Son o no son, la película más fea del mundo
13/6/2017
Ejemplo de cine de ensayo, experimental e “imperfecto”. Así ha calificado a Son o no son el académico uruguayo Jorge Rufinelli. Se inicia ―subraya― como una parodia de la obra de Shakespeare, y se continúa, por partida doble, con un poema de Nicolás Guillén y una danza popular cubana; “un juego de palabras que alude igualmente al ritmo cubano del ‘son’ como monólogo celebre de Hamlet” [1].
Julio García junto al actor Enrique Arredondo
“Son o no son se levanta como la gran película de García Espinosa por ser la más valiente, aquella en que el artista se la juega todas de una vez y reúne los fantasmas que siempre, aún hoy, le atormentan, le nutren, le excitan”, dice Rufo Caballero sobre esta joya del cine cubano revolucionario. Y añade: “tiene la condensada densidad de un ars poética, es el documento expreso de una voluntad creativa, y sobre todo reflexiva, que redundará en una de las filmografías más consecuentes del cine latinoamericano de todos los tiempos, e impulsará decenas de otras opciones artísticas, algunas veces desde el contraste o la encarnecida oposición” [2].
Julio García Espinosa, su realizador, es más sintético: “En Son o son le hago un homenaje a Bertolt Brecht: tomo una pequeña secuencia de La ópera de tres centavos, mientras la voz en off dice que Brecht compartía esas angustias por la cultura popular” [3].
Pero se impone añadir a estos puntos de vista las palabras de Dolores Calviño (Lola, su compañera en la vida) para conocer los entresijos, laberintos y verdades de dicha pieza de la cinematografía cubana. La también cineasta recorre algunos de los periplos del filme en diálogo abierto y franco, y da luz sobre los múltiples caminos por donde transitó la existencia y la obra del también autor del ensayo Por un cine imperfecto.
“En Son o no son hay una representación, en sentido llano, de la cultura más popular. Por eso Julio mezcla a Shakespeare con el Bernabé de Enrique Arredondo (actor procedente del teatro Alambra), que era el súmmun de la comedia”, explica Lola.
“Ellos habían trabajado juntos muchas veces. Mientras Julio desarrollaba distintas Misiones culturales en el país, Bernabé recorría los pueblos en un circo, pero se ponían de acuerdo para no pasar por los mismos, porque este no era gratis. Desde entonces se fomentó una amistad entre los dos, además de un encuentro entre esa cultura que acercó Julio a diferentes rincones de la Isla y la más elemental: el espectáculo circense. Pero poner a Arredondo a representar Ser o no ser, fue una tragedia.
Sonia Calero junto a Alberto Alonso
“Y esa es la dualidad que mantiene la película Son o no son en todo momento: mostrar la llamada alta cultura y la cultura popular (no populista). Esa fue siempre la gran batalla de Julio. En el filme, Alberto Alonso (con quien él también tenía una profunda amistad) y Sonia Calero representan dicho contraste. Ella baila al ritmo de la voz de Nicolás Guillén. Julio colocó al Poeta Nacional en un espectáculo de rumba. ¡Una locura total!”.
Antes, Julio y Alberto habían trabajado juntos en guiones que el primero escribía para cabarets. “Todos los montajes, las coreografías de los espectáculos que él redactaba en aquella época, eran con Alberto. Luego, cuando estuvo como Viceministro de Cultura de la Música y los espectáculos, la alianza entre ambos se fortaleció, para materializar lo que siempre fue la clave de su vida: llevar la cultura popular a la música, al cine, al teatro, a todas las manifestaciones artísticas. Esa era su base fundamental, su columna vertebral”.
La cultura del experimento
En un documental que el realizador cubano Manolito (Manuel Herrera) está haciendo en homenaje a García Espinosa, Michael Chanan (un importante crítico de cine inglés), declara que Julio le dijo que con Son o no son quería hacer la película más fea del mundo, un experimento tan fuerte que inspirara a pensar a las minorías en la cultura popular.
“Él sabía que el espectador, el público en general, no iba a entender el filme. Por ejemplo, en una de las escenas, Sonia Calero baila una rumba que puede ser montada para el Ballet Nacional de Cuba con Alicia Alonso al frente.
“¿Por qué Julio no filma de noche en Tropicana con sus luces, con su glamour?”, pregunta Lola. “Él quería demostrar que estos artistas son como cualquier persona. Mientras, Alberto se volvía loco porque las bailarinas no sabían levantar los pies a la misma vez, que es lo que nos ha legado la cultura de Hollywood.
“La película estuvo sin exhibirse un tiempo porque, según la opinión de Armando Hart, Ministro de Cultura de entonces, ‘el viceministro (Julio) estaba diciendo que todo lo que hacemos no sirve’. Y Julio le respondió: ‘Si, eso es’.
“Son o no son se estrenó en Guantánamo, en el cine Wuambo, durante unos carnavales de esa ciudad. Era el cumpleaños de Miguelito Cuní y la película se inauguró con la presencia de este y de Pablo Milanés. En el filme están todos los grandes de la música. Julio los homenajeó a todos. Esa memoria está ahí completica. En el filme, Alberto y Sonia son la representación máxima de la unidad entre lo culto y lo popular”.
Narra la viuda del conocido director de cine que el período en que Julio fue el presidente del ICAIC coincidió con las celebraciones por el 60 aniversario de la Revolución de Octubre y que él quiso hacer un documental sobre el tema. “Fue cuando nos mandó a todos los asistentes de dirección y directores a las repúblicas de la Unión Soviética, para que cada cual filmara en un territorio. Y se quedó aquí ‘con los del banco’ para hacer Son o no son.
Julio García Espinosa junto a Lola Calviño
“Por las mañanas ejercía sus funciones como presidente del ICAIC, y por las tardes se iba para Tropicana a filmar con quienes le habían tocado, sin preguntar quiénes eran. Por la noche, llamaba a todas las repúblicas soviéticas para saber cómo iba la película. Yo estaba con Humberto Solás en Leningrado. Filmábamos pasajes de la vida cotidiana. El filme fue una mezcla entre la Unión Soviética que creíamos, la que veíamos y la verdadera.
“Pero entonces Julio, aquí en Cuba, también quería influir sobre un conflicto muy grande que existía en el ICAIC: Fernando Pérez siempre trabajaba con el fotógrafo Raúl Pérez Ureta, y si su filmación coincidía con la de Daniel Díaz Torres, Fernando esperaba a que Raúl terminara para hacer su película. Y Julio decía: ‘La industria no espera, porque los trabajadores se quedan sin salario. Si no está tu fotógrafo o tu sonidista, tienes que hacerlo con el que esté disponible’.
“Hubo una época en la que se llegó a hacer una película mensual en el ICAIC, pero eso tuvo que ver con el funcionamiento de los Grupos de creación (tres grupos de directores de cine discutían los guiones presentados). Julio puso en juego su propia idea y concepto acerca de la industria cinematográfica”.
García Espinosa, el gestor
Las Misiones culturales que protagonizó el director de Reina y Rey fueron el antecedente de lo que hoy se llama Cultura comunitaria. “Raúl Roa fue quien tuvo la idea de que había que llevar la cultura al pueblo, pero la estructuración de ese fundamento estuvo a cargo de Julio. En esa época él era asesor de Hart (cuando lo nombran ministro), aunque seguía en el ICAIC. Y trasladó al Ministerio esos conceptos. El Ballet Nacional de Cuba llegó a bailar en las camas de las rastras. En aquellos tabloncillos improvisados se hacían puestas de títeres y de obras de teatro. Alicia Alonso bailó en las Misiones.
“También creó la estructura de cabarets en el país y los personalizó. En el Caribe, del Hotel Habana Libre, por ejemplo, predominaba la música de esa región; El gato tuerto era de Pablito Milanés, y el Monseñor, de Bola de Nieve. Todos los fue caracterizando, hasta los cabaretuchos.
“Pero lo que más le gustaba a Julio era escribir guiones. Montar las escenas del plan de filmación no lo hacía feliz; sin embargo, escribir sí. Ahí tengo un montón de guiones suyos. Me toca reunirlos todos en un libro”.