Más allá del polvo, me muero por tu amor

Marilyn Garbey Oquendo
15/2/2018

Tras la noticia de que Miguel Altunaga regresaba a los salones de Danza Contemporánea de Cuba se multiplicaron las expectativas. Aquel mulato de dreadlocks largos que ponía al público de pie cuando salía al centro del círculo en Compás, volvía en el rol de coreógrafo. Más allá del polvo es el título de la pieza que ha regalado a la compañía donde se formó.


Altunaga vuelve a la isla que lo vio nacer, a la compañía donde se formó. Foto: Adolfo Izquierdo

 

Uno de los valores de la obra es su diálogo directo con los contextos, y cuando digo directo no aludo a obviedades en el montaje ni refiero la archiconocida interacción entre arte y sociedad. Subrayo las posibilidades de la danza para compartir reflexiones sobre el mundo en que vivimos; es exigencia que hago siempre a la que se crea en Cuba, que a ratos parece muy alejada de las circunstancias en que nace.

Más allá del polvo reúne en escena a 20 bailarines, mujeres y hombres, blancos, negros y mulatos, entrenados a diario rigurosamente, que laboraron de lunes a sábado de forma intensa porque preparaban el estreno de esta temporada, al tiempo que ensayaban otras piezas de su repertorio. Quienes conozcan de las intimidades de una compañía de danza saben que esa debiera ser la rutina, pero no siempre es la realidad. Basta asistir a los teatros para darse cuenta de que los niveles de exigencia creadora van a la merma.

Podría leerse la coreografía como un viaje a la semilla. Altunaga vuelve a la isla que lo vio nacer, a la compañía donde se formó y de la cual fue primer bailarín, en la que trabajó con coreógrafos de diversas tendencias. Se fue a Londres cargando el peso de esta isla y ahora retorna convertido en bailarín de la Rambert Dance, antigua y prestigiosa agrupación, en la cual ha interpretado roles que le han valido ser nominado en tres ocasiones a los exigentes Premios del Círculo de la Crítica, de gran prestigio en Gran Bretaña. Me atrevería a afirmar que es el bailarín cubano de danza contemporánea más reconocido más allá de nuestras fronteras. Con esa otra carga vital volvió.

De lo más interesante de la pieza es apreciar el diálogo entre la escuela cubana de danza moderna y las tradiciones danzarias europeas que el coreógrafo ha incorporado a su archivo como creador. La fisicalidad de los bailarines lo sedujo y por eso les exigió ponerla en escena como fundamento de la obra; pero hay que decir que supo matizar los impulsos físicos y graduar la intensidad de sus energías y les exigió comprendieran las ideas que quería compartir con ellos y con los espectadores. De ahí que se percibieran con nitidez las cualidades interpretativas de cada uno.

Cómo se piensa Cuba desde otros contextos, cuáles son los estereotipos de la cubanidad, cómo somos los cubanos y cubanas, cómo se insertan en otras geografías. De frustraciones, tristezas y decepciones se habla; de optimismo y de necesidad de seguir adelante, pase lo que pase, también.

La coreografía nace en un mundo globalizado en el que las comunicaciones fluyen a la velocidad del rayo, de brexit en Gran Bretaña y de elecciones en Cuba con relevo generacional incluido, con una ola de rechazo a los inmigrantes, con amenaza de guerra mundial latente, donde nos quieren convencer de que no hay alternativas viables al imperio del capital financiero.

“Aquí el que baila, gana”. El tema de Los Van Van, tan popular en los 80 del siglo XX, es el pretexto para acercarse a la cotidianidad cubana, que ya se sabe no es nada fácil pero es estímulo para no rendirse y perseverar en el camino de alcanzar la plenitud como ser humano. Esa zona de la coreografía provoca fuertes emociones, sobre todo porque la invocación viene de los más jóvenes.

Miguel Altunaga salió una vez de la zona de confort y se fue a vivir a otra ciudad, alejado del calor tropical y de su familia; tuvo que entender otras formas de moverse como bailarín y utilizar otro idioma para comunicarse. Ahora vuelve a poner en riesgo lo vivido y lo aprendido para hacer esta coreografía, empeñado en reconocer la impronta de las mujeres en la sociedad, en momentos en que se batalla por cambiar las relaciones de poder que las someten a reglas denigrantes para su integridad física y espiritual.

Estructurada como una clase, en la cual interactúan el individuo y el coro, donde se exige constancia para repetir el ejercicio hasta alcanzar la perfección, y en la cual es posible romper la rutina con un chiste, la coreografía volverá a los escenarios para pulirse ante el público. En esta temporada, la del estreno, logró conectarse emocionalmente con los espectadores, y al menos a mí, me puso a pensar en las posibilidades de la danza para indagar en nuestra realidad.