¿Por dónde le entra agua al coco arrendador?

Laidi Fernández de Juan
27/9/2018

Tengo una amiga actriz. Y humorista. Desde hace años se ocupa de la renta de un cuarto de la casa, para contribuir a la manutención de su familia. Aunque no es propósito de esta estampa detenerme en las características personales de mi amiga, antes de contar lo que le sucede ahora mismo debo señalar que es muy cumplidora de todas las ordenanzas, demasiado quizás. Siente un incomprensible y devoto placer en tener cuanto papelito, recibo, constancia de pago y certificados de la conducta cívica pueda imaginar el lector más puntilloso. Y todo en original y copia porque, según dice, “nunca se sabe”. Como resultado de este rasgo obsesivo, mi amiga posee varias carpetas extremadamente organizadas, a las cuales no accede nadie que no sea ella misma. Solo su trabajo de comediante de las tablas la aleja a ratos de esa manía suya de ir por la vida con la papelería timbrada, actual y reluciente.


 

Hace pocos días vino a verme en franco estado de angustia. Y pasó a balbucear el motivo de su desasosiego: “Me resulta imposible cumplir todo lo que dicta el actual Decreto-Ley 353, publicado por la Gaceta Oficial”. Reconozco que no estoy al tanto de dicha legislación, y así se lo hice saber.

“Sí… —admitió mi amiga—, pero ya me conoces: tengo que estar al día, cumpliendo con TODO”. (Así, en mayúsculas). Cuéntame en versión breve qué te abruma, accedí. He aquí su historia, dicha entre jipíos:

—En la página 550 del Decreto 353, se puntualiza que cada TCP debe aperturar una cuenta bancaria fiscal cuyo saldo mínimo no puede ser inferior a tres cuotas mensuales por concepto del Impuesto sobre los Ingresos Personales, con el objetivo…

—¡Alto ahí! (Interrumpí) Primero, respóndeme tres cuestiones: ¿Cuántas páginas tiene ese decreto? ¿A qué se le llama TCP? ¿Quién inventó la palabra Aperturar?

—El Decreto tiene 637 páginas porque, a su vez, incluye los decretos 354, 355 y 356. TCP son personas como yo: Trabajadores por Cuenta Propia… y el vocablo “aperturar” no sé quién lo habrá inventado. ¿Puedo continuar, o me vas a interrumpir por nimiedades como esas?

—Disculpa, dije yo. Continúa.

—Bien, el caso es que aun sin entender las razones por las cuales debo apertu…abrir una cuenta con una cifra de dinero que malamente alcanzo cada medio año si el turismo está en temporada alta, fui al Banco, creyendo que sería tarea fácil el trámite allí. Pero resulta (a estas alturas, mi amiga actriz, despojada de su habitual comicidad, parecía interpretar La dama de las camelias), que no es coser y cantar. En el Banco me proporcionaron un papel donde aparecen las documentaciones que debo llevar antes de abrir la cuenta bancaria fiscal. Para dicha gestión, es necesario acudir a la ONAT, o sea, a la Oficina Nacional de Administración Tributaria, sitio donde suministran dichos documentos.

—Ah…ya entiendo (aporté, fingiendo comprender algo) ¿Y ya fuiste a la ONAT? ¿Ya resolviste esa parte del problema?

—Ahí es donde se traba el paraguas, sollozó mi amiga. Te explico: Según el Banco, debo tener acreditaciones de TCP, Constancia de mi última contribución al impuesto anual como arrendadora legal que soy, y un autorizo para ejercer dicha actividad. Todo eso lo pedí obedientemente en la ONAT, pero allí me dijeron (en este punto del cuento, mi amiga sufrió un breve síncope) que no era así, sino que en lugar de lo que me habían orientado en la unidad bancaria, yo debía solicitar otras cosas que se llaman “No adeudo, y COT”.

—¿Y eso qué significa?, pregunté al tiempo que frotaba alcohol en su frente.

—Significa que no tengo deudas, y que cumplo con las obligaciones tributarias, o sea, el COT. ¿Tú no entiendes? Bueno, sigo: dejé que transcurrieran los 15 días reglamentados por la ONAT, y fui a recoger lo solicitado. Pero… (aquí, nuevo desmayo, brevísimo) resulta que la compañera que me atendió esta vez en la misma oficina donde hice los pedidos orientados por esa gente, no era la anterior. La nueva funcionaria me explicó que me había equivocado. Que los documentos que exige el Banco no son ni el No adeudo ni el COT, sino la inscripción de TCP, y el certifico de mi última declaración al vector fiscal, por lo cual debo esperar 15 días más. Y pagar cuarenta pesos en sellos. A eso, súmale que las raras veces que llega un arrendatario a mi cuarto, debo reportarlo a Inmigración a través de mi móvil. ¿Te imaginas?

—Francamente no capto nada, confesé. ¿La ONAT se equivocó, o acaso fue el Banco, o serás tú quien enreda esto de mala manera? ¿Y qué importancia tiene que haya que reportar los clientes a través de un sms de tu móvil?

—Mira que te pones bruta, chica, dijo mi amiga en un raro momento de energía. No se trata de culpar sino de cumplir lo establecido. Entenderás que es muy fuerte para mi personalidad tener que esperar más tiempo del supuesto inicialmente, y andar sin la legalidad que se exige. Y para responder tu segunda pregunta, antes debo aclararte que hasta ahora, los reportes de los huéspedes se hacían con sencillez y modestia llamando a un teléfono fijo habilitado para ello. Ahora, los TCP debemos reportar nombres, pasaportes, acompañantes y días de alquiler mediante mensajes que debemos pagar nosotros mismos. ¿Te imaginas? Y además, pagar los sellos de cinco, de diez y de 20 pesos que nos pide la ONAT para abrir una cuenta fiscal en el Banco que no hemos pedido y, que a su vez, debe permanecer con el triple de las cuotas… ¡Ay, se me va la vida! Todo lo veo negro. Dios de los TCP, ¡ayúdame!

Mi amiga recuperó lo que se llama “el sentido” media hora más tarde de su último desmayo. La doctora de la familia que acudió a mi llamado, me preguntó qué enfermedad padecía y qué medicinas tomaba quien estaba desmadejada en mi sofá. “Que yo sepa, es sana —respondí—, pero está inmersa en unos trámites de no sé qué de la ONAT y no sé cuánto del Banco. No sabría explicarle bien, doctora”. “¡Haber empezado por ahí!, exclamó la galena. Tengo muchos pacientes en igual estado. Mucho tilo, mucha pasiflora, mucho té de anís, y todos se curan, no te preocupes.

Arropé a mi amiga en cuanto dio señales de recuperación, y pudo beber dos tazas de tilo bien fuerte.

—Dice la doctora que no tienes nada grave, le susurré.

—Sí, la escuché, gracias. Pero lo que nadie puede decirme es qué debo hacer, adónde acudir, cuál documento es más importante, cómo evitar la inopia que se avecina, porque si la cuenta fiscal debe mantenerse con el triple…

—¡No, no y no!, enfaticé. Vas a volver a caer en el mismo bucle de lamentaciones y eso no te lo permito. Cuando sepas por dónde le entra el agua al coco del arrendamiento, me lo explicas; pero, querida amiga, hablando en plata, lo mejor en estos casos es tomarlo todo suavemente, despacito y sin perder la ternura. Y con pasiflora, claro.