Las geometrías del colibrí

Noel Alejandro Nápoles González
14/1/2020

…La obra maestra está en nuestro interior 
como nosotros estamos en la obra maestra.

Kakuzo Okakura

 

Hay seudónimos que, con el tiempo, se vuelven nombres. A lo largo de más de cincuenta años, Eduardo Roca Salazar ha creado una gran obra y esa obra, de rebote, ha creado a Choco. Desde entonces él y su época han venido trenzando una poética que, por singular, se ha vuelto universal. Cuando el siglo XX cumplió setenta años, Choco era un joven e inquieto artista; ahora que Choco ha llegado a los setenta, el siglo XXI revive añejos e inquietantes dilemas. Han mutado el hombre y su contexto, y es natural que esta tensión dialéctica engendre rimas nuevas.

Invitacion digital Expo Meditaciones y Silencios. Foto:  Tomada de La Jiribilla
 

Aunque el eco de su magnífica exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes (diciembre de 2018-enero de 2019) aún persiste en la memoria, el tono de la muestra actual parece más íntimo, más introspectivo. Choco nos muestra sus abrazos y besos, sus peces y juegos de cabeza, y lo hace con la mano en el corazón, como en su óleo "Condición Humana", llegando a un estado de máxima espiritualidad.

Sin título, 2019, escultura en bronce, 120 x 90 x 90 cm.
Fotos: Rodolfo Martínez/ Eddy Garaicoa

 

Si la condición humana es un misterio que adopta la forma de un pez que contiene a otro nadando en sentido contrario, la solución que sugiere Choco a este conflicto es el abrazo que enlaza los cuerpos, el beso que unifica los labios. Lo que nos dice que, para él, la relación humana es un soplo vital que ayuda a mantener el equilibrio individual. Por eso disuelve la inevitable dualidad del Uno en la anhelada unidad del Dos.

Juego de cabezas, 2016, colagrafía, 94 x 73 cm.
 

Las ricas texturas parecen venas que transportan la savia secreta del cuadro, y el diseño es tan rítmico que todo parece animado por una música silente. Unas piezas, tal vez la mayoría, son de tibios colores terrenales, mientras que otras se distinguen por sus divinos azules. Y en todas la línea entre lo abstracto y lo figurativo se desdibuja, en la medida en que la figura va emergiendo como un tejido de abstracciones.

Condición humana, 2010, óleo sobre lienzo, 84 x 68 cm.
 

Dieciséis obras, entre óleos, técnicas mixtas, colagrafías, esculturas colagráficas e instalaciones con matrices conforman la expo. Y ¿cómo explicar el amor de Choco por esta técnica del grabado? La colagrafía utiliza materiales accesibles, genera texturas fantásticas y potencia la libertad creativa del artista. De alguna manera, es el equivalente visual del jazz, género que Choco admira tanto. Esta libertad de experimentación y renovación constante ha servido para que Choco se crezca y cree a partir de la fusión de todas nuestras culturas, razas y costumbres, lo que hace que se le reconozca, sobre todas las cosas, como un artista esencialmente cubano.

El pez, 2019, Escultura colagráfica, 120 x 45 x 20 cm.
 

Cada signo suyo es un abanico de significados, que se despliega para refrescar la mirada del espectador capaz de paladear su polisemia. Y es que tal vez lo más importante en la obra de Choco no es lo que se dice sino lo que se calla.

Ojo de pato, 2019, Escultura colagráfica, 115 x 53 x 20 cm.
 

Llega un momento en la vida en que la espiral del conocimiento, que hasta entonces se ha expandido en la base, comienza a contraerse en la altura. Es el momento en que el saber se convierte en sabiduría y el pie, en ala. Si el saber es la suma de sabidurías ajenas, la sabiduría es el zumo de saberes propios. Y esta sutil metamorfosis espiritual se trasluce, a veces, en la sencillez creciente de la obra y en el hecho de que la complejidad real de las cosas va cediendo, poco a poco, a la simplicidad de las formas. En ese instante, el artista comprende que las mil y una certezas que atesora caben holgadamente en la punta de un alfiler. Entonces la obra de toda una vida parece resumirse en una pieza; la pieza, en un fragmento; el fragmento, en apenas un trazo o una mancha de color.

Quizás por eso es que Choco, sumido entre meditaciones y silencios, sigue juntando geometrías en el ala de un colibrí.