Sandra Lorenzano y la tercera patria imaginada

La Jiribilla
1/2/2016

Si hay una circunstancia que ha marcado a la poeta, ensayista y narradora Sandra Lorenzano, es el exilio. “Forma parte intrínseca de mi historia y mi memoria —asegura—. Creo que uno es siempre lo que ha vivido”. No sorprende, entonces, que esa sea una experiencia latente en gran parte de su obra, o que en su manera de comunicarse con los otros apele, casi todo el tiempo, a un universo lingüístico híbrido, plural.

“Quizá es muy sutil, pero hay un pequeño quiebre en la lengua que muestra que no soy del todo argentina o mexicana. Lo perciben en ambos lados. Aquí también lo sienten, ¿no?”, dice mientras conversamos durante su visita a Cuba, solo unos días antes de darse a conocer los ganadores del Premio Literario Casa de las Américas.


Foto: Tomada de La Ventana
 

Invitada a participar por primera vez como jurado en la categoría de Ensayo artístico-literario, Sandra Lorenzano debió evaluar más de 30 obras en concurso, junto al puertorriqueño Julio Ramos y la cubana Mayerín Bello. “Realmente estoy feliz con el premio que dimos, fue una decisión unánime, igual que las dos menciones. Ha sido una experiencia maravillosa. Se trata de un reconocimiento importantísimo y ello implica una gran responsabilidad. La verdad es que me siento enormemente agradecida”.

Según afirma, uno de los principales méritos de los trabajos que se presentaron al certamen, estuvo en “la variedad de temas, enfoques, intereses y maneras de hablar sobre el mundo literario, artístico y cultural latinoamericano”. Aun así, advierte en esas aproximaciones y miradas, la falta de una dimensión continental.

“En las obras que recibimos hay una gran ausencia: no encontramos ensayos que permitan pensar Latinoamérica en su conjunto. Son materiales interesantes, algunos muy bien hechos, profundos, pero siempre acotando muy bien el tema de interés. ¿Será que se ha vuelto inaprensible nuestro continente? ¿O será que no nos atrevemos ahora a pensarlo en general? Tal vez el azar hizo que este año fueran así los ensayos. No lo sé, pero es un tema que me llama la atención, porque me interesa América Latina en su conjunto”.

“Prefiero un ensayo que no termine de cuajar, pero que se arriesgue en el tema y la manera de abordarlo, que algo convencional y aburrido que haya sido dicho 20 veces”.

Ha dicho en otras entrevistas que prefiere la literatura que no tiene certezas, aquella que no es “grandilocuente” o “vociferante”. En el caso del ensayo, ¿qué sería lo más significativo?

Una de las principales cualidades es que presente un enfoque novedoso e interesante. Prefiero un ensayo que no termine de cuajar, pero que se arriesgue en el tema y la manera de abordarlo, que algo convencional y aburrido que haya sido dicho 20 veces. El ensayista debe comprometerse con lo que ha elegido, llevar el desarrollo de sus ideas hasta las últimas consecuencias; no repetir discursos ya aprobados, sino mostrar un cierto nivel de riesgo.

Además, debe ser una propuesta que pueda extrapolarse a contextos mayores, un ensayo que nos deje algo a todos. ¿De qué manera se construye eso? Bueno, ese es el chiste también de la gran literatura: habla de cosas muy pequeñas que se vuelven universales. Suena a lugar común, pero es así. 

Otra característica fundamental —quizá una de las más difíciles— es que tenga un estilo literario sugerente y personal. No es nada más el tema, el contexto, la bibliografía, la metodología… un ensayo debiera ser, también, un artefacto literario que funcione, que aporte y conmueva.

Los vínculos que la unen con Argentina y México resultan esenciales en su acercamiento a Latinoamérica desde el ejercicio de la escritura. ¿Qué afectos, imágenes, sentimientos, conforman ese espacio que la une a ambas naciones y que ha definido como “una patria imaginaria”?

“Un ensayo debiera ser, también, un artefacto literario que funcione, que aporte y conmueva”.Esa tercera patria es la que armo con el equipaje afectivo donde se juntan mis dos países. ¿Qué hay ahí? Muchas cosas y muy diferentes, todas vinculadas a lo que amo. En la Argentina está mi infancia, la familia y ciertos vínculos que —aunque pase el tiempo— uno sabe que perduran y te sostienen. También hay una parte de mucho dolor asociada con nuestra historia, con la dictadura, con los seres queridos desaparecidos.

Curiosamente, además de un lugar de afecto y complicidades, en los últimos años he construido un espacio para mi trabajo y mis libros. Eso hace de mi unión con la Argentina no solo una melancólica relación con el pasado, sino una productiva y rica relación con el presente.

¿Qué hay de México en esa patria imaginada? Todo lo demás, que es mucho. Amigos y amigas entrañables, mi pareja, una hija y, por supuesto, una gran familia que forman otros exiliados con los que creé lazos de una fuerza extraordinaria. Hace más de 30 años imparto clases, entonces, la felicidad que me da encontrarme en la ciudad de México con mis estudiantes, o los que fueron alguna vez mis estudiantes, es algo que no tiene precio y solo me puede pasar ahí. Mi historia en ese país ya tiene casi cuatro décadas, es un largo tiempo de compromiso y amor.

De los años que vivió en el exilio, ¿existen huellas permanentes en su cosmovisión del mundo y de la creación literaria?

Siempre me ha gustado decir que México me descubrió la libertad, porque venía no solo de la dictadura, sino de una sociedad muy rígida y autoritaria, que propició la llegada de los militares al poder. En un primer momento, trataba de no tener ninguna relación con la Argentina. Sin embargo, cuando empecé a escribir, me di cuenta que eso no era posible, también soy parte de esa historia.

Algo que aprendí enseguida es que odio el lado plañidero del exilio —debe ser de las cosas que más odio en la vida— porque digo, para empezar, que el exilio se terminó en el año 1983, cuando pudimos volver a la Argentina porque hubo un gobierno democrático. Si nos quedamos es porque quisimos, no por exiliados. Esa fue una elección.

La vida en México me ha enriquecido tanto que no cambiaría esta experiencia por nada del mundo. Para mí, representó la posibilidad de descubrir América Latina, que era algo que todavía en 1976, en Buenos Aires, parecía muy lejano: mirábamos poco hacia el resto del continente. Entonces, México nos enseñó a ser muy respetuosos de los otros, no solo de las culturas indígenas, sino también del otro próximo.

Cuando se sienta a escribir según ha afirmado en otras ocasiones le acompañan todos los libros y autores que la han marcado. ¿Cuáles de esos referentes constituyen influencias vitales en su obra?

Creo que depende del momento en que me acerqué a ellos. Cuando era chica, por ejemplo, leía a Julio Verne, Salgari, Stevenson; esas son lecturas frecuentes cuando uno es muy joven. Además, en aquellos años, Mujercitas fue un libro que, para muchas mujeres de mi generación, resultó clave, al punto de que todas queríamos ser como el personaje de Jo March, la escritora.

Luego me convertí en una lectora apasionada de Cortázar y de toda la tradición argentina, y ya casi llegando a México me volví fanática del existencialismo francés. Entonces leía mucho a Sartre y a Albert Camus. También, como buena adolescente, leía y escribía poesía. Mi madre nos decía muchos poemas de la Generación del 27: Lorca, Gerardo Diego, Pedro Salinas…, así que crecí con toda esa influencia.

En México descubrí otro mundo literario. Llegué allí el 9 de julio de 1976 y, poco después, una profesora me regaló dos libros que fueron importantísimos en mi acercamiento a ese país: El llano en llamas, de Juan Rulfo y Balún Canan, de Rosario Castellanos.

Desde entonces, entre los autores que me acompañan está, además, Octavio Paz. Su poesía es una de las maneras en que vuelvo a encontrar mi centro en la palabra literaria. Cuando tengo que construir un silencio interior que me permita escribir, ¿sabes qué me ayuda? Leer su poema Piedra de Sol. Es una obra a la que vuelvo una y otra vez.

Otro autor fundamental para mí es Fernando Pessoa, el poeta portugués. Alguna vez me preguntaron cuáles serían los 10 libros que me llevaría a la famosa “isla desierta”. Y es difícil responder algo así, pero una obra sería, indudablemente, el Libro del desasogiego, de Pessoa. También Virginia Woolf y su novela Las olas, por ejemplo, me siguen deslumbrando. Seguro he dejado millones de autores fuera, pero estos, por diferentes motivos, han cumplido un papel en mi vida.

“Gran parte del problema de escribir, es ese: sentir que detrás de ti tienes toda la tradición. Al menos en mi caso, creo que nunca voy a terminar de encontrar esa voz. Es algo que queda en la mirada y en la sensibilidad de los lectores”.

Decía que, en el caso del ensayo, es importante tener una voluntad de estilo, lo cual puede aplicarse, también, a la literatura en general. En su caso, ¿cómo logra conciliar la existencia de todos esos referentes que mencionaba con la búsqueda de un modo propio de decir?

Es una pregunta difícil, porque gran parte del problema de escribir, es ese: sentir que detrás de ti tienes toda la tradición. Al menos en mi caso, creo que nunca voy a terminar de encontrar esa voz. Es algo que queda en la mirada y en la sensibilidad de los lectores. Quizá hay autores muy satisfechos consigo mismos, pero si es así, ¿qué escriben? Siempre he pensado que uno se dedica a la escritura por insatisfacción, porque hay algo que está faltando en la vida y que se necesita buscar. Cuando uno siente que ya llegó, que ya lo encontró, corre el riesgo de quedarse sin escribir. Entonces, lo que hago está en un determinado camino, pero todavía falta, hay que seguir trabajando.

Este no es su primer viaje a Cuba, pero sí es la primera ocasión que participa como jurado del Premio Casa…

Sí, y fue un honor haber sido invitada. Es imposible describir la emoción que representó para mí estar estos días en Cuba. Desconozco si es posible repetir la experiencia de ser jurado una vez más, pero si lo permiten, definitivamente quisiera volver. Aquí hay una generosidad que ya no se ve en ningún lado, y eso es algo que, de alguna manera, quisiera retribuir. Además, a todos nos duele lo que pueda pasar con Cuba, estamos preocupados, a la expectativa. Tenemos la mirada sobre este país y sabemos que es esto lo que queremos defender, que no se pierda la esencia de lo que ha costado tantos años construir.