Raúl Roa director de Cultura 1949-1951 *

Luz Merino
18/4/2019

Hace setenta años Raúl Roa combinaba su trabajo como decano y profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de La Habana, con la responsabilidad de dirigir la cultura, al asumir en 1949 la Dirección de Cultura (DC) del Ministerio de Educación.

En Cuba, después de 1933, se abrió un espacio convulso de pugnas por el poder que se expresaron en los conflictos entre los partidos políticos. No obstante, hay una zona de elementos comunes: la necesidad de modernizar y actualizar el Estado. A partir de 1934 se advierte una reestructuración institucional, comienza una política de reajustes y el Estado pretende desempeñar un papel más dinámico en la economía y en la sociedad.

Lo anterior habla de un cambio de signo en las relaciones de poder, ahora las transformaciones, lo nuevo, proviene del Estado o es propiciado por este, quien se asume como dispositivo regulador de la economía, la sociedad, las relaciones internacionales y la cultura.

Raúl Roa director de Cultura 1949-1951
 

En este nuevo escenario de transformaciones, Jorge Mañach será nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes (1934) en el gabinete del Dr. Carlos Mendieta (1934-1935). Desde la nueva responsabilidad, Mañach se propuso algunos cambios, que podríamos calificar de esenciales y acordes con las acciones que se generaban en aquel horizonte histórico y las ideas del crítico.

La recién inaugurada DC superaba el restringido concepto de Bellas Artes y se organizaba en diferentes secciones, impactaba en el campo artístico pues se constituía en un dispositivo para hacer y difundir la cultura. Se institucionalizaba un espacio de iniciativa estatal, se conformaba una estructura y se convocaba a la intelectualidad a involucrarse en el proyecto.

Así se fue diagramando la nueva dirección. Vinculada desde su surgimiento con la Educación, primero con la Secretaría y posteriormente con el Ministerio. El primer director fue el Dr. José María Chacón y Calvo, quien se desenvolvió aproximadamente durante un decenio. Este primer momento estuvo marcado por el interés en diseñar y ejecutar un programa cultural con la cooperación de los intelectuales que se integraran al proyecto, así se logró editar la Revista Cubana, órgano de la dirección, e iniciar el proyecto de las misiones, concretar los Cuadernos de Cultura, así como la instauración y desarrollo de las Ferias del Libro. El lema de esta dirección fue “la neutralidad de la Cultura”. Lamentablemente, Chacón no pudo cristalizar todo lo programado, pues no tuvo el respaldo económico necesario para ello.

Con la llegada de Ramón Grau San Martin al poder, aparecía un nuevo gabinete y asumió la DC el profesor de escultura de la Academia de San Alejandro José M. Casagrán (1946-1949). Su programa heredó los logros y limitaciones de la dirección precedente. En su discurso inaugural declaraba su interés “por difundir la cultura en todas sus manifestaciones, en todo el territorio y entre todas las capas sociales, y enfatizó que no habría sectores privilegiados”. Por ello su lema resultó “la cultura es indivisible y al alcance de todos”. El presupuesto asignado fue ínfimo y el director no logró llevar a cabo sus proyectos a pesar de coincidir con un momento de cierta bonanza económica en el país.

Este es el panorama que precede a Raúl Roa: el interés de los directores de Cultura por llevar a cabo planes y proyectos, la ausencia de un presupuesto estable y una estructura organizativa que aunaba utopía y realidad. Este es el contexto cuando Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación, propone a Raúl Roa como director de Cultura, bajo el gobierno de Carlos Prío Socarrás. La nueva dupla procedía de la docencia universitaria, particularmente del ámbito académico, jurídico y social, y ocupó los cargos a partir del concepto de servidor público, de funcionario. Los nuevos delegados poseían una comunidad de ideas y proyectos conformados en la tradición heredada de la Revolución del treinta, y deseaban aunar esfuerzos en el diseño y acometimiento de una política cultural.

Raúl Roa, en su discurso inaugural, reconoció la ausencia de una política cultural. Y expuso un programa que descansaba en dos ejes fundamentales: la democratización de la cultura, sin aplebeyarla, y la expansión de esta por todo el territorio nacional. El lema de la nueva dirección “ser culto para ser libre”, sintonizaba con la concepción de que la cultura, democráticamente administrada, debía ser un saber de liberación y no de dominación.

Roa pudo llevar adelante algunos de sus planes, pues se le asignó un presupuesto real y no ficticio del que debía rendir cuentas, además de estar sometido, entre otros, al apremio de la prensa.

Si, como se apuntó, la DC tenía una revista, la Revista Cubana, esta era una edición de perfil histórico literario que, como estilo, había otorgado un bajo perfil a las gestiones de la dirección. Desde otro observatorio, Roa decidió fundar Mensuario, un tabloide que se hiciera eco de las gestiones de la dirección y divulgara los programas de esta. Cuando surgió dicha publicación, existía un conjunto apreciable de ediciones, mas el nuevo seriado se atemperó al medio periodístico cultural. Se diferenció al hacer una inversión de signo e identificarse por la temporalidad: Mensuario, y como subtítulo revista de arte, literatura, historia y crítica. Esta resultó una edición coyuntural de circunstancias que respondiera a la nueva realidad de la cultura, divulgar el presupuesto y un proyecto que debería de difundirse y exponerse en términos informativos. La edición hizo uso de la fotografía de manera profusa, a la manera de las revistas de variedades, para ofrecer las evidencias del proyecto que se llevaba a cabo.

Como objeto, Mensuario resulta hoy día singular en el espectro de publicaciones oficiales de la cultura, pues subvierte el carácter solemne de sus antecesoras y se afilia al tabloide, posiblemente más económico, ligero, manuable, un vehículo informativo más cercano a la prensa. Le otorgó protagonismo a la visualidad, ausente en la Revista Cubana, y se insertó en la tradición ilustrativa de las revistas culturales cubanas en cuanto al diálogo texto/imagen, con la colaboración de Jorge Rigol, Carmelo González, Felipe Orlando, Mariano Rodriguez, et al. Buscó un balance entre la mirada de recate y la contemporaneidad. Incorporó a los jóvenes que representaban nuevas proyecciones, quienes concurrieron con figuras de mayor experiencia; mantiene la tradición de publicar cuentos y poemas inéditos.

Otro elemento caracterizador será el empleo de la fotografía, no solo como medio promocional de las acciones de la DC, sino de las exposiciones, los premios concedidos, las obras de teatro expuestas, las Ferias del Libro, tanto en la capital como en las provincias. Otro aspecto significativo fue el de conceder espacio a todas las prácticas artísticas, con lo cual debutaba con una amplitud de miras y un respaldo a diferentes modalidades: teatro, música, cine, plástica, literatura, irán desfilando por el tabloide acompañadas de reportajes sobre las bibliotecas, así como la convocatoria a concursos.

Mensuario recogió también una práctica abierta por la vanguardia en Europa, la de los concursos y publicaciones de cuadernos, y a la vez se insertó en su propia tradición de la DC desde 1935. Tanto los concursos como las ediciones son mecanismos de financiación de la producción artística. Ahora el interés se centró en los Cuadernos de Arte, dedicados a nuestros pintores modernos: Víctor Manuel, Wifredo Lam, Arístides Fernández y al maestro Leopoldo Romañach, experiencia inaugural, ya que la literatura y la historia habían acaparado las ediciones de los Cuadernos de Cultura anteriormente.

La confluencia de voces típica de las ediciones culturales se expresó a través de: Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Antonio Núñez Jiménez, Guillermo Cabrera Infante, Marcelo Pogolotti, Rafaela Chacón, Juan David, Odilio Urfé, Mariano Rodríguez, et al, con lo cual se podía hablar de una vanguardia que se enroló en un proyecto de la cultural oficial, caracterizado por estar en función de una población masiva, por un lado, y por el desarrollo de líneas creadoras por el otro. Con ello Mensuario se hacía eco de una política triangular que entrecruzaba vanguardia, masividad y experimentación.

Tal vez uno de los mayores aciertos de la nueva política fueron las misiones. Este se convirtió en el vehículo o canal para la difusión de la gestión de la DC, es la parte más visible del proyecto en función de la cultura. En camiones primero y en una rastra diseñada como escenario después, las misiones iban equipadas con carpas, proyectores y una planta eléctrica propia. Se trasladaban a diferentes ciudades, pueblos y bateyes. Se concibió como la invasión de oriente a occidente. A partir de una solución práctica incorporaron nuevas tecnologías en función del proyecto cultural. Era la circulación de diferentes prácticas artísticas: plástica, cine, teatro, ballet, música, cine. Resultaba de indiscutible novedad y con la masividad como proyecto, no como consigna. La democratización de la cultura dirigida y pensada por los intelectuales era un espacio revolucionario, un proyecto amplio de libertad personal y colectiva. La masividad se articulaba como un espacio de confluencia en el cual se interactuaba, así las iniciativas locales se modularon con las misiones, con lo cual se aprovechaba la creatividad del sitio y sus propias demandas, diálogo que modificaba y a la vez enriquecía al propio proyecto.

Es cierto que las misiones existían desde la época de Chacón, pero lo que por razones económicas había quedado circunscrito a las bibliotecas, ahora se expandía por toda la Isla. El proyecto de Roa y su equipo podría parecernos hoy limitado, pero en el horizonte histórico cultural de entones, debió de ser muy innovador, y posiblemente rechazado por algunos. Las misiones además exhibían una doble cara: hacia el público que se enfrentaba y descubría determinados valores, esencias, y para los artistas e intelectuales quienes, desde sus perspectivas, podían aquilatar el fenómeno de la comunicación, el diálogo con la audiencia, lo que los colocaba ante una experiencia inédita que también los retroalimentaba. Es posible que los propios intelectuales no tuvieran conciencia de ello, pero en su vínculo con las misiones y el proyecto de masividad comenzaban a desempeñar un rol como gestores de la cultura, donde se efectuaba un desplazamiento de escenarios, los márgenes del despacho, la oficina, la galería, el teatro se rediagramaban.

Pero, paralelamente a la masificación, se respaldaba el teatro experimental, con obras para la cultura erudita, se promovían los concursos de plástica y las ediciones de libros como vías paralelas, no solo de financiamiento de los creadores, sino como estímulo a la creación. Se le abría un espacio al cine, con lo cual el comentario cinematográfico comenzó a gozar de determinado posicionamiento. Se respaldó a una nueva agrupación, la Asociación de Grabadores de Cuba, y se le editó un álbum. Se alentó el estudio de la música folklórica y de los especialistas que se dedicaban a este saber. Se promovían exposiciones internacionales, como la de pintura francesa en colaboración con la embajada, expuesta en el Capitolio. Y se premió el primer libro sobre el proceso del arte cubano, Historia de las Artes plásticas en Cuba, de Loló de la Torriente.

Es posible que Mensuario, dado sus objetivos de difundir las acciones de la DC, haya buscado un balance entre aspectos diversos, la difusión de la gestión de la DC, la publicación de cuentos, poemas, ensayos, con firmas acreditadas, que reflejaban la disposición de la intelectualidad que estaba nucleada o en la órbita de sus gestiones.

Pero este momento de finales de los años cuarenta, marcados por la guerra fría y en el plano nacional por el gobierno de la cordialidad de Carlos Prío, en el período denominado postguerra, la intelectualidad no mostraba el mismo rol que a inicios del siglo XX, cando se aspiraba a que guiara la nación y se creía que podía depositarse en ella el mejoramiento educacional y cultural del pueblo. Ahora la sociedad y el mundo vivían en otro momento, se había ido delineando un sector de gobernadores políticos y por ende la intelectualidad podía integrarse como “legisladores culturales” al proyecto educativo-cultural. No desde la mirada de la neutralidad, a la cual Roa se oponía, neutralidad que lidereó la DC desde su fundación, proyección que liberaba a la intelectualidad de los vaivenes de la política, postura que se pensaba que jerarquizaba el rol de la intelectualidad al demarcar con cierta nitidez su espacio de actuación.

Raúl Roa, Canciller de Cuba en la ONU. Foto: Internet
 

Roa, con las misiones, le dio un vuelco a ese concepto, y buscó un punto de equilibrio entre la dirección de los intelectuales y su participación en determinados campos de la política. Las misiones, las Ferias del Libro eran campos en los cuales había que interactuar con factores que rebasaban el estricto ámbito cultural para dialogar con el mercado del libro, con la necesidad de un campaña de alfabetización, aspectos estos que estaban llamados a ser conducidos y resueltos desde el Estado con la cooperación de los intelectuales. La cultura era un espacio político, y Raúl Roa un gestor político cultural.

Dos años es poco tiempo para poder materializar un proyecto, era mucho más lo pensado que lo logrado en el tiempo. Roa renuncia a la DC en 1951, culmina su misión de servidor público cuando a Aureliano Sánchez Arango lo destinan a otro ministerio como consecuencia de la política de cambios efectuada por el Gobierno de la cordialidad de Prío. Lógicamente, Mensuario dejará de publicarse. Comenzaban a correr otros tiempos y la política criolla se instalaba en otros presupuestos, desaparecían las misiones, la Revista Cubana dejaba de publicarse, habrá que esperar a 1956 para que se reedite, y los esfuerzos por masificar la cultura permanecían como memoria del empeño de ese revolucionario llamado Raúl Roa, proceso que solo cristalizará después de 1959 y en el cual las ideas y proyecciones de aquella etapa se han visto reposicionadas en diferentes momentos a lo largo de estos sesenta años de Revolución.

Nota:
 
* Síntesis del trabajo, “Entre el dato y la conjetura”, en Raúl Roa. Imaginarios. Selección de Ana Cairo. La Habana, 2008