Semilla y eco: Acerca de Soleida Ríos

Caridad Atencio
24/3/2017

Que es un destino la forma, que es un fruto la forma, ya lo sabemos. Qué pensar cuando se funden el rezo, la nota biográfica, el poema, la estricta memoria, el verso de otro que acompaña mi suerte y mi inspiración. De los cuerpos que crean su propia cáscara, y luego como un reto inevitable la arrancan, se la comen. Semejante reflexión la produce Secadero, un libro de Soleida Ríos, de bellísima y funcional portada [1]. En él la autora prueba, como Valery, que ama los actos y los ejercicios del espíritu, no la literatura. Por eso en el libro abundan los instintos en pos de una genealogía –la palabra en la tierra, la palabra dando testimonio del camino sobre la tierra– y el recuerdo puede volverse imagen, y se confunde como voces que llegan deshilvanadamente, no por gusto en un paladeable subjuntivo. Como las anamnesis de Barthes, estos no son recuerdos que quedan, sino que se escapan de la caja innombrable y ambigua de una mente en silencio. Así la evocación, un gesto que se multiplica hasta el absoluto, pudiendo ser tan simple, permite en su cámara de espejos desbocar la emoción; así letanías, rutinas alimentan el goce de paladear lo oral. Su cuerpo, su visión y su deseo destejen un hecho, y con imaginación y dolor –siempre de un mismo lado– lo complejizan.


Foto: Archivo La Jiribilla

Muchas veces con impulso invisible se coloca por delante el testimonio o el testigo. Desde la memoria –centro irradiador de este libro y de una zona de la poética de la autora– se ilumina la vida, la crítica literaria, el texto autocensurado, el diario de viaje, la crónica, la trashumancia bordada bajo el nombre de los lugares que balbucean o gritan, gimen el desasosiego.

Mito e historia, como afirma Rogelio Riverón, parecen ser efectivamente el flujo y el reflujo de su obra. El eco silba como un hilo muy fino que corta, y son las fechas punzones que se pierden en el todo. Por ejemplo, el texto “Un discurso (roto) de Cuba… o tres marcas in–formes sobre el papel” se constituye en tejido que es a un tiempo reconstrucción de un mito (el del Pájaro de la Bruja) y paratexto de su poema del mismo título. Se multiplican versos y fragmentos de otros: más que citar “las  voces”, estas se derivan en la medida en que pueden ser útiles a su autora en sus instintos. Se confunden a veces los hechos y las visiones. Hay un regusto en paladear los nombres de los palos y animales del monte, rezumada la esencia tojosista de sus primeros libros [2], e intención de utilizar verbos hoy un poco en desuso que son aún empleados en las zonas rurales de la Provincia de Oriente –concepto aún poderoso en la mente del cubano–. Asimismo, es importante para la escritora restaurar y revivir la sabiduría popular y religiosa dentro de la poesía. De ello quedan hermosas pruebas como las siguientes:

“y aún así daré gracias porque sabré alguna vez que todo cuanto recibimos habrá de ser un merecimiento y –por esta y otras llevadas razones–, cuando algo recibimos, siempre, algo hemos de perder [3]”.

“… Todo el que llega a la vida de uno o se pone en el camino de uno no viene para quedarse. Puede venir para ayudar a desenvolver causas. Y las personas vienen y se van. Desaparecen… Eso está un poco crudo, ¿no…? En el ser humano… no estamos acostumbrados a esa conformidad, porque no está uno en la profundidad de las cosas [4]”.

Por eso decimos que une testimonio y dramaticidad. Lo dramático cerrándole el paso a lo testimonial o propiciándolo a veces. Bien decía Martí que en lo lírico hay cierto elemento dramático. Aferrándose a los sentidos del todo, ciertas fijaciones de la mente tienen valor. Por eso decimos que fervor y oralidad entretejen el festón de este libro. En el mismo se realiza el peligroso despliegue hacia lo cotidiano –donde no todos los árboles dan fruto–, aunque se anhele escribir como un conjuro y entretejer fervientemente un hilo hasta el infinito. En la peligrosa aventura de escribir pueden venir recuerdos que jamás habría querido que vieran la luz. El clima se puede volver apocalíptico. El corazón tiene que estar puro para que se presente la intuición, según Clarice Linspector. Digamos que en varias ocasiones la autora sale airosa para mi gusto, no como otras escritoras que, colocadas ellas mismas como centros de vida o irradiadores de su poesía, la mancan, dando lugar en ella a cualquier impreciso accidente cotidiano.

Hay varias evocaciones del poeta Ángel Escobar, incluso citas. De los dos textos dedicados a él prefiero “Donde nos espera Ángel Escobar”, por ser más espontáneo; como destaco igualmente el texto que encabeza el libro porque funciona como introducción y poema propiamente, como sitio del que emanan trazos de su poética de forma abierta, pero esto también ocurre en algunos de los otros [5]. ¿En esa heterodoxia de la forma habrá una nueva ortodoxia? Más allá de la madurez de su estilo y la preferencia de unos textos por sobre otros, los libros de Soleida me provocan preguntas, en vez de celebraciones. En este primer entramado se hace un recuento, un viaje por sus varios libros, hay crítica de su propia obra literaria, indicios de sus ejercicios escriturales: insertar–reinsertar lo escrito antes en las tentadoras teorías sobre el lenguaje que devienen con la postmodernidad. El texto se remonta al entramado lenguaje  ⁄ historia ⁄ lenguaje. Se amalgaman en esta primera entrega confesión, intención, logro. ¿Cuál es el punto en que la voluntad se hace invisible y emerge la eficacia expresiva, que sin lugar a dudas existe? El deseo de refundir su estilo sobre la impronta de la obra de las nuevas generaciones de poetas es un acto consciente, pero, ¿hasta qué grado el libro es realmente escritural?, ¿hasta qué grado es verdaderamente escritura? Es una pregunta difícil de contestar. Afloran sí el golpe de Vallejo, el soplo de oralidad y de cargas dramáticas que nacen de esta vida caprichosamente cocida y congelada. La semilla sabe que ya ha emprendido el viaje contrario, el esperado, que cursa para muchos sin palabras, pero que en el poeta surca a modo de eco. Memoria sin el oropel de la memoria enterrando sus uñas en las puertas de la poesía.

 

Notas:
 
1. Soleida Ríos. Secadero. Ediciones Unión, La Habana, 2009. La cubierta lleva una foto de Juan Carlos Alom.
2. En el texto introductorio al libro, la autora lo reconoce: “El contexto geográfico por excelencia para mí ha sido el campo cuyo mapa metafórico ha incidido profundamente en mi escritura”. p. 10.
3. “1986. ¿Miedo… al negro?”, p. 74.
4. “Sarayeye”, p. 106.
5. Muestras del primer texto: “Segunda conclusión: la poesía me ha otorgado una identidad”. p. 12. “Mi escritura es esencialmente terapéutica, y en cierto sentido es también un acto mediúmnico”. Véase también el párrafo que sigue. p. 12. En el cuerpo del libro pueden leerse estas ideas: “Escarbo, trazo imágenes. Estas paletadas de tierra pretenden enseñarte mi miedo. Es fuego de arqueólogo que no sé si será recompensado. ¿Qué puede uno exhibir como verdad si no es aquello que más le mortifica? O lo   descalifica. p. 23. “La poesía: una capacidad de ver. Y esa capacidad te reviste de una fuerza, te coloca en un centro”, p. 92.