Pandora, su Caja y la crítica musical en Cuba

Oni Acosta Llerena
13/3/2018

Hace algunos días leía un trabajo de opinión el cual supuso —una vez más— el destape para muchos de la Caja de Pandora, aunque, parafraseando y cambiando yo el guión, en el caso musical cubano, Pandora debería dejar su Caja sin tapa, arrancársela de una vez pues con este ritmo no hay quien pueda.

Deberían propiciarse encuentros frecuentes entre varios sectores para enrumbarnos
hacia el puerto donde queremos llegar. Foto: Nicolás Valencia

Todo comenzó con un trabajo de opinión salido en La Jiribilla sobre música cubana, donde se exponían criterios acerca del trabajo de Descemer Bueno, Diana Fuentes y Qva Libre, y nótese que usé el término ‘opinión’ para enmarcar un concepto y polemizar al respecto. Creo que cuando el lector-receptor hace uso de la lectura de un trabajo así, debe discernir dos aspectos básicos, fundamentales: si comparte o no la opinión del autor, o si está de acuerdo o no con el trabajo artístico del ‘opinado’. En muchos aspectos y formas comienza entonces el ataque, desde la perspectiva de la no tolerancia y aceptación de la crítica, desafortunadamente haciéndola personal casi siempre desde el extremo más radical. Y ello constituye una involución del pensamiento dialéctico que debe tener quien hace arte: por un lado aquellos que crean desde la intuición y el alejamiento de formas y dogmas, y por el otro quienes desde la teorización y el estudio riguroso, aproximan y contextualizan lo hecho por muchos. Pero en nuestro país partimos de un gravísimo error de concepto el cual arrastra al patíbulo a unos y otros, y lejos de consolidar y debatir con coherencia y respeto, lleva al lado opuesto y a la personalización per se de la arrogancia en ambos sentidos. Para mí la génesis y mala fundamentación de ese error es la creencia actual de muchos artistas de que los críticos son músicos frustrados, y que no tuvieron una vida exitosa en activo y tienen que emprenderla contra alguien. ¿Es ese un pensamiento coherente e intelectualmente consistente para los tiempos que vivimos? Puede ser cierto, quizás alguien pueda actuar así pues la mezquindad no tiene equipo preferido ni mucho menos, y se apodera de uno y otro bando, pero ¿dónde queda el equilibrio entre arte y crítica? ¿Sabrán quienes piensan así que sin la crítica podría ser permisible el arte que realizan?

Pero si se pensara solamente así, pudiera ser de los problemas el menor si no le sumáramos que entonces lejos de reaccionar con argumentos y elementos convincentes, se ataca desde lo personal y se desacredita desaforadamente a quien disiente y se convierte en una cruzada a muerte de ‘estás conmigo o en mi contra’, lo cual denota en ambas direcciones un paupérrimo autosentido social del arte y, por ende, del total ejercicio de la libertad de criterios. Una de las herramientas preferidas es la descalificación del autor, una especie de humillación pública en plena ágora romana que incluye latigazos de rancheador ensañado, donde lo más denigrante es que quien ataca se aparta diametralmente del hecho en sí: no asume la crítica de un fenómeno determinado para convertirla entonces en feroz e iracunda respuesta a su autor. A su vez con esto no defiendo a quienes, partiendo de lagunas y evidentes desconocimientos escriben y critican como pistoleros con suerte sin documentarse o empaparse de diversos entornos en cuestión que ayudarían y consolidarían lo escrito. Siempre recuerdo a grandes profesores que tuve (como los hermanos Dorr, refiriéndose a la crítica teatral) cuando afirmaban que un crítico debería acompañar el proceso creativo desde el mismo principio, palparlo en ensayos, debates, tormentas de ideas y que el colofón fuera entonces el estreno al público. Hay otros conceptos al respecto, aunque personalmente yo comulgo con lo anterior.

Pienso que sería muy sano para nuestra comunidad musical sentirse alabada y también criticada, pues la crítica no debe tomarse en ningún caso como un ataque o guerra tribal. Me choca leer algunos dossiers de músicos donde citan a un columnista de algún periódico —digital o impreso— foráneo y casi nunca a uno cubano, cuando la praxis es totalmente inversa: en otros entornos la crítica especializada tanto de medios como de quienes la ejercen es reconocida y a veces temida, y si lo refleja ese medio de prensa pues hay que tenerlo en cuenta. ¿Por qué no sucede eso en nuestro país? ¿Por qué se tira ‘a mondongo’ lo dicho por alguien en una publicación seria cubana? ¿Un mercado coyuntural o un éxito en un bar con 200 personas catapulta a alguien? ¿Realmente lo valida?
Quizás la culpa sea de quienes constantemente agreden la institucionalidad, pero la necesitan para agredirla, una especie de sado-relación visceral a muerte que cada día cobra más fuerza en nuestro país. Quizás la nueva ‘forma conceptual’ que al margen de esas instituciones se ha ido creando sea una causa, y hablo del supuesto ‘independentismo’ que no logro entender, aunque me siga desgastando día tras día, cuando oigo y leo de casas productoras independientes, o artistas independientes pero que al final necesitan de los medios de comunicación cubanos para su destino final: la difusión. Es como lucrar con lo que no se debe, y jugar con fuego cuando no se sabe, pero mi opinión es que las pasividades de determinados sectores culturales del país entronizan y legitiman esas posturas que nos imponen algunos que viven en el regazo de lo independiente. Por ejemplo, si un músico se ve enfrascado en una campaña para un concierto o gira, casi nunca cuenta con el respaldo de su empresa, la cual en muchas ocasiones no tiene el presupuesto necesario ni los recursos para hacerlo, ni su personal tiene incentivos mejor remunerados, por lo que normalmente ese artista tiene un equipo de trabajo independiente, el cual traza las estrategias a seguir para el evento. ¿Es eficaz y coherente ese equipo y esa estrategia? Si es un artista talentoso, laborioso y reconocido, no hay que alarmarse pues está en concordancia con la política cultural del país, pero ¿y si no?

Entonces habría que repensar muchas aristas del problema y saber para qué funcionan algunos mecanismos, pues no puede otorgársele afiliación laboral a un músico para después mutilarlo o desdeñar su propuesta porque es ‘vulgar’ o ver cómo, por el llamado independentismo, que yo definiría a lo cubano como ‘por la izquierda’, se nos diluyen los mejores proyectos musicales del país. ¿Es concebible por ejemplo que el parnaso del video clip esté en manos de quienes tengan los 3 mil CUC para hacerlo? Y ojo, no estoy atacando ni a realizadores ni a programas destinados a la promoción del mismo ni al artista que tiene el monto en cuestión ganado a través de su arte, sino a quienes tienen que sugerir y guiar lo que nos identifica también como música y potenciar el presupuesto para tales fines. No saben Uds. cuánto sufro cada vez que promuevo a un músico y me dice en voz baja: “yo no tengo un video clip, ni soy programado en los lugares de élite del país”, y duele.

Es como la proclamación del Punto Cubano como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco y sus cultores están reducidos a pocos espacios de promoción y lamentablemente tienen poco trabajo. Y ahí entonces se cede terreno ante los flamantes equipos de asalariados que soezmente trazan estrategia ‘independientes’ de promoción, con la única convergencia entre unos y otros de que su empresa casi nada o muy poco hace por ellos. Y ahí entonces —en mi opinión— se engarzan mecanismos nefastos de crítica, lagunas culturales, ataques nada constructivos a instituciones de la cultura cubana, unido todo a la arrogancia de quienes no aceptan sugerencias a su arte. En días pasados el diario Granma también se sumó a parte de la polémica iniciada en torno a este fenómeno, y me parece muy sano que ello ocurra para ir desarrollando una cultura del debate, donde discrepemos artísticamente, pero sin la exacerbación personal y la descalificación a ultranza, aunque ya La Jiribilla y Cubadebate venían propiciando desde hacía tiempo espacios al respecto.  Creo incluso que deberían propiciarse encuentros frecuentes entre varios sectores para enrumbarnos hacia el puerto donde queremos llegar, lugar donde ojalá una opinión de un crítico sea respetada, así como ser más certero a la hora de ejercer una opinión pública sobre un hecho artístico. Sólo así quizás veamos a Pandora con menos frecuencia y por ende, no tendrá que arrancar de cuajo la tapa de su preciada cajita (y no precisamente decodificadora).