Latido: danzar entre lo que es y lo que ya no es más

Rubén Darío Salazar
26/5/2017

“Prepárate para ver danza contemporánea”, me comentó en un sms un amigo que por el Día de las Madres le regaló a su progenitora Latido, la más reciente creación de la compañía Lizt Alfonso Dance Cuba, en sus primeros 25 años de fecunda existencia. “¿Te gustó?”, le pregunté a través de los nuevos diálogos virtuales de que nos servimos casi todos los hombres y mujeres actuales. “No he visto mucha danza, pero creo que es buena, aunque yo quería algo de taconeo y colorido”. Fin de la conversación. Inicio para mí de un viaje hacia lo desconocido, consciente del empeño siempre transformador y ascendente de una de las agrupaciones danzarias más inquietas y exitosas de Cuba.


Fotos: Yuris Nórido

Latido es mucho más que danza contemporánea. Definitivamente, mi querido amigo no ha visto mucha danza. Es el reto que Lizt Alfonso propone a su tropa desde todas las aristas de un proceso de creación escénica que apela, por ejemplo, a nuevos estímulos sonoros, la vibrante música del saxofonista César López. Es un lujo su presencia e interpretación en escena, con una mezcla de sus músicos junto a los instrumentistas de la Alfonso. Una hora de música compuesta para bailar, nacida del talento de López en conciliábulo con una mujer osada. Partitura musical singular, salpicada de jazz, guaguancó, armonías clásicas, sonidos aleatorios, melodías dulcísimas, y una versión elegante de la siempre efectiva y estremecedora conga cubana.

Quien conozca la obra creadora de coreógrafos como Arnaldo Patterson, Víctor Cuellar, Gustavo Herrera, Alberto Méndez, Iván Tenorio y Alberto Alonso, hallará en Latido ecos y reminiscencias de esas maneras de pensar, coreografiar e interpretar la danza, en cuyos estilos la raíz nacional fue mezclada con los bailes populares y las formas de expresión corporal y gestual del cubano, más los lenguajes de la danza y el ballet moderno que llegaron a enlazarse hasta con el teatro musical.

La obra, sin intermedio y una duración cercana a los 60 minutos, es un laboratorio abierto, donde los cuerpos muestran una sugerente explotación de líneas de piernas y brazos, todo en pos de un crescendo espectacular. Latido no se acompaña de vistosos elementos escenográficos, ni de un diseño de luces de alta complejidad. La asepsia prima sobre las tablas. El grupo musical aparece discreto, casi a contraluz al fondo de la escena. Los vestuarios van sobre una gama de colores pasteles con algunas incidencias cromáticas fuertes, sumándose también al taller de búsquedas y encuentros que suelen ser los montajes de la Alfonso.

Los bailes masculinos se abren paso en Latido, dándole evolución a una presencia que años atrás no era común en la compañía. La parte femenina, siempre dueña y preponderante, indaga otras aristas, se arriesga y es colocada en zona de peligro, sin perder las intenciones anteriores de fusión. La muchacha que sorprendió con Fuerza y compás, se mostró otra en una propuesta como Alas, realizada en los comienzos del siglo XXI, y volvió a renovarse en producciones como Vida o Amigas, de enorme aceptación popular, tanto en la Isla como en el mundo.


 

No me atrevo a asegurar que Latido sea realmente un parteaguas en el trabajo creativo de Lizt Alfonso. En la trayectoria artística de una agrupación permeada por el constante movimiento en las formas danzarias, cambios en el propio nombre del grupo y en sus conceptos espectaculares, zafarse los correajes y definiciones llegado el momento, es una acción orgánica y valedera, natural en una compañía como Lizt Alfonso Dance Cuba.

La locura no se halla solo en el delirio, sino también en el sueño y la entelequia. Una composición coreográfica que alude al barroco, manipula pañuelos con aires de guaguancó y termina insinuando una rueda de casino, es una mascarada que late diversa y unísona a la vez. Un pas de trois de sabrosura criolla, colas casi rumberas y sensualidad a borbotones, deriva posteriormente en contextos danzarios de dudas, desencuentros, amores y desenlaces. Todo se vuelve una locura medio cuerda, una alucinación que explora motivos y sentimientos tropezados, tanto en los propios intérpretes de la puesta en escena como en el respetable.

Entre los varios comentarios publicados a raíz del estreno se dijo que Lizt Alfonso Dance Cuba se parece poco a la compañía de antes. Puede ser, mas advierto el mismo nivel de entrega, disciplina, inconformidad y constancia que los distingue hace ya un cuarto de siglo.

Todavía no es tiempo de precisar los alcances de una invitación danzaria como Latido. Sonido, movimiento, interpretación y visualidad están comenzando a lograr un acople que necesita madurez, e insisto, un diálogo desprejuiciado entre los propios intérpretes que están en escena y desde la platea hacia el escenario.

Cuando la solista del espectáculo se arroja hacia el vacío, ante la mirada cómplice de los espectadores, que no pueden hacer nada por impedirlo, cito las palabras de la propia líder de la compañía en el programa de mano: “El tiempo nos marca una pauta que resulta hilo conductor o cordón umbilical entre lo que es y ya no es más, en la dimensión en la que hoy nos encontramos”. Lizt Alfonso Dance Cuba sigue siendo la misma y a la vez es otra, un núcleo de creación que sigue vivo porque palpita y escucha a su vez la pulsación del universo, la corazonada de los que esperan de pie y de frente el latido final.