Luna trovera

Joaquín Borges-Triana
14/4/2016
Foto: Tomada de Internet
 

Quienes conocen la obra de Augusto Blanca (Banes, 1945) coincidirán conmigo en que, como se diría en el lenguaje de los tiempos de mi abuela, él es un trovador reyoyo, heredero del legado aportado por grandes maestros al estilo de Miguel Matamoros, SINDO Garay, Manuel Corona o Patricio Ballagas, entre tantos nombres que podrían citarse. Ello es resultado de haber tenido la fortuna de vivir por una larga etapa en Santiago de Cuba y por ende, disfrutar —en lo que serían los años de carácter formacional— de la sapiencia de todos aquellos que antaño hacían de la Casa de la Trova santiaguera, uno de los mejores sitios donde estar.

El tiempo ha pasado, esa Casa de la Trova ya no es lo que era antes, Augusto vive ahora en el céntrico municipio habanero del Vedado, pero lo que de joven aprendió y aprehendió, por suerte no lo ha olvidado. Lo anterior se comprueba al escuchar un disco suyo como el titulado Luna trovera, publicado en Cuba por el sello Producciones Colibrí y que también ha visto aparecer una tirada en México, a través de Ediciones Pentagrama, firma que ya había hecho circular en el mercado mexicano el álbum de Blanca nombrado Este árbol que sembramos, un homenaje a los fundadores de lo que fue la Nueva Trova.


 

Luna trovera es un álbum contentivo de 17 cortes, que en esencia resultan "trovadas" donde el cantautor se presenta, una vez más, como alguien apegado a la raíz ancestral de la cual se ha nutrido y a los decires juglarescos. Temas como “Canción para comienzos de siglo”, “Cosa muy seria”, “El vagabundo de 23 y H”, “Noches y palomas blancas”, “En esta madrugada” o “Penélope de la década del 80”, son testimonio de la lucidez poética que siempre ha caracterizado a este trovador, quien persiste en abordar asuntos vinculados a la esfera íntima, la amistad, el amor, la tolerancia, la naturaleza…, por mencionar algunos de sus motivos recurrentes.

Con una sonoridad acústica, uno de los méritos del disco está justo en los arreglos con los que se arropan las distintas piezas aquí recogidas. El trabajo de acompañamiento y de orquestación recae en lo fundamental en el trío villaclareño Trovarroco, que logra captar a plenitud el espíritu de las canciones de Augusto y con ello, se alcanza un grado de integración no muy frecuente en buena cantidad de los fonogramas que uno se encuentra por ahí. Contribuye además al realce del CD, la participación de varios invitados que hacen dúo con la figura protagónica (recurso que ya le diera excelentes resultados a Augusto en Este árbol que sembramos); son ellos Vicente Feliú, Sara González, Lázaro García, Corina Mestre y el chileno Patricio Anabalón.

Aunque éste es un álbum parejo en sus niveles cualitativos, como es lógico hay cortes que a uno le gustan más que otros. En mi caso, debo mencionar entre mis canciones preferidas en el material “Regalo”, viejo tema que —a pesar de que los años transcurren— continúa cautivando desde su sencillez. Otro tanto cabría decir de la titulada “Poblina de las serenatas”, que de inmediato me hace evocar aquella hermosa serie de composiciones que entre los 70 y 80 nos entregase bajo el apelativo de “poblinas” y que, por constituir genuinas radiografías musicales de los pueblos cubanos, por demás con una singular belleza tanto en lo textual como lo melódico, bien valdría la pena que alguna vez, de conjunto fueran recuperadas del pasado y agrupadas en un disco compacto.

Por lo pronto, lo que hoy he comentado en esta columna de La Jiribilla es Luna trovera, labor que según el propio Augusto Blanca es el pago de la deuda adquirida por él con los viejos trovadores santiagueros, quienes de poder escucharlo, de seguro estarían orgullosos del discípulo.