Mirar como lo haría el intruso

Erian Peña Pupo
12/4/2021

El voyeur sí participa. Consensuado o no, el intruso es parte del acto. Pensaba en estas ideas —sobre las que dialogué hace un tiempo con el escritor Alberto Garrandés— luego de recorrer las obras que integran la exposición virtual de arte erótico La mirada del intruso II, en homenaje a los 30 años de la fundación del Centro Provincial de Arte de Holguín.

En la muestra convergen artistas reconocidos en el panorama de las artes visuales holguineras y otros más jóvenes con propuestas atractivas. Fotos: Cortesía del Centro Provincial de Arte de Holguín
 

Quien observa, espera tener una vista privilegiada, ser parte del suceso, experimentar el goce al observar el acto sexual (como en un atractivo cuadro de Balthus). La escena se tridimensiona metafóricamente: el pintor, el objeto de la mirada y el intruso pueden alternar roles. Este último puede ser también el pintor (consensuado o no, con o sin permiso, el artista de la plástica puede ser, de hecho lo es, un fisgón por excelencia, un mirón nato).

“Puedes ser un voyeur sin que nadie se percate, y también puedes serlo luego de un arreglo, y entonces serías un voyeur consensuado, experimental. Te es permitido mirar”, me decía Alberto en aquella entrevista publicada en las páginas de La Gaceta de Cuba. Quienes observamos la pieza anhelamos también “mirar” un poco más, sentir el goce de la mirada perturbadora, las licencias que rasgan el velo, las sugerencias de la mente…

 

Sobre varias de estas ideas, Ronald Guillén Campos realizó, junto con Lidisbelis Carmenate, la curaduría de La mirada del intruso II, sabiendo que “el erotismo puede manifestarse también en ausencia del objeto amado (el modelo real), como fetiche, lo que confirma su condición subjetiva. En la imagen artística, como en el erotismo, subyace una energía que busca trascender los límites de la individualidad a través del goce”.

 

Esta ausencia-presencia, portadora de la fuerza del fetiche y de esa condición subjetiva que subraya Guillén Campos, se palpa en muchas de las piezas seleccionadas para la muestra, donde convergen artistas reconocidos en el panorama de las artes visuales holguineras y otros más jóvenes con propuestas atractivas: Dagoberto Driggs Dumois, Freddy García Azze, José Emilio Leyva Azze, Juan Carlos Anzardo, Luis A. Silva, Nalia Martínez Grau, el propio Ronald, Salvador Pavón, Víctor Manuel Velázquez y Yuri Urquiza.

 

Además, encontramos obras de Adelina Rodríguez, Annaliet Escalona, Bertha Beltrán, Emilsy Pérez, Enrique Miguel Díaz, Hennier Delgado Chacón, Josué Rodríguez Pupo, Julio C. Cisneros, Mayte Segura, Natalie F. Infante Carralero, Oscar García González, Osvaldo Santiesteban, Rogelio Iván Ricardo, Roy González Escobar y Yunieski Rodríguez Sánchez.

 

La muestra conmemora las tres décadas del Centro de Arte como “espacio aglutinador desde el cual se han generado proyectos visuales que contribuyeron a enriquecer el panorama visual del territorio. Y ha sido sitio de promoción de una hornada de artistas y curadores convertidos luego en paradigmas de nuestra plástica local y nacional”, asegura.

Y con ella, además, comenta Ronald Guillén, “intentamos recordar el Día Internacional de la Mujer, una conmemoración anual en todo el mundo para batallar por los derechos y el empoderamiento de la mujer. Lentamente y a medida que el feminismo ha ido cobrando fuerza, esta fecha ha ido perdiendo su carácter exclusivamente obrero, pasando a ser una jornada en la que se reclaman espacios y derechos de género”.

 

En este punto la exposición —con dirección general de Yuricel Moreno Zaldívar y expuesta en el perfil de Facebook Artistas holguineros— destaca por recoger una mirada principalmente heteronormativa del erotismo, un anclaje que parte y anhela la erótica femenina, el cuerpo de la mujer como recipiente idóneo y también como objeto del deseo sensual / sexual (esto último mayormente visto desde una perspectiva masculina).

Esto hace que convivan en un mismo escenario —la exposición— diferentes maneras de acercarse al sujeto erótico (que no siempre posee idénticas características y es precisamente su atractivo) y que nos hagan partícipes de los rejuegos con el kitsch y las imágenes portadoras de una carga erótica simbólica, de las posibilidades sicalípticas de la escultura y la línea en el dibujo, de la recontextualización de la imagen, del propio fetiche…

 

“El arte siempre es erótico. (…) Ninguna búsqueda relacionada con lo estético en artes visuales puede prescindir del oficio del fisgón y ello es perennemente una señal de intrusión. Reflexionar desde lo visual acerca de lo sensual, lo carnal y lo amatorio siempre tendrá una finalidad escabrosa y obscena, pues se trata de mostrar o evocar al ser humano en su naturaleza más pura, la genital”, añade Ronald Guillén Campos en las palabras del catálogo de una muestra que posibilita acercarnos al cuerpo anhelado —consensuada esta mirada, cómplices al mismo tiempo de las subjetividades del artista— con las posibilidades que nos hacen sabernos poseedores de la mirada del intruso.

 

Sabemos, además, que la imago condensa el placer, lo sugestiona. Y desde esta frontera, induce la creación (en este caso plástica). Esa termina siendo construcción corporal: una posesión sobre lo que observa y hace suyo; aquello que, de una u otra forma, también lo observa y posee desde la peligrosa densidad del erotismo, de la propia vida.