Las campanas de Juana la loca

La Jiribilla
15/2/2016

La obra literaria de Marta Rojas ha sido muy leída. No son pocos los cubanos que conocemos a esta autora por su fecunda labor periodística y obra literaria reconocidas, por sus excelentes crónicas y reportajes, por su libro —testimonio antológico— El juicio del Moncada; su labor como corresponsal de guerra en Vietnam, cuyo resultado, entre otros, dio origen a su libro sobre Vietnam del Sur; su Premio Casa de las Américas con El que debe vivir y sus novelas El columpio de rey Spencer, Inglesa por un año —Premio Alejo Carpentier—, Santa Lujuria, El harén de Oviedo o El equipaje amarillo, traducido incluso a la lengua china. Y así nos extenderíamos infinitamente en recordar y enumerar las obras que avalan y prestigian a esta escritora.

Pero, si todo lo que he mencionado anteriormente y lo que no, constituye el quehacer literario, erudito e imaginativo de Marta, nada tiene comparación, y no exagero, con la obra que se presentó en la Feria del Libro de La Habana: Las campanas de Juana la loca.

Cuando comencé a leerlo, pensando en hacer su edición, para la Editorial Oriente,  sabía, por todo lo leído de ella con anterioridad, que tenía en mis manos un buen libro, pero, no era solo eso: poseía una obra trascendental, en la que con sorpresa nos enfrentamos a un imaginario joven cronista alemán del siglo XVI que se prodiga en la voz de un Lector de Tabaquería (oficio muy común en Cuba y Tampa en la Florida, en otras épocas y que por desdicha no se practica ya con la intensidad inicial). El Lector de Tabaquería se vale de un supuesto autor anónimo para llevar a pasearnos por la historia de tres, cuatro siglos desde el siglo XVI al inclusive siglo XIX y por qué no hasta el XX con la alusión a las canciones de Silvio Rodríguez o los poemas de Pablo Neruda; desde el Reino de Castilla hasta “al otro lado del mar”, como nos dice su autora, hasta llegar a la Colonia donde nos trae la esencia misma del colonizador y el colonizado que se involucra en el Renacimiento.

Y nos preguntamos cómo es posible que Marta lograra llevarnos de la mano por todo ese tiempo histórico, casi sin darnos cuenta, en medio de una lectura que en cada página lo hacíamos con mayor fruición, al conocer a ese inolvidable protagonista que es Rüdger Jünger, paje de la reina Juana la loca, y asistir a ese santuario de amor de Juana por Felipe el Hermoso, su marido, en el marco de dolor de una cámara mortuoria, cuya descripción es una de las más bellas que he leído, donde la autora dibuja hermosas pinturas cito:

“Entre gobelinos de gran formato con hilados de plata y oro, con finas sedas de Granada y trama de lanas de Lyon, un tanto parecidos a los de la Meca y Medina. Su costo era inimaginable,… [con los que] la reina quiso consagrar en ellos su amor posesivo por el viril e infiel esposo”.

Y la pintura que ella hace en el bordado de los gobelinos de su autoría, describe los hechos, nítidamente.

Pero también asistimos a la ira de Juana cuando le llevaron aquella piedra llena de fango de color verdoso, en lugar del oro codiciado, al desconocer que esos pedazos de tierra verdosa iban a ser tan ambicionados como el oro. Es el momento de la entrada del “cobre que es más que oro” y que serviría no para hacer solo campanas como quería la reina, sino cañones como pensó su hijo para convertir el reino en potencia de guerra. Y esto es quizá el pretexto que escoge la autora, quien con un derroche de imaginación nos habla de alemanes, flamencos y otros, que formarían parte de la Colonia, de prestamista y de la bolsa bursátil de Amberes y así nos trae a este “otro lado del mar” con nuevos personajes, nuevas historias, hechos, situaciones y circunstancias insólitas que mezclan y crean una intertextualidad creativa, poco común, imbricando pasado con tiempos modernos, hechos reales como ficción y viceversa: el Banco Mundial actual en el siglo XVI.

El lector tendrá oportunidad de conocer a una inolvidable Altagracia Victoria, a  figuras de duendes caribeños como el “negrito”, el “curioso atrevido”; o el magnífico o Aparecido Cosme, hijo de Salomón, e inclusive nos sorprende con la aparición de indios en la primera mina de cobre descubierta en América, en Santiago de Cuba, y con ello se vale la autora para hacer referencia a su querido Santiago de Cuba, presente en todas sus obras; ustedes asistirán a vendavales de la Naturaleza, tan tórridos como los que desatan las pasiones de estos personajes y que, casi, a veces, convierten el libro, con sus intríngulis, malabares y secretos en, nos atreveríamos en llamar, un verdadero thriller.

Las vírgenes del culto mariano también nos llevan de la mano y involucran en el drama y el amor: La Caridad del Cobre, la Virgen de Altagracia o la de Luján.

Está presente, en estas páginas, la investigadora y observadora acuciosa quien no deja un solo resquicio sin hurgar, con una apetencia en la búsqueda, que es quizá una de las claves del éxito de su obra, pues solo con un profundo conocimiento y rastreo de la Historia, escrita u oral asistidas de su imaginación, se puede lograr una novela semejante.

Habría tanto y mucho más qué decir de esta novela, como expresara Stella Calloni en el prólogo del libro.

Una novela muy sensual, llena de conflictos, amores y aventuras, no exenta, sino todo lo contrario, de fino humorismo que nos lleva a nuestros orígenes a través de un sabio manejo de la semántica y el lenguaje en general, en el cual el uso de la metáfora y los símiles: “El viento del huracán girando de un lado a otro como un compás”, tienen una marcada significación en toda la obra. Su prosa indudablemente es hermosa y cito:

“El ruido atronador de otra ráfaga del huracán me hizo retroceder hacia el refugio, reptando aceleradamente, temeroso de que el tronco de alguna palma real, de las que el viento arrancaba de raíz, cercenara mi cabeza o la hiciera explotar, pues volaban rasantes e impactaban como ballestas. Eran proyectiles dirigidos, sin rumbo.

Embestidas ensordecedoras del ciclón que bramaba cual hatos de reses, todas a la vez, me dejaban en los oídos ruidos de cascabeles”.

Antes de terminar quiero hacer referencia a la cubierta que, lograda en su realización, por Hugo Vergara, inspirada en un detalle del cuadro —propuesto por la autora— La demencia de Juana de Castilla, de Lorenzo Vallés, que ella vio (la observadora) en el Museo Nacional del Prado en Madrid. Tanto la editorial argentina Punto de Encuentro (Primera edición) como la Editorial Oriente, han hecho posible que podamos disfrutar de este libro que nos lleva al fondo de los sentimientos. La propia autora suscribe que el historiador cuenta los hechos y el novelista debe llegar al fondo de los sentimientos. Pedro Solans, escritor y periodista argentino, quien primero vio el valor de la obra ha dicho de Las campanas de Juana la loca, y cito: “… la autora ha creado con esta obra un antes y después de nuestras novelas,  Un estilo de contar, de novelar, que alcanza el rigor que se requiere para que perdure”. (Fin de la cita).

Las campanas de Juana la loca, de Marta Rojas, queda insertada en el imaginario de la literatura latinoamericana.