Raúl Martínez: colores, eternidad, una canción
13/12/2017
Mil y una veces hemos escuchado su nombre; museos, artículos y manuales dan fe de su vastísima obra. Pocos artistas supieron reflejar con tanto acierto las profundas transformaciones sociales experimentadas tras el triunfo revolucionario. En sus lienzos y murales palpita el futuro ideal, el rutilante porvenir de concordia, paz y progreso soñado y defendido por intelectuales, obreros, hombres y mujeres de todas las edades.
El pintor, dibujante y fotógrafo que en 1994 recibiera el primer Premio Nacional de Artes Plásticas, hubiera festejado este año nueve décadas de vida. La celebración no se hecho esperar: asume el nombre de Allegreto Cantabile, fue curada por Corina Matamoros, Gabriela Hernández y Rossana Bouza, y por estos días enaltece los muros del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.
La riqueza pictórica de Raúl Martínez trasciende las páginas de los libros y salas expositivas para catapultarse a la inasible esfera del mito. Esta exposición así lo demuestra. En ella podemos degustar obras y poéticas muy conocidas del artista, así como otras poco visibilizadas actualmente. La selección se distingue por la variedad y la representatividad, pues encontramos pinturas, instantáneas analógicas, dibujos, foto-collages y carteles pertenecientes a las colecciones del Consejo Nacional de Bellas Artes (CNAP), del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), del Consejo de Estado y de la Familia Martínez-Estorino. La selección nos conduce de forma cronológica por disímiles vertientes iconográficas abordadas con pericia e indiscutible talento.
Al principio encontramos la abstracción, con óleos sobre tela y dibujos elaborados en tinta sobre papel; luego nos adentramos en esa particular conjunción de expresionismo abstracto y arte pop propio de Raúl. En este fructífero terreno, ideal para la espontaneidad y la experimentación, abundan las pinceladas gestuales, el discreto uso del color, la aplicación del collage sobre lienzo o masonite, el tratamiento de acontecimientos históricos y políticos de relevancia, el retrato colectivo y los reiterados acercamientos a la figura de José Martí.
Expresionismo y arte pop ceden paso a propuestas mucho más gráficas y retinianas, con carteles, lienzos, collages fotográficos y pinturas sobre cartón que se debaten entre la sencillez compositiva, llena de colores brillantes y superficies bien delimitadas, y una delicadeza pictórica y estructural (por ejemplo, los dípticos El mediodía del búho, de 1976, y La flor de la piña, de 1977) signada por un ligero ensombrecimiento poco usual en la poética Raúl. Como piedra de toque en este período encontramos el mural Te doy una canción (1984), monumental pieza que evidencia la destreza de Raúl para manejar los grandes formatos y obtener piezas coherentes y hermosas al manipular un amplio número de figuras, personajes, áreas y colores.
La muestra concluye con la abstracción Atardecer en la isla (1994), pues, cual si fuese un Uróboros pictórico cerrándose sobre sí mismo, el creador volvió al final de sus días al arte no figurativo. Además, fueron incluidos tres lienzos sin terminar, rescatados de su estudio, y varias obras pertenecientes a ¿Foto-mentira! (1966), serie en la que abordó el retrato de objetos y el paisaje citadino, así como la reiteración de motivos al interior de una misma composición, anunciando lo que serían sus obras más apegadas a la estética warholiana.
Resulta difícil delimitar el trabajo de Raúl Martínez en un estilo particular, pues él supo apropiarse de aquellas herramientas discursivas que cada tendencia le ofrecía y desarrolló un lenguaje propio, único, imperecedero. Esta es, en última instancia, la máxima verdad de Allegreto Cantabile: exposición útil y elocuente, cuidadosamente curada y museografiada, que nos devuelve a un artista vivaz, pletórico de contrastes, inquieto e inquisitivo, cuyas incansables manos tributaron de manera directa a la construcción iconográfica de una realidad anhelada por millones de cubanos.