Los retablillos de Federico García Lorca

Yudd Favier
8/9/2016

Al recorrer la dramaturgia titiritera lorquiana nos percatamos inmediatamente de coincidencias u obsesiones en los temas tratados: matrimonios por conveniencias, amores truncos y protagonismo de los personajes femeninos, entre otras concurrencias. De La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón (1923) al Retablillo de Don Cristóbal (1934), se observa una preponderancia de lo absurdo y fantástico por sobre lo dramático y lo poético, algo que hace que su obra adquiera rasgos puramente titeriles, especialmente en su última versión de Retablillo… presentada en Argentina. Y digo versión, porque con solo revisar los argumentos y los personajes de la Tragicomedia de Don Cristóbal y la Señá Rosita o Los títeres de cachiporra (1922), comprobamos que el Retablillo… no es más que la misma Tragicomedia… recortada y superior. No por gusto el Retablillo… es el texto titiritero de García Lorca que más se ha representado en Cuba, desde los años 40 del siglo XX a la actualidad.

Las dos obras tienen un similar argumento, diferenciado por detalles, algunos personajes y el desenlace. Pero concretamente ambas abordan el tema del casamiento de la joven Rosita con un hombre viejo y rico llamado Cristóbal, reconocido por su crueldad con la cachiporra. Al referirse a la Tragicomedia… Francisco García Lorca, hermano del poeta y uno de sus  biógrafos, señala:

“Yo guardo dos manuscritos (uno inacabado) independientes entre sí, sin que por la letra u otro indicio pueda decidirme a establecer una prelación. Los consideraré bajo las designaciones A y B, pues son sumamente curiosos como antecedentes de la versión publicada en 1949.

“El manuscrito A está fechado en su última página, el 5 de agosto de 1922; es decir, cinco meses antes de la representación privada de La niña…, y el manuscrito B representa un nuevo planteamiento. La publicada ha surgido de la simple intercalación del manuscrito B (cuadros 2, 3 y 4) en el A (cuadros 1, 5 y 6). No es posible que una mano ajena haya fundido ambos manuscritos haciendo alguna supresión; y es imposible porque hay sustituciones y adiciones que llevan la inequívoca marca del poeta.

“El texto A es en sí completo, de acción más rápida, naturalmente, que la versión antedicha (la publicada) y, en este sentido, acaso preferible” [1].

 Hay un interés en los cuadros de Tragicomedia… por caracterizar moralmente a personajes secundarios: lo hace con el Padre y el Curro, también con otros que son caricaturescos, como Espantanublos, el Fígaro, Cansa-Almas, que si bien responden al interés del autor por evocar a personajes populares y cómicos de Granada, retrasan un tanto la trama central, el casamiento de Doña Rosita con Don Cristóbal. Se alude al amor puro entre Rosita y el pobre Cocoliche contra el malvado ricachón, con situaciones  de comprometimiento social, personajes fieles, morales, con cortes psicológicos; la obra propicia un final feliz a favor de los enamorados y el malvado paga sus culpas “explotando”.


Los títeres de Cachiporra. Teatro SEA, Nueva York. Fotos: Cortesía del Autor

 El tiempo en el que transcurre la obra sugiere un naturalismo en el que todos los acontecimientos tienen una concatenación lógica. La ambigüedad  existente en las acotaciones o reflexiones pone en duda si se trata de títeres o no y contribuye a que esta obra no sea puramente titiritera, a lo que se suma la presencia de largos parlamentos con un lenguaje lírico, que no son propicios precisamente para ser dichos por títeres. Y si bien Cristóbal muere porque “no era una persona”, otras alusiones dejan al texto en una indeterminación sobre el tipo de actores para los que fue escrito.

Cosa muy distinta sucede con el Retablillo… No vamos a ver la presentación de los personajes que se hacía en la anterior. Las apariciones son espontáneas y el personaje tipo se muestra de manera más evidente. Se podría decir que de forma “descarada”. Con los sucesos ocurre  lo mismo, no se sugieren, sino que, sin aparente ilación, transcurren concatenadamente en acto único. Se convierte así el Retablillo… en una secuencia de escenas independientes entre sí. Los personajes no se detienen a hacer reflexiones, prescinden de una causalidad que justifique sus acciones, como sí sucede en la Tragicomedia

Observemos este fragmento del inicio.
Director: Vamos Don Cristóbal; hay necesidad de empezar el drama. Esa es su obligación. Usted es un médico.  (El subrayado es nuestro)
Cristóbal: Yo soy un médico. Vamos al toro.

En esta ocasión el  poeta tiene muy claro uno de los principios fundamentales del títere: el títere es el personaje, no un actor que debe interpretar a uno.

Director: Piense, Don Cristóbal, que necesita usted de dinero para casarse.

Cristóbal: Es verdad.
Director: ¡Gánelo pronto!
Cristóbal: Voy por la porra.

El títere no reflexiona, asume su caracterización, su precedente, su conducta es estable. Él es Cristóbal, descendiente de Cristobita, “valiente hasta la temeridad, camorrista, pendenciero, zumbón si los hay. (…) Cristobita se vale del palo (…) es como resorte dramático mucho más eficaz, convence mucho más, como dicen los críticos…”, esto escribía Luis Montoto  en el siglo XIX, y Lorca ha asumido la tradición popular en la que fue enmarcado este personaje y, por tanto, hace que actúe obviamente.

Director: Bravo. Veo que me ha entendido.
Enfermo: (Saliendo) Buenos días.

El personaje del Enfermo se introduce porque es oportuno. Allí se fabricó un médico hace unos segundos y necesita de un paciente al que “curar”. Su acción ha de ser rápida y no necesita de una explicación lógica. Es como si la secuencia fuese inevitable, por eso aceptamos el absurdo con facilidad. Así está escrita toda la obra, caracterizada por una celeridad donde todo queda sobreentendido.

En el Retablillo… no es importante caracterizar a los personajes para crear una situación de elección o frustración compleja, con matices psicológicos. Lo principal es el desarrollo de la historia, de todos los sucesos que la hagan avanzar. Lo que se refería en la Tragicomedia…, ahora aparece ante los ojos del espectador. Si en el primer texto se hablaba de la riqueza de Cristóbal, aquí se ve como obtiene el dinero estafando y dando cachiporrazos. Por eso en esta ocasión la moral de los protagonistas sale perjudicada. Mientras en la Tragicomedia… la fiel Rosita estaba enamorada de Cocoliche y suspiraba solo por él, ahora declama:

Rosita: Yo quisiera estar/ en el diván/ con Juan/ en el colchón/ con Ramón/ en el canapé/ con José, / en la silla/ con Medinilla, / en el suelo/ con el que yo quiero, / pegada al muro/ con el lindo Arturo, / y en la gran chaise-longue/ con Juan, con José, con Medinilla, / con Arturo y con Ramón.

La madre de Rosita queda como una burda negociante: Madre: Yo soy la madre de doña Rosita/ Y quiero que se case/ Porque ya tiene dos pechitos/ Como dos naranjitas/ Y un culito como un quesito,… (…) yo tengo una hija/ ¿Qué dinero me das?

Si en la Tragicomedia… el Padre se lamentaba en un aparte de la suerte de su hija, con evidente matiz melodramático (¡Dios mío, a quién le entrego yo a mi hija!); la Madre del Retablillo…, en semejante momento, forma una algarabía tal que, lejos de ser trágica, resulta risible: (llorando) Que no me la trates mal ¡Ay! Que lástima de mi hijita. Y se mofa de sí misma.


Retablillo de Don Cristóbal por XPTO, Brasil

Son situaciones analógicas, donde se cambian las actitudes y los contextos, se convierte el drama en parodia, el error en burla. También en esta ocasión la relación autor-público-personaje tiene mayor énfasis con la inserción del teatro dentro del teatro, en la que el director intercambia con sus personajes, sumado todo como un efecto de distanciamiento.

Otra situación que se hiperboliza en el Retablillo… es la llegada de los amantes. Si en la primera versión, Rosita oculta de su esposo a Cocoliche, y a un Curro inoportuno, propiciando el equívoco entre los amantes; en el segundo texto el juego se introduce por medio de la constante llegada de amantes anónimos, que son escondidos por doquier. No hay equívocos, sino embustes. No existe un tiempo real, pero, paradójicamente, tampoco se   pretende condicionar un tiempo ilusorio: el tiempo es el de la puesta en escena.

El absurdo llega a su apoteosis cuando Cristobita duerme su siesta post nupcias y Rosita comienza a parir niños (serán cinco bebés, uno detrás de otro). Mayores dimensiones se alcanzan al ser la recién casada asediada por los cachiporrazos que le da el cornudo marido ―y que finalmente  provocarán su muerte―, quien insiste testarudamente en contestar a la pregunta acerca de quién son los niños, con la frase “Tuyos, tuyos, tuyos…”.  Don Cristóbal seguirá repartiendo cachiporrazos a su celestina, ambiciosa y alcahueta suegra. Será el Director quien lo detendrá, haciendo del personaje un simple muñeco inanimado. Este es un epílogo solo permisible en una obra de  títeres, que va acompañado de una captatio benevolentia y con una genealogía de Cristobita, que lo mostrará para siempre “como uno de los personajes donde sigue pura la esencia del teatro” [2].

 

Notas:
1. Del capítulo titulado Teatro de Muñecos, del libro Federico y su mundo, de Francisco García Lorca, hermano del poeta.
2. Oración final con la que cierra el Director la pieza Retablillo de Don Cristóbal.