Ser y permanecer: pertinencia y presencia de una institución
12/10/2018
Motivados por la inminencia de dos eventos significativos de nuestro sector en Cuba, la Primera Conferencia Nacional del Sindicato de Trabajadores de la Cultura y el Tercer Congreso de la Asociación Hermanos Saíz; nos pareció oportuno evocar momentos cimeros de interlocución directa entre el movimiento intelectual y la dirección del país. Para ello, nos remontamos a dos hitos de este diálogo: el encuentro del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz con el Primer Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz, celebrado en marzo de 1988; y el ciclo de conferencias “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, celebrado en enero de 2007 en la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas. Este último será representado aquí por su texto introductorio, firmado por el ensayista y editor cubano Desiderio Navarro, quien fuera el fundador en 1972 del Centro Cultural Criterios.
Cuando se produjo aquella intervención de Fidel habían transcurrido casi 30 años de Revolución en el poder y no existía siquiera el correo electrónico. Hoy, que hemos vivido el doble de aquel tiempo, la Revolución continúa en pie, en medio de la llamada Era Internet. Es así que aquello que hace apenas 11 años Desiderio denominaba la “ciberesquina caliente”, ahora se ha convertido en el ágora global que nos relaciona a todos, en aparentes condiciones de igualdad, haciendo al propio tiempo más visible y operante que nunca la hegemonía cultural del capital.
Por eso nos pareció importante hacer coincidir estos dos textos, contentivos ambos del intenso debate intelectual que ha caracterizado al proceso revolucionario. Sin embargo, estos han sido originados desde muy diversas circunstancias. El primero, parte del seno de una organización naciente e inconforme con el funcionamiento institucional de entonces. En tanto, el segundo emerge de una reacción orgánica del campo intelectual cubano, en un momento de gran participación política y de una conciencia superior, a nivel institucional y social, del papel de la crítica y del pensamiento cultural para el perfeccionamiento del modelo de sociedad que defendemos.
No menos interesante resultan el modo y el medio en que ambos debates tuvieron lugar y la relación de todo aquel devenir con la circunstancia presente. De dicha reunión tradicional de finales de los 80 —motivada por numerosos encuentros y reclamos previos, y compulsada, sobre todo, por indefiniciones de orden práctico que impedían el funcionamiento orgánico de la Asociación Hermanos Saíz (fundada apenas dos años antes)— pasamos en poco menos de dos décadas a unas jornadas de reflexión ganadas por el empuje intelectual de individuos concretos, interconectados y conscientes de su rol dentro de un sistema. Sistema que para entonces había naturalizado e integrado el pensamiento crítico al funcionamiento institucional y social.
El hecho de que tales encuentros, a los que podrían sumarse muchos otros, desde los diálogos con Fidel en 1961 hasta la fecha, se activan sobre todo en momentos y circunstancias específicas, sin conferir la misma importancia a la interlocución cotidiana y efectiva que se hace notar mucho más como consecuencia del laboreo incesante de las llamadas redes sociales. Gracias a esta nueva instancia de comunicación, tan impensable entonces como insoslayable hoy, el diálogo se ha vuelto instantáneo y horizontal y son muchas las ocasiones en que la certera y oportuna intervención institucional brilla por su ausencia.
Sobre esta realidad gravitan la intermitencia de nuestra interacción, dependiente en gran medida de la permanencia en los puestos de trabajo estatales, la conectividad ubicua y el activismo incesante (y poco aprovechado por nosotros) de la gran masa de cubanos residentes en el exterior y la carencia de estrategias institucionales de capacitación masiva para el trabajo en redes. Transferir a este nuevo ámbito de comunicación la perniciosa práctica de no discutir los problemas, con tal de eludir su complejidad y urgencia de solución, reproduce y afianza la idea de que podríamos funcionar sin la institución.
¿Pero qué ocurriría si aceptásemos que esa falta de operatividad institucional en las redes sociales se transfiera ingenua o intencionadamente al funcionamiento real de todo el sistema institucional? ¿Qué efecto resultaría de ignorar la enorme cobertura institucional de que gozan el arte y la literatura en Cuba, como consecuencia de la prioridad concedida a este sector por el Estado y el Gobierno cubanos? ¿Cómo quedarían nuestras instituciones si se les aplicara el criterio de selectividad negativa con que suele leerse nuestra historia cultural más reciente y se comenzara a valorar su gestión solo por los errores que han cometido y cometan cada día? ¿Podría darse el caso de que la práctica comunicacional antes descrita conduzca al sobreentendido de que la vida cultural cubana podría sobrevivir, al nivel que la concebimos hoy, sin el soporte institucional que la trajo hasta aquí? ¿Alguien podría llegar a suponer que la vida cultural de nuestro país, la misma que ha formado y alimentado las expectativas de los miles de artistas profesionales que hoy existen, podría sostenerse, siquiera un día, en condiciones de libre mercado y sin el millonario respaldo que ofrece nuestra amplia red de instituciones, con todo y sus imperfecciones funcionales?
Muy relacionado con estas preguntas y silenciado con frecuencia en las redes sociales están los espacios de libertad y participación cotidiana que esa misma institucionalidad ha ido construyendo a lo largo de estos 60 años. Dichas plataformas activas van desde las revistas especializadas hasta la actividad creativa directa, especialmente en manifestaciones como el teatro, la literatura, las artes plásticas y el cine. Tan entronizada está la lectura selectiva de nuestra historia y la magnificación de nuestros errores tácticos que apenas reparamos en la cobertura expresiva que esa misma institución ofrece cuando potencia, produce y pone en circulación obras de alto nivel crítico, entendidas como complemento indispensable y asumidas la mayoría de las veces desde la inclusión y el diálogo, no exento a su vez de contradicciones y errores.
A estas preguntas y temas, que para nada pretendemos agotar en esta breve nota introductoria, responden los textos que abren este especial y responderán seguramente los que iremos agregando en los próximos días, derivados de las intervenciones que se produzcan, tanto en la Primera Conferencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura como en el Tercer Congreso de la Asociación Hermanos Saíz.
Me parece muy buena esta intervención, es objetiva. Últimamente está de moda hablar solo de las “manchas en el sol” y habrá quien piense (sobre todo jóvenes sin referencias de momentos anteriores) que nuestras instituciones son aparatos inservibles. Bien, con miles de errores, pero son las que han permitido que en cultura, estemos donde estamos, que haya tantos miles de graduados, que tengamos músicos excelentes, y creadores de todo tipo. El neo liberalismo tiene esa marca y no lo oculta. Lo primero es destruir toda institucionalidad, y si no puede destruirla, destruye la imagen que tiene la gente de ella. Solo así estará la puerta abierta para el dinero y las decisiones de ahí en adelante se tomaran en base a esa referencia única y exclusivamente. No nos engañemos, que la industria hegemónica del entretenimiento sea fuerte no quiere decir que la cultura sobreviva a ella. Sobrevive lo que da dinero, todo lo demás muere. Alerta Cuba que hay mucho que defender!!!
Los detalles en este texto son importantes. Así se arma un buen argumento. La libertad de expresión es algo muy grande y está sujeta, también, a la interpretación de cada cuál, según las circunstancias de cada cuál. No es lo mismo la libertad de expresión en un alcohólico, que en una ramera, que en un científico, que en un policía, etc. Porque aunque el concepto sea el mismo, el oficial, el académico, cada persona lo interpreta y lo construye con el día a día. Buen texto, Jaco, para pensar y seguir repensándolo.