Oficio de isla, sueña lo que hay que callar

Marilyn Garbey Oquendo
22/10/2019

En un viejo muelle de la Avenida del Puerto de La Habana se presenta Oficio de isla, suceso artístico difícil de encasillar en una palabra porque es punto de convergencia de la música, el teatro, la danza, las artes visuales, la literatura y la Historia.

Escena de la obra Oficio de isla. Fotos: Buby, tomadas de Cubaescena
 

De la Historia de Cuba toman un pasaje que es el centro del argumento: la visita a la Universidad de Harvard de 1, 273 maestros cubanos en el año 1900. Ocurrió en plena ocupación norteamericana del país, cuando estaban aún latentes las heridas de la guerra de independencia de España.

Una joven maestra cubana, a punto de casarse con su novio, uno de los españoles asentados en el país, es elegida para viajar a los Estados Unidos. Ese es el pretexto para indagar en las siempre tensas relaciones entre la pequeña Isla del Caribe y el imperio de Norteamérica, que en cada variación adquiere nuevos matices pero que, desde entonces y hasta hoy, representa la eterna lucha entre el pequeño David y el gigante Goliat.

Vuelve a escena un tema recurrente en la dramaturgia nacional: la familia, sitio en el que concurren los diferentes puntos de vista que se debaten en la sociedad. Conflictos generacionales, posiciones de las mujeres en el entramado patriarcal, el racismo, las diferencias sociales, el papel del maestro en su contexto socio-cultural, las angustias de las criaturas de islas rodeadas de agua por todas partes. Otra vez el teatro convoca a pensar el mundo en que vivimos, a cuestionarnos el rumbo que toman nuestras vidas.

Escena de la obra Oficio de isla en la que convergen la música, el teatro,
la danza, las artes visuales, la literatura y la Historia.

 

Todos los personajes visten de blanco, como el que interpreta la bailarina Gretel Montes de Oca, quien baila el prólogo, despide a los espectadores cuando concluye la obra, y al amparo del manto que la protege escucha Radio Reloj, dando la hora y las noticias. El negro mambí irrumpe en escena exigiendo la libertad y la fuerza de su reclamo impacta al auditorio. Los personajes del bufo adquieren nuevas tonalidades, pero el negrito y la mulata siguen apostando por Cuba.

Gran espectáculo es este cuya banda sonora la interpretan en vivo la Banda de Gaiteros Eduardo Lorenzo y la Banda Municipal de Rancho Boyeros, y es que la música es un elemento protagónico, a partir del contrapunteo entre el cubanísimo danzón y el norteño two step.

Escena de la obra Oficio de isla.
 

Me emocionó encontrar entre los protagonistas a compañeros con los que compartí las aulas del Instituto Superior de Arte de La Habana a fines de los 80 del pasado siglo. Justo en las orillas del Quibú, en la otrora Facultad de Artes Escénicas se formaban teatristas con vocación humanista, con pensamiento inclusivo, contrahegemónico, descolonizador, atentos a los latidos del mundo en que viven. Era práctica cotidiana convocar a amigos de otras Facultades a colaborar en los numerosos proyectos que surgían bajo el estímulo intelectual del magisterio de Graziella Pogolotti, Rine Leal, Francisco López Sacha, Ana Viñas, Flora Lauten, Raquel Carrió, Armando Suárez del Villar, Raquel Mendieta, Orlando Suárez Tajonera. Los gajes del oficio teatral se aprendían trabajando, actores, teatrólogos, dramaturgos, artistas plásticos, músicos. Todos en perfecta sintonía.

Rebeca Rodríguez, Arturo Soto, Oscar Bringas, Guillermo Malberti, Osvaldo Doimeadiós, Eberto García Abreu, mis condiscípulos, comparten escena con rostros jóvenes que han hecho del teatro su sentido de vida: Daliana B. González, Amaury Millán, Carlos A. Busto, Ray Cruz, Jonathan Navarro. Debo resaltar la colaboración en el proyecto de uno de nuestros más lúcidos intelectuales, el escritor Víctor Fowler.

Compartí las vivencias como espectadora con uno de los maestros de mi generación, Miguel Rubio, director de Yuyachkani; con mis amigos del Teatro Guloya, con jóvenes recién egresados del ISA, con gentes de las más diversas procedencias: habituales espectadores al teatro, músicos, humoristas, actores, promotores de la cultura, escritores, periodistas, artistas plásticos, jóvenes y adultos.

Aventurarse en un proyecto de creativo de tamaña envergadura, en la cual intervienen artistas de diferentes especialidades y en abultada cifra, en un espacio no habitual para el teatro, es una hazaña. A eso se sumaron las difíciles circunstancias con el suministro de combustible que nos golpeó recientemente, justamente en los días finales del montaje. Doimeadiós, el director, fue capaz de convocar a tanta gente de diversas edades y procedencias para juntarse en un acto creador. Actor excepcional, asume el rol del cura español asentado en Cuba, temeroso ante la confrontación de ideas que llegará con la invasión yanqui a la Isla, cuyas sospechas resume en frase estremecedora: “el que controla las escuelas controla el pensamiento”. Su desempeño aquí corrobora su madurez actoral y su responsabilidad como director del megaproyecto que propone reflexionar sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, como seres humanos, como país, como planeta Tierra, merece todos los elogios posibles.

Escena de la obra Oficio de isla.
 

La convergencia de la palabra con la música y los actores es extraordinaria. El equilibrio entre los distintos núcleos de acción, el marco escenográfico y el impecable diseño de vestuario; la disposición espacial de actores, músicos, espectadores; la puerta que se abre para aminorar el calor y que se abre al puerto, punto para partir o retornar.

Oficio de isla es parte de la cartelera del Festival de Teatro de La Habana, dedicado a los 90 años de Vicente Revuelta, quien es referencia para quienes se formaron como teatristas en el ISA de los 80 y hoy, fieles al espíritu irreverente del maestro, conscientes de su responsabilidad como artistas, discurren sobre los avatares de ser criaturas de una Isla.

Escena de la obra Oficio de isla. Foto: Tomada de Cubaescena
 

Concluye la representación cuando todos los participantes de la puesta en escena, actores y músicos, cantan a toda voz, a capella, En el claro de la luna de Silvio Rodríguez, otro referente espiritual para mi generación y para tantas otras; como esas que colman las plazas de los barrios más humildes adonde llega el trovador en sus giras interminables, sin cobrar un centavo, para compartir sus versos: sueña, y si lo he merecido, sueña mi felicidad.

Escena de la obra Oficio de isla. Foto: Tomada de Cubaescena
 
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