Selección de poemas

Clara Lecuona Varela
31/3/2017

Cuando al fin descubro que estoy sola

Nadie pregunta en qué terrible sudor

voy a lavar mis fantasmas.

La ciudad es sabia, la ciudad es todo

y no se sabe.

Yo misma antes lo he escrito:

" Se necesita un violín, un poco de esperanza".

Pero es costumbre no escuchar,

hacerse viejos bajo los trenes.

 

Brindemos por mi muchacho,

el de los grandes ojos que murió feliz

sobre un pedazo de madera.

Entonces llover será la causa primigenia de la vida.

Escucha…

tengo los pies llenos de animales

y en más de una ocasión he pintado sus noches

a la luna.

La ciudad es siempre lluvia

o Clarita que espera.

Al final
 

Después de comprender el amor

y desafiar su intento,

ser incapaz de amar sin mutilarme.

No puedo aceptar su breve paraíso,

el frugal esplendor que cataliza

todas las lunas en mis ojos

y hace de los suyos

la brutal transparencia que me exime.

 

Palabras al oído de un muchacho del siglo XVIII

Mi madre duerme.

Sobre su cabeza

los peces iluminan el camino.

A pesar de la luna y su mirada triste

puedo subir los pies de la noche,

galopar su lomo oscuro

mientras las casas duermen.

Sospecho en tu frente la otra mitad de mis párpados,

el invierno gravitando entre tus manos

como sílaba primitiva.

Qué ventana se abrirá

para saber que estamos solos,

que somos los últimos del viaje.

Los girasoles se despegan de la puerta,

me pintan las ganas de amarillo

y volver a sentir es una frase ambigua

si habitas un libro, una taza de nieve

cuando es temprano para sembrar palomas.

Pero los peces caen, mi madre ya despierta.

 

Gracias a Dios, he vuelto a creer en la inocencia,

en esa otra galaxia

donde seremos.

Rapsodia

Hoy mi padre ha llorado

intentando ver en el piso algo más

que la vida… algo más.

Yo he anudado sus cordones

en busca de una hilacha

que nos regrese en el tiempo.

Ah, Padre

cuánto deseo acunarte

y verte correr por los campos.

Bajo mi blusa un gorrioncito

alza vuelo y es triste.

Supongamos hacia dónde empina

su cabeza.

Aún aletea como una luna

de mis ojos a tus ojos.

La guitarra sienta pensativa

un brazo sobre tu hombro.

Yo hago como que no la veo

y ella desparrama sus cuerdas

una a una regreso a la infancia.

Bendita infancia colmada de música

y cuentos como nadie podría escribir.

Bendito por siempre tú,

que has llorado en mí

todas tus lágrimas

sin verlas.

Un vapor muy blanco navegando hacia la tristeza

Soy una extraña que reza entre la multitud.

La patrona morenita mira al frente

como yo ante los riscos

presta a saltar desnuda por donde Concha

tomó su vapor

buscarla entre todos y suplicar no se vaya,

que el tiempo de emigrar no contrasta con la noche,

con la maravilla del agua.

 

Alzo lenta los párpados frente a las vidrieras

como un muchacho pudoroso rogando al mar

una combinación en el espacio

donde no existan lágrimas.

Es mi penúltima luna en Tenerife.

De algún modo

permaneceré anclada a su esplendor,

Allí el Puerto de la Cruz asoma sus discotecas.

Pero el océano es un rito que no aciertas a esquiar

en la nieve de mis ojos,

pero el espacio se entrega a estaciones audaces

e impredecibles

y sólo tu voz me salva.

 

Desagradecida asumo una verdad

mayor que tu agonía.

Una anciana con los ojos más tristes del cielo

recogió sus ropas de moza,

caminó por las calles

aguardando por un vapor que nunca vino.

 

No logro distinguir entre la niebla y lloro

porque esta ciudad se me asemeja a un sudario

y no puedo sobornar al tiempo.

Evito el peligro, el amante que no entiende

mis códigos secretos

donde jóvenes y ambiguas pupilas

se adhieren a los cristales

se alejan

como un vapor

navegando hacia la tristeza.

Al borde presuroso del deseo

Los puertos se abren al escándalo público.

Un hombre triste y luminoso como un elfo

pasa por mi espalda con su circo de fantasmas

y yo voy a hacerle un poema.

Caído de su estrella

ignora que la soledad es un manto enorme

sobre el cráneo,

que pesa tanto como el cielo

y no es el cielo.

Me dice:

"La guitarra tiene alas

ojos de cuerda insensibles

tristezas inconmovibles

flores sobre las escalas".

 

Pero más allá de lo posible está el silencio,

la tersura del agua que arrasa con su verso.

Él puede no saber

y nadie quiere imaginar

que choca su copa en el espejo

y el doble no es el doble, es la orilla insalvable.

A este hombre que salta mojado de animal y castigo

quiero hacer un poema,

pero al final la palabra jadea

y le pido perdón a Dios y a los poetas

como si nunca el monstruo de la muerte

mitigara su deseo.

 

Tomado del libro Antología de poemas cósmicos fúnebres y líricos de Clara Lecuona Varela, por Fredo Arias de la Canal. Frente de Afirmación Hispanista, A. C. México 2002.

 

Ficha
 
Clara Lecuona Varela: Poeta, narradora y crítica literaria. Santa Clara, Villa Clara, 1971. Ha sido premiada en poesía, narrativa, décima y crítica literaria. Ha publicado De la remota esperanza (Mecenas, 2000, poesía), Antología de poemas cósmicos y líricos de Clara Lecuona (FAH, México, 2002), PreTextos (Mecenas, 2003), Estancias (Mecenas, 2007), Fragmentaciones (Sed de Belleza, 2007), Lattes Capuccino (Editorial Oriente, 2011) Su obra ha sido antologada en: Los parques, Jóvenes poetas cubanos (Mecenas – Reina del Mar editores, 2001) Antología de la poesía cósmica cubana, (FAH, México, 2002). Antología de la poesía de nueve potas hispanoamericanas (FAH, México, 2004). Antología cósmica de la poesía femenina en Cuba, (FAH, México, 2007), Queredlas cual las hacéis. XXI jóvenes poetisas cubanas del siglo XXI, (Editorial Abril, La Habana, 2007). Pertenece al movimiento internacional Poetas del Mundo, cuya sede principal se encuentra en Santiago, Chile.