Laura Antillano: evitar la mentira

Enrique Pérez Díaz
16/2/2017

Una entrañable conocida del lector cubano nos visita en esta 26 FILH 2017. Recientemente galardonada con el Premio Nacional de Literatura de su tierra, que es como el colofón a una graneada trayectoria entre las letras, Laura Antillano, pese a su humildad, es una de las más importantes escritoras venezolanas. Una entrañable amistad nos une desde hace muchos años, y en más de una oportunidad hemos compartido azares de todo tipo, eventos internacionales, jurados, una penosa enfermedad de la que salió más fuerte y robustecida. Los lectores del patio la conocen por libros como Perfume de gardenia, publicado por Ediciones Casa de las Américas, y Gente Nueva la dio a conocer a su público con la novela juvenil Si tú me miras (Colección primavera), Emilio en busca del enmascarado de plata (uno de sus libros preferidos y que apareció en la colección Veintiuno) y recientemente Mi abuelo en Navidad, hermoso álbum ilustrado para pequeños.

foto de la escritora venezolana Laura Antillano
Foto: Internet

Esta entrevista, realizada en varios momentos de su vida, recoge sus afanes y desvelos, sus sueños e inquietudes en el mundo de la escritura, que no solo han ido de la mano de sus propias obras, sino en loables iniciativas como su taller para jóvenes “La letra voladora”, revistas, programas radiales y una labor promocional intachable.

¿Qué piensas del tono que deben tener las historias para niños?

Las historias para niños responden a la posibilidad de un lector con intereses particulares que corresponden, necesariamente, a su estado de desarrollo emocional e intelectual. Pienso que el lenguaje debe poner de manifiesto su riqueza expresiva en torno a ese lector o lectora, y ello nos lleva a la posibilidad de situarnos en el niño que fuimos, ahora desde la escritura, o en el que seguimos siendo. Estas historias deben ser, por tanto, auténticas, con un vuelo de fantasía, esperanza y veracidad al mismo tiempo.

El lenguaje debe poner de manifiesto su riqueza expresiva en torno a ese lector o lectora, y ello nos lleva a la posibilidad de situarnos en el niño que fuimos.

Se suele decir que en cada libro va un gran porcentaje de la personalidad de su autor. ¿Te pareces a tus personajes?

Nunca había pensado en ello, creo que cuando escribo para niños comienzo por ponerme en el lugar de la niña o el niño, y eso significa retomar a la niña que fui y parece andar todavía por allí. Probablemente cada uno de esos protagonistas, hembras o varones, tienen algo de mí misma, o de gente cercana que quiero o conozco. Pero mientras escribo no es una premisa consciente. Solo el lector que me conozca personalmente puede saber si me parezco a alguno de mis personajes.

¿Tienes algún modelo ideal de autor para niños?

No tengo una tipología al respecto, pero un buen autor para niños conoce a los niños, aun cuando, como contaba una vez Ana María Machado, los respete tanto que le cueste mantener de continuo la convivencia con ellos.

¿Reconoces alguna influencia de autores clásicos o contemporáneos?

Las influencias son un mar en el que todos nadamos inevitablemente, es extraño, pero debe tener que ver con las lecturas que una hace; hay textos que te enamoran y se quedan contigo, lo que no indica necesariamente que tu obra deje ver esa costura entre líneas. Natalia Ginsburg, la escritora italiana, y su libro: Las Pequeñas Virtudes, no escrito para niños, se quedó entre mis cosas; pero igual toda la literatura que disfruté en la infancia y aún me gusta, el Martí de La Edad de Oro, las leyendas y los cuentos clásicos que vienen de la oralidad, los libros de aventuras —los maravillosos libros de aventuras, debiera decir—, los que despiertan los sentimientos y los dejan fluir como en un río para reír o llorar a escondidas.

¿Qué solías leer cuando pequeña?

Cuando aprendí a leer se me abrió un mundo tan inmensamente grande que no tenía mucho tiempo para insertarme en “lo real”, o mejor dicho, a través de la lectura sentía una relación con la realidad mucho más profunda que la que me daba la directa percepción del entorno. Tengo un hermano cuatro años mayor y recuerdo con mucha nitidez las páginas de sus libros escolares, más que las de los míos, porque deseaba entonces con mucha pasión acceder a la escuela. El libro ¡Upa!, y una frase: “Corre Roque, tu casa se quema”, son dos nítidos recuerdos de aquellos días. El libro de mi hermano contaba las historias de un niño llamado Roque, y yo trataba de adivinar todo aquello, lo que las letras todavía no me decían, por medio de los dibujos. Por lo tanto, mis expectativas se cumplieron con alegría cuando pude descifrar los signos en el papel. La experiencia de la lectura me ponía en comunicación con una cantidad infinita de historias y circunstancias posibles, las que no tenían otra función que la de agrandar la dimensión del mundo. Esperaba con ansiedad los ejemplares de la Colección El Tesoro de la Juventud, que pusieron en mis manos las hazañas de Sandokan, con su arrojo y capacidad de audacia; la tristeza de Oliver en aquellas conmovedoras escenas del orfelinato recreadas en su más mínimo detalle por Dickens; los viajes interminables y en medio de las circunstancias más exóticas en las páginas de Julio Verne con su romántico Capitán Nemo; la sentimentalidad a flor de piel de las novelas de Luisa May Alcott, Mujercitas, Aquellas mujercitas u Hombrecitos; los animales profundamente cercanos de los cuentos de Horacio Quiroga. Recuerdo una edición fabulosa, hecha en papel cebolla e ilustrada, de Las mil y una noches; Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, con sus aventuras de espadachines y sus romances, y en escala de complejidad: el Juan Cristóbal, de Romain Rolland; La Madre, de Máximo Gorki; cuentos y teatro de Chejov; Crimen y Castigo, de Dostoievsky; cuentos de Tolstoi o de Allan Poe; las apasionadísimas y terribles historias de las hermanas Bronte, el optimismo desbordante de la poesía de Walt Wihtman, el lirismo Lorquiano de su teatro y poemas, La Iliada y La Odisea en su dimensión épica, y un sinfín de páginas, puesto que estaba dispuesta a leer todo lo que me cayera en las manos o no, puesto que un curioso espíritu de investigación me llevaba al encuentro con libros inesperados. Mi padre llevaba a casa semanalmente unos libros que recopilaban cuentos de hadas por regiones o países, de la India, del Oriente, escandinavos, suramericanos, de todas partes, los recuerdo con el mismo apasionamiento con el cual los leía entonces.

¿Cómo insertas tu obra en el panorama actual de la literatura venezolana?

Creo que entra en el contexto de un grupo contemporáneo de autores entre los cuales te señalaría a Mireya Tábuas, Armando José Sequera, Silvia Dioverti, Luiz Carlos Neves, Henry Martínez, Rafael Arráiz Lucca, Henriette Arreaza, y otros, cuyas perspectivas son distintas, pero escribimos para niños aproximadamente desde la misma época.

Un buen libro para niños tiene de la diversión y la delicia de descubrir tanto como del sentido de la fantasía, la ética y la dignidad, pero no en términos de pedagogía.

¿Qué atributos morales debe portar consigo un buen libro infantil?

Un buen libro para niños tiene de la diversión y la delicia de descubrir tanto como del sentido de la fantasía, la ética y la dignidad, pero no en términos de pedagogía. Debe ser esperanzador, debe ser verás en el sentido de evitar la trampa, no la fantasía, sino la trampa, la mentira, la artificialidad.

¿Qué piensas de la relación literatura mercado?

Es un binomio inevitable dentro de la sociedad en la cual vivimos. El mercado convierte en libros importantes, en cuanto a la lectura masiva, a textos que puede no sirvan para nada como literatura; el mercado produce libros que correspondan a un sondeo de opinión con el único propósito de vender, pero una buena orientación en el mercado también puede convertir a una obra de arte en un texto de primer lugar en cuantificación lectora. Ese es un tema muy discutido. En Venezuela ha habido gente que ve con desprecio la literatura de García Márquez, para darte un ejemplo, porque se vende en el supermercado; me parece tonto que piensen así, ojalá lográramos que la literatura importante se llevara a producción masiva y tuviera acogida en el público mayor, eso significaría un paso importante de dignificación de las masas.

¿Y qué opinas de la relación autor-editor?

Se han escrito novelas sobre esa relación. Un buen editor no es solo alguien que edita y promueve un texto para ubicarlo en el mercado, en el mejor de los casos, sino que debe ser un excelente lector, un conocedor de la “mercancía”, como un catador de vino, un individuo con pasión y formación lectora, con ética profesional, que establezca una relación justa con los autores, sin pretender explotarlos o engañarlos.

Si tuvieras que salvar solamente diez libros de un naufragio, ¿cuáles escogerías?, ¿cuál de los que has escrito?

¿Te refieres a libros para niños? Las obras de títeres de Javier Villafañe, El Principito, de Exupery; Los cuentos de animales, de Horacio Quiroga; La Edad de Oro, de Martí; Alicia en el país de las maravillas, de Carroll; El Señor de los Anillos, de Tolkien; Veinte mil leguas de viaje submarino, de Verne; El sol de los venados, de Gloria Cecilia Díaz; Las cartas de Alain, de Enrique Pérez Díaz; Matilda, de Roald Dahl; los cuentos de miedo de Emma Wolf y Ana María Shua; Un puente hasta Terabithia, de Katherine Paterson; Caperucita Roja y otras historias perversas, de Triunfo Arciniegas… Creo que me pasé. De lo mío salvaría papel y lápiz para escribir algo nuevo.

Solo nos queda reiterarle a Laura que esa intención de su escritura nunca se pierda y que, en caso de presentarse cualquier naufragio, tenga a mano la hoja salvadora y el lápiz redentor para que su palabra precisa, contundente y entrañable siempre aparezca para dejarnos un verso lleno de hechizo y la palabra que siempre alerta y provoca.