La radio hace lo suyo

Emir García Meralla
4/4/2016

Aunque oficialmente fue inaugurada el 10 de Octubre de 1922 con la salida al aire de la emisora PWX, la referencia más cercana a su vínculo con la música cubana se remite a la figura del músico y general del Ejercito Libertador Luis Casa Romero, autor de la célebre canción “El mambí”.

Su historia recoge el paso por sus modestos estudios de los trovadores en una primera etapa, ofreciendo sus canciones de modo gratuito, y en cuanto la publicidad se asoció a ella aceptando pagos iniciales que oscilaban entre 20 centavos y un peso, en dependencia de la figura que se tratase.

La radio fue el primer medio de comunicación que afianzó los lazos de sociabilidad entre los miembros de los núcleos urbanos. Las familias iban a escucharla vistiendo sus mejores galas en los espacios públicos donde les fuera posible; después la tecnología avanzó y esta llegó a los hogares y tener un receptor en la sala de la casa denotaba solvencia económica; una solvencia que era completada si se poseía un refrigerador que surtía de agua fría o hielo a los vecinos más allegados.

Pero el mundo de la radio era la fascinación de todos los estratos sociales. Por medio de este uno se informaba de todo lo que estuviera ocurriendo; no importaba si ocurría en Santiago de Cuba o en el lejano París. Dadme una radio y conoceréis el mundo. Ese fue el legado de nuestros abuelos.

Para los músicos cubanos, desde siempre, triunfar en el medio y ser escuchados en este no solo daba estatus social, sino que abría las puertas a las fuentes de empleo.

La radio cubana que llega a la década de los 60 del pasado siglo había sido de vanguardia. Había forjado una historia que conmovió al continente y más allá; el talento de algunos hombres del ámbito sentó las bases para que surgiera la novela radial —que posteriormente se convirtió en la telenovela— así personajes como Albertico Limonta o el detective Chan Li Po, formaron parte del imaginario popular. Y qué decir cuando de contar historias se trata del programa donde Joseito Fernández y la Calandría musicalizaban las historias que la crónica roja les dispensaba. Esta radio de los 60 era distinta, pública y con marcado acento nacionalista; aunque nunca ajena a lo que estuviera ocurriendo en el mundo; sobre todo el musical.

Tres emisoras —de las tantas que existían— fueron determinante en la historia musical de aquellos años: La COCO, Radio Progreso y Radio Rebelde. Lo cual no demerita el trabajo de otras como la Cadena Radial Agramontes en el Camagüey o CMKC la Cadena Oriental de Radio.

La COCO, “el periódico del aire” había sido por años la escuela del periodismo radial cubano —tras ella estaba la sabiduría y la valentía social de Guido García Inclán— pero a los efectos de esta historia su programación acoge y difunde un espacio para recordar la figura y alimentar la leyenda de Benny Moré, lo mismo hace con Vicentico Valdés; entre otras figuras. Esos espacios han sobrevivido por más de 50 años y han permitido mantener en la memoria y en la conciencia social a estas dos figuras imprescindibles de la música cubana.

Radio Rebelde, por su parte, era la voz de la Revolución y aunque incluyó programas musicales en su parrilla de programación ese no era su fuerte. Al menos en estos años.

Sin embargo, a los efectos de esta historia que estamos contando, propongo nos concentremos en la emisora Radio Progreso, o como fue nombrada por sus fundadores: Voz para el Progreso del Pueblo de Cuba.

Progreso había sido uno de los cuarteles musicales desde donde se potenció parte importante de la música cubana de las décadas anteriores; un lujo que compartía con la MIL 10 —voz radial del PSP— pero a mediados de los 60, cuando las búsquedas musicales emprendidas en el país, comienzan a ganar espacio es Progreso quien primero las acoge y parte importante de esa apertura hacía las nuevas propuesta estaba en el talento y carisma de Eduardo Rosillo; pero también en el hecho de mantener el espacio de la orquesta Aragón, que siempre estuvo abierta a todas las propuestas musicales que le rodeaban.

Pero el pistoletazo de salida musical a esta década ocurre cuando en 1965 encargan a Alberto Luberta escribir un espacio donde combinara música y comedia para un horario en que las familias estuvieran haciendo la hoy olvidada sobremesa después de la comida. Nacía el programa que más atención prestaría a la música cubana por más de 40 años y que sería el termómetro musical de la nación: “Alegrías de sobremesas”, o como toda Cuba le llamó: el programa de Rita y Paco —sus dos personajes principales, interpretados por Marta Jiménez Oropeza e Idalberto Delgado— con todos sus otros personajes que representaban el variopinto espectro de cubanos de estos tiempos. “Alegrías de sobremesa” será el programa más escuchado de la radio en Cuba por años, lo mismo al medio día que en la noche. A fin de cuentas la sobremesa es después de las comidas.

Pero Radio Progreso vas más allá y funda en ese mismo año otro programa trascendente: “La discoteca popular”; también con la voz y estilo de Eduardo Rosillo. Solo que este se abrió a un espectro musical superior al de “Alegrías…”; mientras el segundo era un espacio para presentaciones en vivo, “La discoteca…” transmitía producciones discográficas o los temas que las orquestas grababan lo mismo en los estudios de la emisora que en sus presentaciones en Alegrías.  

Todo un ciclo de difusión que sería repetido y asumido en un futuro por el resto de las emisoras del país. Progreso, como su nombre lo indicaba, se convertía en los 60 y 70 en la vanguardia de la radiodifusión cubana en materia de música. En sus programas cabían todos los estilos y tendencias musicales tanto cubanas como internacionales y, para estas últimas, crea “Nocturno”; pero a ese programa y su impronta en la vida cultural y musical llegaremos.

La radio, seguía siendo el principal medio de difusión de la música cubana y Progreso marcaría la ruta, una ruta que será determinante hasta los años 90 y en la que se atesorará, musicalmente, la historia musical de la Cuba de estos tiempos. Si se triunfaba en Progreso, en cualquiera de estos dos espacios se había alcanzado la gloria.