Medio siglo de La muerte de un burócrata

Mario Naito López
18/8/2016
Fotos: Cortesía ICAIC

Cuando Tomás Gutiérrez Alea, Titón, concluye sus estudios de cine (1951-1953) en el Centro Sperimentale de Cinematografía de Roma, seguramente no pensaba que muchas décadas después iba a ser considerado el realizador cubano más importante en la historia de la cinematografía nacional y uno de los más prominentes de Iberoamérica.

Su trayectoria fílmica inicial como colaborador en la dirección del cortometraje documental El Mégano (1955), de Julio García Espinosa, rodado por los miembros de la sección de cine de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, y como director técnico de la producción de Cine Revista (1956-1958) —que incluye en una de sus emisiones el pequeño documental La toma de La Habana por los ingleses (1957)— prefiguran, no obstante, a un cineasta en ciernes, con hondas preocupaciones sociales y estéticas.

De ahí, no es de extrañar que en el naciente Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), creado en marzo de 1959, su presidente Alfredo Guevara Valdés le encomendara a Titón —integrante entonces de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde— la trascendental misión de concebir el proyecto fílmico de Historias de la Revolución (1960). Este culminó en una película de tres cuentos, en los cuales se pusieron de manifiesto diversas facetas de la lucha político-ideológica y militar contra la dictadura de Fulgencio Batista, y tuvo el privilegio de ser el primer largometraje de ficción estrenado por esta nueva institución cultural.

A esta primera cinta de Gutiérrez Alea siguieron otros dos largometrajes de ficción suyos: Las doce sillas (1962), una inteligente comedia basada en una novela satírica de los autores rusos Ilf y Petrov, que tuvo tanto éxito crítico y de público como Historias de la Revolución; y Cumbite (1964), una adaptación cinematográfica de la novela Los gobernadores del rocío, del escritor haitiano Jacques Roumain. Pero la mayoría de edad de Titón como director cinematográfico, en realidad la alcanza con La muerte de un burócrata (1966), una de las más penetrantes sátiras que se hayan rodado jamás sobre el fenómeno de la burocracia.


 

Conocedor de la psicología del cubano, y como intelectual comprometido con su época, Gutiérrez Alea, inquieto e inconforme con muchas de las medidas administrativas absurdas dictaminadas con el propósito de regular diversos trámites en el país, se vio compulsado a tener que denunciar dichos desatinos. Sabía que no podía atacar frontalmente los problemas, porque en el ambiente prevalecían actitudes extremistas que tildaban de contrarrevolucionarias las opiniones que exigían una organización seria y racional para la solución de numerosos asuntos cotidianos. Por esa razón, es probable que acudiera a plasmar cinematográficamente, en tono satírico, una historia improbable como metáfora de un suceso que resumiera simbólicamente dificultades y tragedias particulares diarias, para evadir una reacción violenta por parte de jerarquías superiores.  

Conocedor de la psicología del cubano, y como intelectual comprometido con su época, Gutiérrez Alea, inquieto e inconforme con muchas de las medidas administrativas absurdas dictaminadas con el propósito de regular diversos trámites en el país, se vio compulsado a tener que denunciar dichos desatinos.

La idiosincrasia burlesca de nuestro pueblo, por supuesto, posibilitó que este aplaudiera a raudales a La muerte de un burócrata, e identificara toda una serie de males sociales que ocurrían en el proceso revolucionario. La principal virtud de Titón fue la de apoyarse en códigos y recursos del lenguaje cinematográfico asequibles al público: un empleo ingenioso de personajes y gags típicos de la comedia silente norteamericana, un eficaz montaje de las imágenes y una historia lineal narrada de manera ortodoxa y precisa, por citar sólo algunos de los elementos de mayor mérito.

La película recibió excelentes críticas en la prensa nacional, fue galardonada en el Festival Cinematográfico Internacional de Karlovy Vary y posteriormente exhibida en el extranjero con notables reseñas. Con estos antecedentes, el cineasta pensaría que le sería muy difícil superar artísticamente este éxito. Sin embargo, dos años después vería la luz Memorias del subdesarrollo, considerada por la mayoría de los especialistas como su obra maestra, y luego vendrían otras cintas más complejas en su alcance estético y social: Una pelea cubana contra los demonios y La última cena.


 

No obstante, La muerte de un burócrata es el filme emblemático de Gutiérrez Alea que yace en la memoria colectiva del espectador cubano, por reunir todas las características que lo hacen exponente de una verdadera muestra de arte popular. A diferencia de ciertas películas pretendidamente revolucionarias, con un mensaje didáctico de denuncia de las calamidades o injusticias a que son sometidos los pueblos, pero que en realidad son panfletos políticos, las auténticamente artísticas, como la antes mencionada, perviven en el tiempo.

La muerte de un burócrata  yace en la memoria colectiva del espectador cubano, por reunir todas las características que lo hacen exponente de una verdadera muestra de arte popular.

La muerte de un burócrata es una cinta que mantiene una vigencia indiscutible a medio siglo de su estreno. Ya hace poco más de 20 años atrás, Titón intentó una suerte de ¿remake?, o al menos un autohomenaje, en Guantanamera, en la cual sustituyó la necesidad de desenterrar un cadáver por la de la imposibilidad de enterrar otro, para demostrar que aún prevalecían en nuestro país muchas medidas que dificultaban la vida diaria de sus habitantes.

En el presente, algunos documentalistas de la Muestra Joven ICAIC siguen, en cierto modo, el legado artístico del creador de La muerte de un burócrata, al exponer en sus realizaciones audiovisuales preocupaciones en torno a limitaciones o prohibiciones que frenan el desarrollo y el bienestar de la población, o al llamar la atención acerca del desmedido o inefectivo empleo de símbolos de la cultura nacional, como es el caso del documental Un héroe de culto, de Ernesto Sánchez. Porque, en realidad, lo que hace la burocracia es enmascarar irregularidades o mal funcionamiento de procedimientos establecidos por funcionarios que, al parecer, no desean que se resuelva una situación en un período de tiempo más o menos breve.


 

Desde hace algunos años, en el periódico Granma aparece la sección semanal Cartas a la Dirección, donde los lectores expresan quejas acerca del trabajo de las administraciones; y en fecha más reciente, el Noticiero Nacional de Televisión, en su segmento Cuba dice, entrevista a público o funcionarios sobre aspectos en los cuales existen inconformidades por problemas de calidad o mala gestión laboral. Pero, según la opinión de la población en la calle, la mayoría de las molestias e inconvenientes continúan sin resolverse.

La muerte de un burócrata es una cinta que mantiene una vigencia indiscutible a medio siglo de su estreno. 

De vivir aún, Gutiérrez Alea tendría mucha tela por donde cortar, con disímiles anécdotas que podrían rayar en lo absurdo, como ocurrió con La muerte de un burócrata.

Titón fue un hombre visionario que se adelantó a su tiempo. Nuestro cineasta mayor pudo entregarnos un conjunto de cintas que, además de expresar las tribulaciones sociales de su momento, reflejan conflictos que subsisten en nuestra sociedad y en el mundo contemporáneo.