Sin máscaras: memoria e identidad
17/8/2017
Memoria e identidad: ambos sustantivos caracterizan la exposición de arte afrocubano contemporáneo que por estos días acoge el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Bajo el título de Sin máscaras, la prestigiosa Colección von Christierson pone a consideración del público cubano un amplio proyecto curatorial que cuenta con exhibiciones previas en Sudáfrica (2010) y Canadá (2014), si bien la presente edición incluye un considerable número de piezas no mostradas en ambas ocasiones.
Roberto Salas: El Último Cabildo de Yemayá. Fotografía impresión digital. Foto: trabajadores.cu
Más de 40 artistas insulares, pertenecientes a varias generaciones y con disímiles poéticas, ofrecen un amplísimo recorrido por las formas en que la producción simbólica nacional del último medio siglo ha visto lo afrocubano. El proyecto abarca tres espacios que incluyen casi todas las manifestaciones artísticas, entre ellas la pintura de caballete (Wifredo Lam, Manuel Mendive, Ruperto Jay Matamoros, Gilberto de la Nuez, Moisés Finalé, Lázaro Saavedra, Reynerio Tamayo, Douglas Pérez Castro), la pintura matérica (Santiago Rodríguez Olazábal, Roberto Diago), la fotografía (Roberto Salas, Marta María Pérez Bravo, René Peña, Juan Carlos Alom, Carlos Garaicoa), el grabado (Belkis Ayón), el videoarte y el documental (Alexandre Arrechea, Gloria Rolando, Eric Corvalán), la escultura (Andrés Montalván), el dibujo (Eduardo Roca Salazar, Ricardo Rodríguez Brey), la instalación (José Bedia, Rolando Vázques Hernández, Yoan Capote), la talla en madera (Andrés Montalván) y el trabajo con textiles (Elio Rodríguez, Ibrahím Miranda).
Son varios los creadores que recurren a más de una manifestación, lo cual contribuye sustancialmente a la riqueza y diversidad técnica de la propuesta, signada por el despliegue de un vastísimo acervo iconográfico que aborda dos temáticas angulares: la racialidad y la religiosidad, asuntos muy vinculados a la dinámica sociocultural cubana más inmediata, signada por un profundo mestizaje que diariamente exhibe las huellas impresas en su geografía artística e histórica por el Comercio Triangular, la trata negrera y los procesos de sincretismo derivado del intercambio y la simbiosis entre lo español y lo africano, dos de los troncos culturales que hoy conforman nuestra identidad.
Propuestas más cercanas a la cartelística o al humorismo gráfico; que reflejan estrategias de resistencia y pervivencia cotidianas; que nos presentan dioses africanos poco conocidos en nuestro contexto; que ilustran los procesos sincréticos que han dado origen a los sistemas religiosos Regla de Ocha-Ifá y Palo Monte, y a la Sociedad Secreta Abakuá; que nos sumergen en bucólicas escenas campestres o marítimas pletóricas de santos y mortales en silencioso y estrecho vínculo; que recurren a la apropiación y al reciclaje de motivos iconográficos u obras cimeras en la historia del arte cubano y universal para revisitarlas desde la parodia y la intertextualidad… Sin máscaras constituye una oportunidad idónea para acercarnos a múltiples herencias y problemáticas, inherentes a la condición actual del cubano, que trascienden el tiempo y el espacio para hacerse presentes en nuestros avatares cotidianos y (re)construir cada amanecer los rostros de nuestra ciudad y nación.
No obstante, en la muestra se extraña la presencia de objetos artísticos producidos al interior de comunidades religiosas cubanas; déficit que el propio curador reconoce,[[1]] y cuya solución implicaría la desacralización de determinados artefactos rituales en uso, o incluso la pérdida de su funcionalidad original, por cuanto, de ser trasladados al espacio del museo, si bien no disminuiría la riqueza estética que les caracteriza, dejarían de cumplir sus funciones primarias para convertirse en un objeto obra de arte tal y como lo entiende la cultura occidental. Por otro lado, la exposición prioriza un tipo de obra que deja a un lado manifestaciones artísticas de tanta valía como son los vestuarios rituales, la danza y la música: prácticas artísticas de amplia riqueza y múltiples funciones al interior de los sistemas religiosos donde operan, pero que, de ser tratados inadecuadamente, podrían convertirse en una simple “puesta en escena” centrada en el estereotipo, peligrosa zona que las curadurías de la muestra y de la colección eluden con insistencia.
Asimismo, distribuir un proyecto tan amplio como este en espacios transitorios del MNBA implicó un ejercicio museográfico que entre sus deslices incluyó la disposición poco acertada de varias las piezas, la reiteración de nombres en las dos salas principales (Marta María Pérez Bravo y René Peña son los más evidentes), la inclusión de obras que no guardan una relación directa o clara con la tesis curatorial (la instalación El beso, de Yoan Capote, y las fotografías de Garaicoa constituyen un buen ejemplo) y la exhibición de series fotográficas en sitios “alternativos” ubicados al interior del propio Museo, de forma tal que al visitante poco avezado pudiera parecerle muestras personales que no guardan relación con el resto de la exposición.
Amén de estos inconvenientes, Sin máscaras seduce y cautiva. De las tantas obras incluidas en ella, hay una que llama particularmente mi atención. Se trata de la escultura Remember, del grupo creativo The Merger, compuesto por los artífices Mario Miguel González, Niels Moleiro y Alain Pino.
La obra muestra el busto de una joven negra cuyo peinado a lo afro está compuesto por varias memorias flash. Con ella, The Merger retoma la noción cultural, tan afín a los cultos afrocubanos, que identifican a la cabeza como reservorio del aché: bendición traspasada de la cazuela o prenda a la cabeza del iyawó durante el kari-ocha o ceremonia de asentamiento del santo, que también pudiera identificarse con la memoria ontológica, ese vademécum ético y espiritual que nuestros ancestros depositan en nosotros, y en el cual perviven.
Por otro lado, la pieza remite a la importancia de la cabeza como reservorio del conocimiento necesario para garantizar la supervivencia del negro esclavo tras su llegada a tierras americanas, habla sobre la necesidad de establecer vínculos entre las nuevas generaciones y su tradición histórica, y vuelve una vez más sobre el concepto de memoria en cuanto ejercicio intelectivo que da cuenta de quiénes somos y de dónde venimos, de nuestro pasado y presente, y también de nuestro futuro. A fin de cuentas, Sin máscaras es, ante todo, un lugar ideal para el diálogo y el pensamiento útiles, y un espacio dedicado a preservar y visibilizar parte del riquísimo legado cultural que actualmente nos define e identifica como nación.