Maya fascina. Se le da la palabra con la soltura de quien sabe hechizar. Accesible, con la sonrisa que rompe la tensión del prediálogo y le da, a quien se le acerca curioso, la certidumbre de hablar con alguien familiar.

No puede ocultar el orgullo que la habita en este viaje a La Habana. Le saltan las emociones y quizá, por primera vez, Maya no necesita las palabras.

Habla, en español casi perfecto, de esa alegría desbordada que le produce el reencuentro. Reencuentro con los lectores, rostros conocidos de nuestras letras, incluso con las caras de pueblo que pueden parecer anónimas, pero que a ella no le son indiferentes.

Gente Nueva, la editorial cincuentenaria que más llega a nuestros niños, trajo un regalo de Feria que evoca recuerdos muy cercanos a la escritora canadiense. Un título que muta con el idioma pero conserva las esencias. Envuelve el alma como quien deshoja una  flor.

Y Maya Ombasic regresa, con la mente, a una ciudad de la antigua Yugoslavia y se sabe niña otra vez.

Mostarghia, el título de mi último libro, es un juego de palabras: Mostar, la ciudad donde nací, y nostalgia. Pero en español sale bajo el título Un día después de Babel”, se anticipa esta versátil mujer que no se conforma con una exitosa carrera en el mundo de las letras y se mide lo mismo como profesora, cineasta, que en cuanto le apasiona.

“El ser humano puede renacer, pese a guerras, exilios y muertes, fundamentalismos religiosos o políticos: eso demuestra Un día después de Babel”, puede leerse en la nota de contracubierta de la edición cubana del volumen.

“Tras leer este libro; de amores y odios, del coraje de erigirse encontrando la razón entre tantas sinrazones en una existencia marcada por los límites, no seremos iguales”. 

El desplome de la Yugoslavia de Tito, se dice, marcó la vida del padre de la autora. De modo que no es capricho cuando se da testimonio en la carátula de que “Tras leer este libro; de amores y odios, del coraje de erigirse encontrando la razón entre tantas sinrazones en una existencia marcada por los límites, no seremos iguales”. Y la certeza, entonces, se abstrae y comienza a trazar un puente. El mismo puente en el que se vio Maya Ombasic de vuelta a casa, y donde comprendió de tajo que “era mejor, mucho más hermoso, ver las dos riberas al mismo tiempo (…), ser un puente entre dos riberas”, como retratara un día el turco Orhan Pamuk. Eso tampoco es capricho de contraportada.

Así, la escritora que se atrevió a hacer Crónicas del lagarto, a acercarnos a Extraños en la esquina de púrpura o a entonar la Canción de los meridianos, insiste en la ventana de oportunidades que abre la Feria como “el  mejor espacio para interactuar y conocer la  gente de otras culturas”. Para repensarse y reencontrarse.

Alcanzo a decirle las primeras palabras de un premio y no hace falta más. Ella, toda emoción, me conmociona. Recuerda el insomnio al saber la noticia —insomnio de alegría, de agradecimiento—. Y es que la Distinción a la humildad Dora Alonso, que le fue concedida este viernes, le calcó la sensibilidad y se la sembró en los ojos. Los mismos ojos que se bañaron de nervios ante un cisne de papel. 

“Sé que Dora Alonso es muy importante para todos los niños cubanos y cuando me dijeron que me iban a dar esta distinción sentí que no podía dormir toda la noche. Y ojalá mañana no llore”, confesó el día anterior. Pero sí lo hizo.

Desandando los últimos pasos de nuestra entrevista, la mujer que impacta con la palabra y la presencia parece repasar ahora de golpe tres paradas de un trayecto de vida: Mostar, Canadá y Cuba. El itinerario de las mostarghias todas que redescubren, a la vuelta de nuevas letras, las memorias de una niña que definitivamente se hizo mujer, y mejor persona, después de Babel.