Orígenes: sueño, huella y fervor de una generación (I)

Cira Romero
13/5/2016

Una evaluación del significado de la revista Orígenes para la cultura cubana debe tener en cuenta, previamente, el nacimiento del grupo homónimo del cual surgió, con posterioridad, esa publicación, pues —como se ha dicho muchas veces— grupo y revista nacieron de una espiritualidad común y también de una voluntad de hacer emprendida con ahínco y esfuerzo.  

Grupo Orígenes

A partir de 1936 emergieron a la vida cultural cubana núcleos de artistas e intelectuales motivados por llevar adelante una labor de animación cultural que se hiciera sentir en el ámbito nacional. Pero hay antecedentes notables: el Grupo Literario de Manzanillo, nucleado hacia 1921 en torno a Juan Francisco Sariol y con una revista como centro, Orto; y el  Grupo Minorista, constituido de manera informal hacia 1923, liderado por Rubén Martínez Villena,  que sentó pautas en la vida cultural y política cubanas, al punto de que —como se reconoce— a partir de su eclosión en el escenario habanero,   se activó en la Isla el papel decisorio de los intelectuales. Dispusieron de las páginas de la revista Social, destinada, contradictoriamente, a la alta burguesía, para difundir sus inquietudes y múltiples actividades.   

Más adelante en el tiempo —1935-1936— el Grupo Proa y su revista Proa. Mensuario de avance, de Artemisa, con Fernando G. Campoamor a la cabeza; el Grupo Índice, de Matanzas, y su revista Anales del Grupo Índice, de ese mismo período; y en los años 40, el grupo Gente Nueva de la Institución Hispanocubana de Cultura, integrado por miembros de esta asociación, “jóvenes socios deseosos de hacer oír su palabra e impartir su entusiasmo en los varios terrenos de la cultura”, y el Grupo Acento, de Bayamo, nacido a finales de 1946 y su revista, iniciada en el invierno de 1947, fueron, junto con el Grupo Orígenes y su portavoz, las más importantes expresiones de este momento especialmente interesante de la cultura cubana.

Los nacimientos del Grupo Orígenes y su revista no fueron concurrentes en el tiempo. El año 1937 podría considerarse el del inicio del primero, cuando Lezama Lima, la figura central, publica Muerte de Narciso, y se crea la revista Verbum. Dicho poema es expresión de una estética que rompe con los cánones anteriores y aparecen las características que darán la tónica esencial a la llamada Generación de Orígenes.

Las revistas que dieron continuidad a este empeño renovador, comentadas en artículos precedentes, continúan la línea expresiva abierta por Lezama, de modo que el principal gestor tuvo como compañeros de viaje en esta empresa, reconocida como Grupo Orígenes, a Virgilio Piñera (1912-1979), Ángel Gaztelu (1914-2003), Justo Rodríguez Santos (1915-1999), Gastón Baquero (1916-1997), Eliseo Diego (1920-1994), Octavio Smith (1921-1987), Cintio Vitier (1921-2009), Fina García Marruz (1923) y Lorenzo García Vega (1926-2012), todos colaboradores de Orígenes y algunos, de las anteriores revistas. Conjuntamente con estos escritores formaron parte del grupo los pintores Mario Carreño, Raúl Milián, René Portocarrero y Mariano, estos dos últimos igualmente vinculados a las revistas que precedieron a la que surgía. Dos músicos fueron también parte de esta congregación de intelectuales: José Ardévol, presente antes en Espuela de Plata, y Julián Orbón.

Las mayores influencias recibidas por parte de los escritores citados vinieron de autores provenientes de grandes momentos de la poesía española del Siglo de Oro, de voces del siglo regente y de la obra de otros poetas mayores como Whitman, Valéry, Eliot, Rilke y Vallejo. El ideal estético del grupo fue expuesto por Cintio Vitier, el crítico más importante de esta poética, en el prólogo a su relevante antología Diez poetas cubanos, 1937-1947, publicada en 1948 por Ediciones Orígenes, creada para divulgar la obra de sus integrantes, entre otros propósitos que la animaron. Decía el autor de Lo cubano en la poesía:

Y en efecto, a las bellas variaciones en torno a la elegía, la rosa, la estatua (típicas de la generación anterior, y persistentes aún en otros países hispanoamericanos) sucede entre nosotros un salto, que diríamos en ocasiones sombrío de voracidad, hacia más dramáticas variaciones en torno a la fábula, el destino, la sustancia; el justo y transparente endecasílabo es abandonado por un verso imperioso e imprevisible, una poesía de deliquio, en fin, da paso a una poesía de penetración. Comprobamos así como el intimismo esteticista (usadas estas palabras en su sentido estrictamente descriptivo) se abre a la aventura metafísica o mística, y por lo tanto muchas veces hermética. El poema, de más compleja melodía o alterado contrapunto, crece y se rompe por todas partes bajo la presión de ese universo desconocido y anhelante que de pronto ha querido habitarlo, y cada poeta inicia, estremecido por la señal de José Lezama Lima en Muerte de Narciso (1937) la búsqueda de su propio canon, de su propia y distinta perfección.

Según ha expresado Jeisil Aguilar Santos en su trabajo “Orígenes y el discurso de la nación ausente”, publicado en Islas:

La falta de un proyecto nacional digno es la potencialidad que encuentran los origenistas para fundar una nación desde la poesía […] Proponen enfrentar la frustración republicana […] con la resistencia moral. […] Precisamente en esa ausencia de los valores nacionales, que en el caso de Orígenes es la ausencia de tradición y densidad histórica, se justifica la necesidad de crear un orden nuevo, una nación. Esta búsqueda, que evidencia una postura nacionalista puesto que se relaciona a los presupuestos teóricos de esta ideología, es evidente en la obra de los origenistas en diversos niveles, de manera explícita en ocasiones y otras no tanto. María Zambrano en La Cuba Secreta dice que la poesía de esta generación es una poesía de la contra-angustia, una poesía que viene a llenar ese vacío de una Cuba que aún no nace.

El valor y trascendencia de la cultura, la necesidad de enfrentar la circunstancia cubana en lo político y lo social, hacen de esta generación, como ha señalado Cintio Vitier en el prólogo a Cincuenta años de poesía cubana, “una generación desinteresada ya de la comedia política postmachadista, y empeñada no tanto en ‘avanzar’ como en sumergirse en la búsqueda de los ‘Orígenes’ (oscuros e inalcanzables como son siempre los fundamentos vitales últimos) de nuestra sensibilidad creadora”.

Lezama, por su parte, al comentar la desintegración cultural de la república, afirmaba: 

No confundamos la nación, que es acarreo, trabajo madreporario formado por el bandazo de la marea, donde el azar extraer un destino y lo evidencia, con el estado, que es toma de poder, irrupción, estreno de una generación, chispa energética que contrae la masa y la cruje derivando nuevas irradiaciones.

“Reemplazar poéticamente un estado sin proyección”, asevera Aguilar Santos, fue la estrategia seguida por los origenistas, quienes, prosigue,  “manifiestan que la sociedad cubana no necesita cambios en el estado de cosas, sino un cambio radical, una sociedad nueva, que se alce sobre la anterior en un estado ideal, en un ideal social no a la altura de la nación indecisa, claudicante y amorfa, sino de un estado posible, constituido en meta, en valores de finalidad que uniese la marcha de las generaciones hacia un punto lejano pero operante, futuridad entrañada por un presente tenso con el arco poblado por una elástica energía’”, pretensión expresada por Lezama Lima en sus “Recuerdos: Guy Cisneros”.

Los integrantes del grupo, del cual se escindieron voces como las de Piñera y Baquero, no hicieron una obra homogénea, sino concurrente, a partir de los presupuestos antes mencionados, y tuvieron la voluntad de darse a conocer individual y colectivamente a través de las Ediciones Orígenes, que dio a conocer los libros Aventuras sigilosas (1945), de Lezama; De mi provincia, de igual año, de Vitier; Divertimentos (1946), de Eliseo Diego; Del furtivo destierro (1946), de Octavio Smith; Transfiguración de Jesús en el Monte (1947), de Fina García Marruz, y Suite para la espera, de Lorenzo García Vega; además de la antología antes mencionada, Diez poetas cubanos, 1937-1947, que recoge una selección de textos de los autores participantes en este proyecto.

Autores más jóvenes, como Roberto Fernández Retamar, vieron publicadas allí sus obras, que en su caso se materializó mediante La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), publicada en 1954.  Un nuevo  modo de entender y atender el espíritu para tener la nación deseada fue credo de este grupo, que se desintegra en 1956, año en que desaparece la revista. No obstante,  hermanados por la fe de un sentimiento común, tanto poético como ciudadano y de credo, continuaron una labor individual de gran significado en el imaginario cultural cubano, y sus visiones del papel del arte y la poesía siguieron creciendo en sus respectivas obras, de notable impacto en la vida literaria del país.