Ser y otra vez ser, recomenzando siempre.

Fernando León Jacomino
23/7/2019

Ediciones Matanzas ha reeditado la novela La luz y el universo, del poeta, narrador, crítico y sociólogo Jorge Ángel Hernández, Premio Soler Puig 2001. Se trata de una edición profesional y cuidada que se beneficia del tiempo transcurrido desde su publicación por la Editorial Oriente, en 2002. Cuenta una historia dramática e intensa que  en esta edición alcanza 120 páginas, al cuidado editorial de Norge Céspedes y con diseño de portada de Johann E. Trujillo. Abordamos al autor con algunas interrogantes.

Novela La luz y el universo. Foto: Cortesía del autor
 

Fernando León Jacomino: ¿Es La luz y el universo una historia de formación del personaje, al modo de muchos clásicos del género?

Jorge Ángel Hernández: Para mí, La luz y el universo es más que una historia de definición y aprendizaje, aunque parta de esa fórmula tradicional de la novela. De ahí que el niño cuente lo vivido desde una perspectiva contaminada por un largo tiempo de acumulación de recuerdos y, a la vez, se resista a abandonar ese instante de su vida. Esto me llevó al uso de una temporalidad compleja, que se coloca bastante bien gracias a que se cuenta de una manera diáfana, centrada en el conflicto humano antes que en los ejercicios de experimentación espacio-temporal. Esto ha llamado la atención de varios lectores de otras obras mías, de notable complejidad referencial en el discurso narrativo, como Hamartia y Los graduados de Kafka, que usan el humor y la sátira más como vehículo de pensamiento y cuestionamiento social profundo que como recurso de comicidad.

FLJ: Más allá de la necesidad personal de contar una historia, ¿tenías un objetivo de llamado social, emparentado con tu vocación ensayística, o sociológica?

JAH: Me interesaba al escribirla, y me interesa más hoy día, el sisma familiar que iba a cundir en nuestra sociedad. El cambio radical revolucionario, que sacudió el lastre de sumisión política y social, incidió mucho menos en las estructuras simbólicas patriarcales, o en el entramado de prejuicios morales. Sé que no estamos en los mismos limbos anquilosados del pasado, decir eso sería poco menos que tonto, pero me preocupa que el avance es más tardo de lo que la cultura necesita para hacerse raigal, y mejorarse, más allá de actitudes desafiantes. Quería que en la novela, la conducta del padre del niño que narra su historia sirviera como pivote de rechazo al patriarcalismo naturalizado, aunque es cierto que, en el caso específico de La luz y el universo, este padre va más allá de conductas comunes, pero eso se debe solo a la fuente, que es justamente la actitud de mi propio padre: lo vi, a mis cinco años, apuntar con su pistola a los ojos de mi madre, tal como se describe en el capítulo inicial de la novela. Y aunque la ficción puso bastante en el desarrollo argumental, las actitudes, expresiones y conceptos del padre se resistieron a cambiar, a abandonar su origen real, testimonial, y me trajeron los principales dolores de cabeza a la hora de resolver las estructuras narrativas.

Tal vez ese discurso tramposo de narrar un pasado remoto como si fuera inmediato, aportó la solución y me permitió concluirla, pues fue un proceso largo, aunque sea breve el texto. En este punto tengo que agradecer al novelista Agustín de Rojas Anido sus llamados de atención cuando leyó la versión original; y le agradezco, ya póstumamente, aunque lo hice en vida y en el espacio público, el entusiasmo que mostró con la historia, al extremo que casi me forzó a desengavetarla y a enviarla al concurso Soler Puig, de la Editorial Oriente, que para mi orgullo ganó. En sus comienzos, cuando aún me impulsaba en su escritura, tuvo un par de lectores que me empujaron a ese punto que luego entusiasmara a Agustín, cada uno a su modo; fueron la filóloga y amiga Gloria Elvira Sánchez, a quien agradezco otras lecturas de procesos de trabajo en una época en que nos divertíamos por encima de todas las crudas contingencias de la vida, y al escritor matancero Aramís Quintero.

FLJ: ¿Hay influencias, homenajes palpables y otros tópicos en la novela?

Autor Jorge Ángel Hernández. Foto: Internet
 

JAH: Sí; hay varios, probablemente algunos que yo mismo no advierto a estas alturas, aunque me gustaría destacar a tres peruanos. Primero, el homenaje a José María Arguedas, uno de mis maestros en la comprensión de la literatura, que es evidente y se hace explícito en el capítulo VIII, “Caballos como el viento”. Segundo, a José Carlos Mariátegui, con cuya obra aprendí tempranamente a no disociar la literatura de la idea que nos vamos haciendo de la vida. Y tercero, a César Vallejo, maestro incalculable del desgarramiento humano, la síntesis de la palabra y la concentración de la frase. De entre los muchos puntos que tienen en común, creo haberme apropiado de parte de su entrega a la causa de las clases históricamente oprimidas.

En cuanto a otros tópicos, como la perspectiva acerca de lo religioso, mi concepto es gramsciano: defiendo la fe popular que funciona por necesidad individual, fuera del dominio de cualquier institución. Es una idea que también hallamos en José Martí. Como soy ateo, traté de llevarlo a la novela no solo desde la perspectiva de la institución religiosa, sino además focalizando el ateísmo fanático que se negaba a comprender tanto las bases martianas como las de Gramsci. Me gasté mis licencias, pues la ficción no es un tratado, y la gravedad analítica puede frustrar la historia.

Por encima de todo, es importante para mí reconocer el saber y la capacidad de entrega humana del campesino, venido a menos por el tremendo proceso de urbanización que sufrimos; defender a toda costa su derecho a convivir con su propia cultura y su sistema de evaluación de lo que le rodea. Entre otras cosas, que espero cada lector encuentre según el interés y la posibilidad de cada cual, mi homenaje a maestros de escuela que fueron importantes en mi posterior decisión de optar por la escritura como necesidad primordial del ser que soy. No hay ser o no ser para mí en este caso, sino ser y otra vez ser, recomenzando siempre.

FLJ: ¿Satisfacciones que le haya traído La luz y el universo?

JAH: En primer orden, esta novela me ha conseguido lectores que buscan solo disfrutar de una historia, seguir el curso de los acontecimientos y emocionarse con los desenlaces dramáticos, o reírse con algún que otro toque simpático, sin preocupaciones por los intríngulis de la creación literaria y sin interés por detectar las técnicas de fondo. Gente común, como la mayoría de los personajes que la pueblan. Siento además que rescaté algo de justicia poética a favor de mi madre, la persona que decidió cargar sobre sus hombros todos los sacrificios familiares.

FLJ: ¿Insatisfacciones?

JAH: No haber podido borrar de mi memoria la violencia de esos días de separación definitiva de mis padres, a pesar de que soñaba con exorcizar los fantasmas que por años me habían asediado.

FLJ: ¿Qué espera de esta nueva edición?

JAH: ¿Un éxito rotundo? Broma aparte: lectores y lectoras que sientan y comprendan la historia, que saquen para sí lo mejor de los desgarradores sucesos que narra.