Nueva Música. Premios UNEAC de Composición

Ailer Pérez Gómez
22/5/2019

Nueva música. Premios Uneac de Composición fue concebido con el afán de “completar el ciclo de la creación”. Obras y compositores reconocidos por un concurso y un jurado prestigioso, experto, conocedor, no podían quedarse en la memoria de un anuncio. Se piensa pues, en aquella máxima tan manejada entre los músicos: la música para que exista ha de ser “sonada”, y por supuesto también escuchada.

 La Uneac pretende registrar parte de la creación de autores galardonados en el Concurso Uneac de Música.
Foto: Intenet

 

Es este el propósito fundamental que persigue la Asociación de Músicos de la Uneac, con la idea de registrar parte de la creación de autores galardonados en el Concurso Uneac de Música, modalidad de composición, certamen cuyo origen se remonta al año 1970, cuando se estableció como plataforma de reconocimiento y validación de “nuevos repertorios”.

Su significación puede notarse si se revisa, en líneas sucesivas, la relación de compositores premiados en esas primeras décadas: Héctor Angulo, Jorge Garciaporrúa, Guido López-Gavilán, Juan Piñera, Beatriz Corona, Ileana Pérez, Ailem Carvajal… Además de los que en tiempos pasados y presentes han tenido la misión de evaluar y decidir: Argeliers León, Alfredo Diez Nieto, Fabio Landa, Calixto Álvarez, José Loyola, Garciaporrúa, Piñera…

Viéndolo así, “nueva música” como denominación, tiene en esta propuesta discográfica un doble rasero: por un lado, el hecho de tratarse del registro de obras recientes, y por otro, la condición juvenil de los autores reunidos.

El álbum, integrado por dos fonogramas, recoge una muestra de los últimos diez años de gestión del Concurso, coincidentes con el periodo en que este es identificado con el nombre de Harold Gramatges, en memoria de su obra compositiva y de su magisterio.

Sin embargo, debe señalarse que las obras registradas no han sido en todos los casos reconocidas por el certamen en este período, aunque sí los compositores. Pero la realidad siempre es más rica y dinámica que cualquier intención compilatoria con tendencia histórica o cronológica. Es aquí donde se ha debido congeniar el propósito editorial, con el interés de los artistas convocados, según los caminos profesionales que estos han transitado luego de ser avalados por el concurso. Su nivel de decisión se articula entonces con el concepto definido en la producción musical.

Desde esa perspectiva, el premio, como elemento unificador del fonograma, no es más que un pretexto para reunir, de una vez, las voces de una generación reciente que asume el desafío de trascender las pautas sedimentadas por sus maestros, pero sin desconocer las rutas trazadas por estos.

Gran reto si se tiene en cuenta que algunos de los autores que integran la antología aún caminan por los predios de la academia, pues cursan la carrera de Composición en el ISA. De ese modo Nathalie Hidalgo Reyes (Las Tunas, 1994), Jorge Enrique Amado Molina (La Habana, 1997) y Claudia Troya Ginés (La Habana, 1999), se “codean” sin complejos ni menosprecio con Alexis Rodríguez Martínez (La Habana, 1978), Víctor García Pelegrín (La Habana, 1986), Wilma Alba Cal (La Habana, 1988), Ernesto Oliva Figueredo (Guantánamo, 1988), José Víctor Gavilondo Peón (La Habana, 1989), Yulia Rodríguez Kúrkina (Cienfuegos, 1989), Karlla Suárez Rodicio (La Habana, 1989), Jorge Denis Molina (La Habana, 1990) y Javier Iha Rodríguez (Isla de la Juventud, 1991), profesionales todos, con carreras en ascenso y con muestras contundentes de personalidad propia en cada creación.

Desafiante también fue la tarea de dar unidad y sentido a tan diversos mundos creativos en el concepto de la producción musical asumido por el maestro Juan Piñera junto a Wilma Alba. Armonizar repertorios y propuestas interpretativas no pensados para coincidir en un mismo registro, se percibe como un empeño difícil, si entendemos al fonograma como “obra total” u “obra madre” en relación con las piezas individuales que contiene. En ese sentido, del acople final se deduce la intención de llegar a un punto de balance entre los medios sonoros empleados y las poéticas reflejadas.

Es por eso que en cada disco alternan instrumentos solos con pequeños formatos de cámara (dúo, trío y cuarteto). Según esta línea de pensamiento, funciona a modo de extra, el formato que integra piano, bajo, batería, trompeta y violoncello (articulados a modo de ensemble de jazz) con medios electrónicos, ubicado al final del segundo volumen. Fue esta la elección de Karlla Suárez para su propuesta de Siguiendo los pasos, que indudablemente se desmarca de las estéticas manejadas por sus colegas, y por ella misma cuando fue reconocida con el primer premio del Concurso en el año 2008.

Es entonces en la música de cámara en la que se concentran ambos fonogramas, definida no solo por los conjuntos instrumentales empleados, sino por el manejo de la factura en cada caso y el concepto resultante, desde la creación a la interpretación.

Particularmente una eficaz concepción de los entramados sonoros, acorde con la naturaleza de los instrumentos y sus posibilidades de interacción se escucha en Soledades, para violín, cello y piano, de Yulia Rodríguez Kúrkina (primer premio de 2012). Aquí el experto dúo Promúsica –los maestros Alfredo Muñoz y María Victoria del Collado–, se desdobla en formato de trío junto a la violoncellista Gabriela Nardo, registrando una experiencia ya probada en la sala de conciertos.

El otro trío, ya no con el formato clásico, sino el que reúne violín, clarinete y piano –Camila Crespo Ramírez, Mariolys Rivas y Daniela Rosas– es el que Javier Iha dedica a sus Cuentos peregrinos, donde se reconoce dominio y cuidado en el manejo de los timbres y registros, que en este tipo de combinación requiere de tanta sutileza, sobre todo en la articulación entre el clarinete y el piano.

Volviendo a los formatos clásicos, Jorge Denis Molina plantea en Varios maestros y un mediocre (segundo premio, 2012), para cuarteto de cuerdas, un juego de referencias, citas, paráfrasis, variantes y variaciones, tanto en el trabajo temático como en el manejo de la factura propia del conjunto, metáfora musical que se mueve entre el humor y la ironía, que asumen Alejandro Vázquez, Laura Michel (violines), Gretchen Labrada (viola) y Mara Navas (violoncello).

Los dúos, siempre con el piano como denominador común, no por estar entre lo más convencional del fonograma, dejan de ser de interés. Iván, el imbécil, de Víctor García Pelegrín, traduce, a través del diálogo cameral del violín –Karen Yamile García– y el piano –el propio Víctor–, una narrativa generadora y paralela al mismo tiempo. Por su parte, Wilma Alba apuesta por un entorno tradicional, tanto en lo formal como en lo dramatúrgico en su Sonata para clarinete y piano, interpretada por Maray Villeya y Javier Iha, como muestra de dominio técnico desde las más tempranas expresiones de su catálogo autoral.

En el ámbito solista puede notarse la impronta del repertorio nacional para la guitarra, así como de la escuela cubana de interpretación del instrumento. Todo ello se deduce ante la escucha de Equinoccio, de Alexis Rodríguez y Preludios para guitarra —selección de los números 3 y 14— de Claudia Troya, ambas premiadas en idéntica condición, en el certamen de 2017.

Nathalie Hidalgo propone, a través de la interpretación de Rachel del Toro, una de las piezas de su ciclo de Diez Preludios para piano, que obtuviera tercer premio en 2014, precisamente por la coherencia entre su lenguaje compositivo y el tratamiento pianístico en función de las posibilidades del ejecutante.

Jorge Amado, en su doble rol de compositor e intérprete, asume el reto de mostrar y demostrar, en El canto y la lluvia, para violín solo, las múltiples entradas y salidas de un mundo sonoro propio, pero rico en referentes de una cultura musical ecuménica.

En materia de exploración tímbrica y demandas al ejecutante es también en la creación para instrumentos solos donde el álbum hace énfasis. Mención aparte en ese sentido requiere La noche de la luna-caimán, de José Víctor Gavilondo, no solo por su peculiaridad de formato y búsquedas estéticas en el contexto del fonograma, sino además por ser una muestra clara de cómo la madurez de un intérprete —el flautista Alberto Rosas— tanto en su desempeño general, como en su recorrido junto a una obra en particular, puede complementar y enriquecer la propuesta del autor, en el afán de convertirla en pieza de arte.

Del mismo modo, Ernesto Oliva sorprende en este entorno con Piñerccata, en la que asimila el tradicional género de la toccata, condición definida en la convocatoria del concurso de 2016, del cual recibiera el segundo premio. Con todo conocimiento de causa, como pianista y propio ejecutante de su creación, explota las posibilidades tímbricas y expresivas del instrumento, sin llegar a desbordar totalmente el marco genérico defendido.

Finalmente, luego de su escucha total, puede decirse que el álbum doble Nueva música…, abre y cierra ciclos vitales: de la historia del Concurso de Música Uneac, de la trayectoria académica, profesional y artística de los compositores e intérpretes reunidos y, sobre todo, de las rutas que han de seguir las obras que aquí se muestran, en sus posibles, infinitos y múltiples diálogos, provocaciones, discrepancias o consensos, con “viejas” y “nuevas” audiencias.

Tomado de Del canto y el tiempo, sitio del CIDMUC