La sombra herida

Teresa Melo
2/11/2017

Estoy convencida de que existen personas más autorizadas que yo para presentar con mirada crítica académica este libro de arte, publicado por Collage Ediciones el pasado año, que es como presentar solo una pequeña parte de la vida y obra del inagotable artista que es Moisés Finalé Aldecoa, nacido en 1957 en la ciudad de Cárdenas, convertido luego por muchos azares en “ciudadano del mundo”. Una de esas personas, por ejemplo, está presente aquí, su compañera en el arte y en el devenir diarios, la sonriente profesional y amiga Yamilé Tabío, quien ha escrito numerosos textos sobre él, y a quien le dije hace poco que al leerlos podía notarse la cercanía a la persona que crea, a “la mano que pinta”, como fue nombrado por sus compañeros y colegas de los ochenta. También lo estoy haciendo por pedírmelo ella, desde la poesía.

¿Se fueron los ochenta, Moisés?

No puedo afirmarlo, aunque en el año 2007 sí lo hiciera él en una muestra en la Galería Servando. Ello también nos une: pertenecer a una misma promoción. En entrevistas varias he dicho que no he podido desprenderme del hecho cierto de que soy parte de esa promoción que, efectivamente, y como no se han cansado de escribir los críticos, renovó sobre todo desde las artes plásticas y la literatura todo el cuerpo de la cultura profunda de la Isla, reconfigurando el mapa desde entonces de lo que se exhibe hoy como el arte esplendente de nuestra Cuba. Comprendo que el baúl de las nostalgias de esos años, pieza de aquella exposición, no haya sido lanzado a las aguas como se pensó al inicio. Tal vez porque ya hemos lanzado otras cosas entrañables y es nuestro destino arrastrar esas cajas personales por el planeta Tierra.


Durante la presentación del libro de arte Moisés Finalé.

 

Moisés Finalé ha vivido una gran parte de su peculiar vida allende esos mares y ya sabemos cuánto arrastran las aguas, cuánto de lo que nos conforma no está a la mano en el momento en que nos volcamos sobre un lienzo o sobre el papel en blanco y tal vez recordamos que otras aguas y otros torbellinos en forma de huracán hacen flotar lienzos sin imagen, papeles desvaídos, sueños húmedos… Así es como se repletan los baúles: accediendo a la desbordada imaginación y a la íntima semilla de las vivencias guardadas que es, siempre, y a mi juicio muy personal, a lo que acude este creador para entregarse a las grandes superficies de sus obras, que son más que un soporte material para ellas; son, nadie lo dude, una segunda piel donde tatúa su imaginario.

Cada pieza recogida en este libro es muestra de ello. Su entrada la custodian unas palabras reveladoras de Yamilé Tabío, nombradas “Los secretos de Finalé”. Habrá que atravesar esas corrientes interiores para tener la certeza de poder develarlos. La minuciosa observación se precisa para descubrir cada capa de ideas resueltas en el color; la silueta apenas entrevista; el cordoncillo leve cosido, pintado, superpuesto; el rostro femenino cubierto/descubierto, máscaras danzantes adivinadas tras la quietud de la apariencia, idolillos como animales mudos a los que podemos pasarles la mano por el áspero lomo. Y más arriba aún un trazado de lentejuelas configurando el borde esperanzado de las cosas, de las mujeres ─centauras, del sexo esbozado o abierto─, múltiple o solitario, como suele serlo cuando lo soñamos en claroscuros.

El elemento más presente en la obra de Finalé, recogida en esta suerte de antología que abarca desde el 2000 al 2015, es justamente la figura de mujer. Reminiscencias de geografías distantes, en lo terrenal y en lo espiritual, ofrecen diversidad a los rostros. Desvanecidos caballos fantasiosos, de los que hablara Borges, y aún aquella “ruptura y continuidad”, expresada por Lezama con entrecortada respiración para hablar de la cultura cubana, pero que aquí también lo es, literalmente, en el trazo.

Quien quiera, además, conocer más cercanamente la vida de Moisés tiene a su disposición una extensa biografía ilustrada, con claves muy personales, al final de este libro, escrita como no podía ser menos por Yamilé Tabío. Aunque no es el objetivo de estas palabras mías de comunión y admiración ilimitada hacia la obra del artista, tengo que referirme a ellas porque completan el conocimiento de sus andaduras, exposiciones y búsquedas por innumerables países, proyectos personales y colectivos, en su afán discursivo de unir, como hace desde que en 1982 creara el grupo 4 x 4.

Un tejido orgánico de sensibilidad e imaginería expresa cómo transcurre la efectividad visual de quién es Moisés Finalé. Y múltiples son las interpretaciones críticas que han tratado de atraparlo. Basta navegar en redes virtuales para abrir ese abanico. Pero prefiero la inmersión a pulmón abierto, el instante en que asomamos a respirar y nuevamente, la inmersión.

En el año 1988 yo leía unos poemas en la librería El pensamiento, en Matanzas, uno de los cuales desató mareas conducidas por la ignorancia y la incomprensión. A finales de ese mismo año, luego de una expo contundente, “inquietante y sombría”, como la calificara uno de sus críticos, partía Moisés Finalé para Francia, país donde ha vivido una gran parte de su vida. Esas circunstancias nos negaron el conocernos entonces. Hoy estamos ambos aquí. Pueden resonar interminables Bola de Nieve o La Lupe, Habana Abierta o Santiago Feliú, amparados por el ámbar de la cebada o el rojo intenso del generoso vino, o puede oírse solamente, quién sabe, desde las rutas de seda del recuerdo, el sordo rumor del pincel que avanza y crea, y quema y crea, y siempre crea, luz.