Mis evocaciones de John Lennon

Mirta Yáñez
14/1/2016

Ahora me viene bien la frase hecha de cómo vuela el tiempo. Si me preguntaran la clásica pregunta de “¿dónde estaba usted cuando….?”, por ejemplo, cuando se pisó la luna por primera vez, y en este caso “¿dónde estaba usted cuando se enteró del asesinato de John Lennon?”,podría describir con precisión qué yo hacía cuando llegó la aplastante noticia el 8 de diciembre de 1980. Pero no viene a cuento. Han pasado con velocidad rabiosa 35 años, y la pena asombrada continua. No había forma de encontrarle sentido a un mundo que desata esos actos malvados, irrazonables e inútiles.

Han pasado con velocidad rabiosa 35 años, y la pena asombrada continua. No había forma de encontrarle sentido a un mundo que desata esos actos malvados, irrazonables e inútiles.

Homenajeamos a John—al John que pedía que se le diera una oportunidad a la paz— en este nuevo aniversario de su fallecimiento. Pero, a la verdad, en estos casos, me gusta más celebrar que en el pasado 9 de octubre hubiese cumplido 75 años. Y confieso que no me lo imagino como un envejecido hippie de melena blanca. El privilegio de esos que mueren jóvenes es que su imagen radiante perdura para siempre sin los estragos del paso de los años. Como Rimbaud, el otro joven eterno.

Me han hecho bellos regalos en mi vida, pero uno de mis favoritos fue un pullover que me dejó Santa Claus en casa de mi prima en New Jersey. Era mi primera Navidad en mucho tiempo, y mientras abría mi paquete, vi las miradas cómplices de mi tía y mi prima. Con emoción desdoblé un pullover negro con la efigie de Lennon, quien a su vez porta otro pullover con el rótulo “New York City” y en la espalda una cita universal de su canción “Imagine”: “You may say I´m a dreamer/ but I´m notthe only one/ I hope some day you will joinus/ and the world will live as one”. En mi traducción libre: “Podrás decir que soy un soñador [soñadora], mas no soy el único [la única]. Tengo la esperanza de que algún día te unas a nosotros y el mundo viva unido”. Me impresionó que, a pesar de tantos años de vivir separados, mi familia supiera con tanta sensibilidad cómo yo pensaba y cómo veía a la humanidad. Este regalo es un símbolo que conservo de que las ideas altruistas siempre unen y no separan.

En ese mismo diciembre, sin quitarme la nieve del camino, peregriné hasta el Edificio Dakota. Allí, junto a la reja de entrada y bajo el arco frontal, se reunía un grupo de turistas un poco alborotosos, así que me quedé en la acera de enfrente, tratando de imponerme recogimiento ante el sitio donde había caído por aquella bala estúpida uno de los grandes héroes de nuestro tiempo. Si indignación experimenté por el crimen, sentí como otro intento de homicidio literario el aquello de que el idiota asesino acarreara encima como una supuesta alegoría uno de mis libros más queridos, El guardián en el trigal de Salinger. Olvido perpetuo para el doblemente criminal, debe ser la condena, a no pronunciar ni escribir jamás su nombre.

Luego crucé la calle y me dirigí a un punto del Central Park donde se encuentra el lugar destinado a recordar a John. El sitio fue bautizado con el título de la memorable canción “StrawberryFieldsForever”, en forma de una roseta en el terreno, en cuyo centro está inscrita la palabra “Imagine” y rodeada de nombres de países que colaboraron a la ofrenda. Allí aparece Cuba también.

También tuve la fortuna de que el amigo y profesor Wilkinson nos llevara a Emilio Jorge Rodríguez y a mí a una visita a Liverpool donde, como es de sobra sabido, nacieron John Lennon y Los Beatles. A la entrada del Cavern Club, en un vistoso callejón, está una estatua de John recostado a una columna, con los pies cruzados y las manos en los bolsillos. Entramos al pequeño lugar que se conserva como un museo de cuando allí tocaban los entonces llamados Quarrymen, y aunque estaba expresamente prohibido en un letrero, Emilio Jorge y yo no resistimos la tentación, nos subimos al escenario y empuñamos el bajo que perteneció a John. Guárdenme el secreto de esta excusable felonía.

Ya yo había estado antes en Londres en el lejano 1991. A la amable profesora que me guiaba por la ciudad por apenas unas horas le dije que no podía irme de (imaginaba que sería la única ocasión) sin hacer dos cosas. Condescendiente me llevó primero a la esquina de Abbey Road, y cuando le dije que lo segundo era visitar la tumba de Karl Marx, se quedó patidifusa y comentó que los cubanos éramos rarísimos. Y ahí fue cuando yo le expliqué —con una frase de mi autoría aunque luego se ha repetido— que lo que ocurría era que yo era “marxista lennonista”.

Desde la adolescencia hasta hoy, siempre me han acompañado la música de Los Beatles. Por fortuna, en la época prohibitiva, cuando no se podían poner sus canciones en los medios, nosotros estudiábamos en el Instituto Especial “Raúl Cepero Bonilla”, y gracias a los discos que el padre le había traído a uno de nuestros compañeros, podíamos bailar con ellos en nuestras fiestecitas al ritmo de “Anna” y “Twist and Shout”, y oírlos en las horas de descanso. Esas canciones son la banda sonora de toda mi vida. Esta es una de las razones porque solo pongo a Los Beatles en situaciones escasas y excepcionales. No quiero que se me gaste ni se me raye la emoción y el recuerdo que me convoca cada una de ellas. Amigos, familia, amantes, eran los gloriosos tiempos en que todos seguíamos juntos. Pero naturalmente, entre todas las canciones que escribió John, tengo una favorita que su texto resume mis sentimientos: “In mylife”.

John Lennon continua actual, sus ideas mantienen vigencia. Por la paz y un mundo mejor. Cuando junto a Yoko cobró conciencia de la marginalidad de la mujer expresó una de las afirmaciones más contundentes y feministas de nuestra época al atestiguar que “la mujer era el negro del mundo”. Hoy, tantos años después, cabe decir ¡Gracias John! por todo el legado que nos dejaste, y gracias porque tu espíritu nos ha hecho una generación permanentemente joven.