimientos plásticos virtuales que le han dado fama a ambos en Europa.

En la escenografía virtual de Tangos cubanos, Mansholt se ha apropiado de una manera suelta y moderna del dibujo, influido su tratamiento de siluetas en modos del arte culto inspirado en los grafitis callejeros. Asume la figuración sintética —aparentemente descuidada de estos— ejecutada de una manera rápida y emotiva, para sugerir los diferentes momentos dramáticos. Esta expresión plástica del decorado está condicionada por ser lugares callejeros y populosos donde se realizan los encuentros de los amantes, y además, por no pretender nunca convertirse en una historia excepcional, susceptible de ser atravesada en sus vidas por muchas personas.


Tangos cubanos, de Billy Cowie, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
 

Aparecen los dibujos proyectados en video en una amplia pantalla a manera de telón de fondo. Las figuras con un fino trazo o fuertemente expresionistas llevan la impronta evidente de los grafitis, de los cuales incorpora sus peculiares tonalidades grises y oscuras y los ambientes comunes. En ocasiones aplica algunos toques de color que avivan las figuras.

Esas hermosas grafías del fondo no muestran halo alguno de romanticismo y blandura en las imágenes, tienen cierto toque hiriente porque lo relatado no deja de ser cortante. A pesar de eso, o tal vez por eso mismo, es de una belleza impresionante. Con un alto poder de atracción, no enmarcan las situaciones presentadas en la simple ilustración de los acontecimientos: discursan narrativamente por sí mismas y poseen una vida propia. Los discursos de la danza y del diseño escénico no siguen, en cambio, caminos separados, sino que se entrelazan mutuamente. Poseen, eso sí, una aguzada independencia visual, una autonomía en la autenticidad de sus respectivas formas de expresión, estimulando en su complementación la ampliación de los sentidos que generan.

Las líneas de los dibujos proyectados sobre el fondo del escenario se derraman espacialmente mediante su proyección en video y bañan a los bailarines al desplazarse en sus ejecuciones, creando el efecto de una densidad corporal diferente, ilusión de un ambiente tridimensional. Es la representación figurativa de encontrarse los danzantes inmersos dentro de esa red de líneas, símbolo de estar los personajes asidos emocionalmente a esos sucesos del pasado, negados a dejarlos desaparecer, a alejarse de los recuerdos de una felicidad vivida.


Tangos cubanos, de Billy Cowie, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
 

El notable poder de seducción ejercido de conjunto en el espectador promueve una sensación de abandono, de dejarse llevar emocionalmente. Esa atracción nos hace sentir también atrapados; sin poder o querer salir, como ocurre frecuentemente en los sueños donde no hay la posibilidad de escape. Esa lógica de los sueños está presente en la concepción de esta pieza danzaria. No es solo la operación del recuerdo. En verdad se mueve en una frontera, limítrofe entre los dos.

El subsistema del diseño de vestuario es de Hollly Murray, quien reproduce el estilo del grafiti de la escenografía. Sus figuraciones aplicadas sobre los vestidos y las camisas contribuyen a una mayor integración visual, previendo, además, lograr el efecto de que los dibujos de la ropa puedan animarse con las evoluciones de los danzantes, como si se encargaran de hacer cobrar vida a los personajes graficados en cada uno, en alusión representativa de multitudes. Murray sella así la unificación sistémica entre los diferentes niveles discursivos en la concepción de la puesta, los hace marchar de un modo unánime, cada uno cumpliendo su rol en correlación con los demás.

El subsistema narrativo asociado a la estructura dramática es declamado por la realizadora de video y performista española Clara García Fraile. La introducción de la palabra hablada le confiere en la sonoridad cadenciosa y  melódica un preámbulo de realce a la dimensión poética de las imágenes que a continuación vendrán. Su destreza artística en moldear las sonoridades de las palabras insufla un aire de susurro a las lamentaciones del alma, en plena correspondencia con la partitura musical, para establecer la comunicación con el público, estremeciéndolo, induciéndole a interactuar emocionalmente con lo ficcional.

El subsistema sonoro se destaca por la belleza musical del sonido rasgado y quejumbroso del violín, instrumento siempre asociado a lo triste, a lo melancólico, a los quejidos dulcemente dolorosos del alma. Es interpretado con destreza por un joven violinista japonés, laureado internacionalmente, Tadsuke Ijima. Como se apreciará, este es un trabajo en equipo interdisciplinario de una procedencia internacional.


Tangos cubanos, de Billy Cowie, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
 

Del subsistema danzario, la sensualidad en Cowie —una constante empleada en otras obras suyas—, representa una demanda de este relato. Su manera al respecto es inusual. Los movimientos son suaves, aletargados, casi imperceptibles. Crean una atmósfera enrarecida que denota un rasgo de elegancia y refinamiento estilístico, buscando acercarse al ritmo ralentizado de los sueños. Los movimientos son acentuadamente mínimos al estar reducidos a pequeños desplazamientos, casi minimalistas, de los brazos y las manos. El resto del cuerpo, incluidas las piernas, guardan un papel menor al servir más bien de apoyo y balance, sin adquirir el alto relieve que por lo general esas partes han tenido en numerosas coreografías contemporáneas. En este sentido, la entrega corporal de los amantes protagonistas en el disfrute sensorial de un beso, sin la intervención de otra parte del cuerpo, es uno de los pasajes más sobresalientes.

Lo coreografiado disfruta conceptualmente en contrastar y conciliar dos lados separados, dos fuerzas enfrentadas, atrayéndose gustosamente: el lado femenino y el masculino. Lo femenino es tan poderosamente seductor que puede hasta dominar el cuerpo y la voluntad de los hombres, manejados como efecto mágico por la acción a distancia de las manos de ellas, visible en uno de los pasajes de la obra. Recíprocamente, lo masculino arrebata y seduce a lo femenino, provocándole con gestualidades tenues, reciprocadas en diálogo corporal entre las dos hileras separadas por género. Es una lidia mutua de alternantes fortalezas y desafíos, actuantes como flujos en circulación que van de uno a otro lado.


Tangos cubanos, de Billy Cowie, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
 

En particular, una de las escenas de belleza más arrobadora es la pareja aislada de amantes donde ella ejerce con el manejo sutil de las piernas una influencia cautivante y provocadora sobre él. Es un juego tentador, una gustosa batalla en la interacción de los cuerpos ansiosamente deseantes. Aunque recurre a una pareja protagónica, su multiplicación en varias — escenificada en otros instantes— sobredimensiona la historia, rebasando la singularidad para hacerse alusiva a una manera posible y frecuente de ocurrir, poniendo de relieve otros muchos encuentros amorosos y sus definitivos desencuentros.

El discurso dramático segmenta cuidadosamente el relato más allá de lo literario. No es únicamente el suceder de los hechos reflejados. Es mostrar a través de ellos el gotear de la conciencia que hace emerger de un modo fragmentario los pasajes más persistentes, que se resisten a desaparecer, se activan y despliegan ante el observador, y se reproducen después en la impresión emocional y sensorial de los asistentes.

El arte es la manera poética de recuperarlos y entregarlos a los demás. O como dice Cowie en el libreto para Tangos Cubanos: “Esta ciudad, esta parada de autobús, este beso por primera vez, este vacío. Debería haberse ido lentamente. Un beso alcanza para alcanzar la fuga necesaria y entregarlo al arte”.