Por un poco de pan y títeres

María Laura Germán
7/7/2016

Del pan

Esta es la historia, como salida de un cuento de hadas. Los títeres casi eran la decoración para que la gente comprara el pan: el pan de centeno hecho con levadura un poco ácida, horneado del día, con la madera sobrante, con la arcilla que se acumula en las vueltas del río, en un horno que puede construirse en media hora. Pero la gente no paraba por el pan, entonces se dijeron: “Bueno, pongamos Pan Gratis”. Y la gente tampoco paró. Entonces escribieron: “Pan Doblemente Gratis”. Y la gente paró, y vieron sus títeres.

 

De los títeres

Era el año 1963 en Nueva York y Peter Schuman —que jugaba con títeres de guante desde niño, y que en segundo año de la academia de artes quiso crear un nuevo tipo de danza para el que necesitó 100 personas que nunca tuvo— ya se había preguntado: “¿Qué haces cuando te gradúas de escultor?”; y se había respondido: “Con suerte irás a un museo, o a una galería. O te compran y ya. La gente viene y va”. Fue entonces cuando vio a los puppis sicilianos en un festival de títeres, con tecnología muy sencilla, pero muy humanos, y se prendió su luz.

Peter Schumann
 

Desde aquel momento Peter decidió tomar su arte para hacer una escultura en movimiento, con temas importantes, válidos para la gente y descubrió en los títeres la fuerza de todas las artes juntas.

Peter necesitaba títeres livianos para escapar fácilmente de la policía, pues trabajaban en las calles como protesta contra la guerra de Vietnam. En 1970 la Universidad de Teatro les ofrecía una residencia, no podían pagarles, pero tenían una granja fabulosa donde podían quedarse. Allí Peter comenzó a trabajar con los estudiantes y conoció a Linda, y a quien es todavía su esposa, Elka. Sus primeros estrenos mundiales fueron allí. Era una linda granja con una colina en un brazo del río. “Quedémonos aquí para el verano y estrenemos”. Y de aquella resolución nació “El circo de nuestra propia resurrección doméstica”, que cada año se retomaba con temas y personajes nuevos.

Cuatro años después la universidad necesitó la granja, y justo en ese momento quebró la finca de los suegros de Peter. Él y Elka partieron hacia allá y en el primer invierno estrenaron El carnicero del caballo blanco, inspirado en una postal de inicios del siglo XX, pero en la que cambiaron a los caballos por políticos, y aprovecharon para manifestarse contra la guerra de Iraq. Otra vez estaban a la carga.

Aquella finca, en la que aún permanecen, y que cuenta con espléndidos espacios naturales para la creación, representación, hospedaje y horneo del pan, tuvo una dueña originaria llamada Daysi Doops. Daysi se convertiría entonces en una gama entera de personajes: las lavanderas fuertes y trabajadoras armadas en sindicato, rodeadas de figuras ancestrales —esperpentos la mayoría— y por la frase “Todo está bien”. Ya en los próximos años la preocupación mundial giraba hacia la destrucción nuclear, y los shows de ese período hablaban sobre esos temas. Más adelante las lavanderas necesitarían compañeros, y surgirían los basureros: lentos y amigables que se convertirían en utileros dentro de la escena.

Personajes históricos altamente humanos rodean la dramaturgia de las obras de Peter. Las pinturas como diario de Charlotte Salomon, pintora judía asesinada en el campo de concentración en Auschwitz; Vida y muerte de Romero Salvador, para celebrar el bicentenario de los mártires de la patria; el tío gordinflón como crítica política.

Se hacía necesario sacar estos personajes a la calle. Vermont tiene una tradición de desfile los 4 de julio para celebrar el día de la independencia. La primera vez escogieron dos títeres y un grupo de bailarines y se incorporaron a la marcha. Luego se hizo costumbre esperar a Peter Schuman y su banda de títeres gigantescos.

Caminos largos y en ocasiones extenuantes tendrían que recorrer para encontrar primero los materiales sintéticos, tan manuables y menos pesados, pero altamente tóxicos. Mucho más para encontrar la estrategia de “Espectáculo gratis, parqueo 10 dólares”. Pero nada los detenía. El año 1998 los recibe con una  gira exitosa por Europa que comienza a hablar de una resurrección del grupo… pero el tiempo pasó, y todo volvió a la calma.


Bread and Puppet
 

Entonces Peter Schuman abrió los ojos al sol y se dijo que no había necesidad de sentirse vencido. Frente a la finca donde reside su grupo hay una inmensa explanada, donde también hay un horno de pan. Comenzaron a hacer dos funciones los domingos, todo el día, que comienzan a las tres de la tarde, con títeres inmensos que se pueden ver desde todas las perspectivas. Toda la semana trabajando para el domingo, para las familias que vienen desde todas partes a ver los títeres y compartir un pedazo de pan caliente con los actores maravillosos de Bread and Puppets.

 

De pan y títeres

Llegar hasta la casa de Bread and Puppets fue un sueño hecho realidad. Exponentes del mejor y más natural arte de títeres de calle, sus actores y su director: Peter Schuman, nos recibieron en un otoño que arreciaba para los cubanos, con leche caliente, té y pan recién horneado.

Frente al horno tuvimos el primer encuentro con Peter, quien alertado por Erick Bass de nuestra visita, preparaba el pan. Llevaba un sombrero de paja y una camisa raída, y sonreía con la alegría de tenernos en casa.

Su museo es una construcción de madera en la que se cobijan miles de títeres construidos a mano, de todos los tamaños y fechas. La tienda es el lugar al que entras, tomas lo que te guste y dejas el dinero en una cajita. Nadie vigila tu honestidad porque creen en ti. Venden su arte barato en un pacto de doble alegría: el placer que siente el artista cuando alguien quiere comprar su obra, y el placer de quien está comprando una obra de arte.

“Hay que cambiar el techo”, decía la esposa de Peter mientras subía las escaleras al cuarto. Cojeaba del pie izquierdo y llevaba al menos una hora guiándonos por aquel museo inmenso y mágico.

Estuvimos cerca de tres horas en un carro hasta llegar allá, y luego tres horas más de regreso a Vermont. Pero qué. Desde ese día valen la pena muchas más cosas en mi vida como humano y artista. Cientos de jóvenes se postulan cada año para pasar la beca de vacaciones con Bread and Puppets, y es comprensible la ansiedad de vivir tal experiencia maravillosa. No existe agua caliente ni calefacción. Solo la naturaleza. El horno. Los panes. Los títeres. Nada es decorado. Todo, absolutamente todo, está basado en la naturalidad de las cosas. Y esa es una buena lección que aprender.

No importa cuánto hubiera tenido que andar para llegar a ellos. Caminaré lo que sea necesario por un poco de pan y títeres.