La política cultural de la Revolución Cubana (III)

Juan Nicolás Padrón
15/1/2021

Para cumplir el principio de la unidad en la política cultural fue necesario crear una contraparte: el 22 de agosto de aquel mismo año [1961] se constituyó la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), cuyo primer presidente fue uno de los poetas más reconocidos y celebrados en el siglo XX, nuestro Nicolás Guillén; se trataba de una organización de alcance nacional, con personalidad jurídica propia y plena capacidad legal, representante de escritores y artistas bajo el principio de la voluntariedad y una selectividad que atendía al valor de la obra personal; fundadores como Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero, José Lezama Lima, Argeliers León, Juan Blanco, Pablo Armando Fernández, José A. Baragaño, Alejo Carpentier, Harold Gramatges, Fayad Jamís, Luis Martínez Pedro, entre otros, expresaban la diversidad del movimiento cultural y convirtieron a la institución desde su comienzo en un espacio de convergencia pluralista y heterogénea, de jóvenes y “consagrados”, con particulares visiones y lenguajes.

La Uneac era la necesaria complementación a la institución de gobierno representada en el Consejo Nacional de Cultura, y no podía ni puede ser sucedánea del organismo estatal. La Uneac no ha dejado de cumplir con estas funciones, aunque no siempre haya estado a la altura de su misión. El desafío actual consiste en mantener y perfeccionar, sin romper la unidad que proclama su propio nombre, el legado revolucionario atendiendo a las demandas del presente, en especial las referidas a los nuevos paradigmas que surgen cuando la institucionalidad no es la única vía cultural, y su adecuación al nuevo modelo de socialismo sustentable y próspero.

“El desafío actual consiste en mantener y perfeccionar, sin romper la unidad que proclama su propio nombre [Uneac], el legado revolucionario atendiendo a las demandas del presente…” Fotos: Internet
 

Carlos Rafael Rodríguez, en las sesiones del IV Congreso de la Uneac del 28 de enero de 1988, con el distanciamiento del tiempo y su habitual lucidez, se refería a aquellas “Palabras a los intelectuales” y analizaba adónde habían ido a parar quienes “se fueron a rumiar el rencor de no haber podido agenciarse las posiciones que, sin merecer, ambicionaron”, “los neófitos volcados al izquierdismo inmaduro” y los sectarios. A los nuevos ambiciosos —posiblemente los más peligrosos—, izquierdistas inmaduros y sectarios genéticos, parecería estarles hablando Rodríguez: “la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo” y “la cultura es ante todo una forma de vida”; en la unión de ambos conceptos puede encontrarse la futuridad que este pensador quiso imprimirles a los principios de la política cultural de la Revolución enunciada por Fidel. Carlos Rafael hablaba de la magra interpretación “por la vía estrecha para imponer decisiones extemporáneas o criterios de capilla en nombre de la Revolución y del Partido”, un peligro latente cuando existen “excrecencias populistas” en “un pueblo cada vez más instruido, pero todavía no (…) culto”, y cuando algunos no respetan las actitudes críticas o se intentan “discursos artístico-literarios de tono apologético y moralizante, carentes de búsquedas y de problematización, basados en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa”, citando las palabras del Informe Central ante ese Congreso. Resulta admirable saber que un hombre salido de la dirección del Partido Socialista Popular aseveraba que “aunque el liberalismo es peligroso y la complacencia inaceptable, más peligrosos todavía, en el terreno de la cultura y la ciencia, son la intolerancia y el dogmatismo”.

Por su parte, Armando Hart, quien había librado como Ministro de Educación la Campaña de Alfabetización y en ese momento se desempeñaba como Ministro de Cultura, confesaba treinta años después de “Palabras a los intelectuales”: “La visión del arte y la cultura que teníamos en 1961, era estrecha y se reducía a eso, a lo estético. La visión del arte y la cultura que hoy tenemos abarca el amplio panorama de la creación humana. (…). El problema no es, pues, simplemente artístico, ni puede analizarse exclusivamente por las actitudes individuales de un grupo de personas. El problema es político, social y cultural”. Hart creía mucho en la fuerza de las instituciones y en “los vínculos prácticos de relación entre el movimiento intelectual y todo el movimiento social y político” del país, en un momento en que la estructura social cubana y la ideología imperante lo permitían; el experimentado político conocía que “la ideología no se desarrolla en forma lineal”, que “tenemos que partir de que el mundo ha cambiado y de que nuestros caminos hacia el socialismo tienen también que cambiar”; estaba convencido en 1991, cuando escribía estas palabras, de que “se trata de promover, desde Cuba, una crítica de izquierda a la práctica socialista del siglo XX”.

Otros intelectuales han revalorizado las bases en que se irguió la política cultural revolucionaria. Cuarenta años después de “Palabras a los intelectuales”, Roberto Fernández Retamar intentaba sintetizar la audiencia de 1961: “todos los escritores y artistas revolucionarios”, “todos los escritores y artistas que comprenden y justifican la Revolución”, los “escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sienten tampoco revolucionarios”, “un artista o intelectual mercenario” y “un artista o intelectual deshonesto”. Hoy la diversidad se ha ampliado hasta el infinito. Lisandro Otero, en su artículo “Cuando se abrieron las ventanas a la imaginación”, añadía, a la clasificación de Retamar, a los “teoricistas”, “los partidarios de la ortodoxia”, “los liberales”, los “francotiradores culturales”, los “elitistas”. Y desde nuestro presente podríamos sumar a los eternos oportunistas y falsarios, quizás entonces no tan visibles, los populistas demagogos, los sacrosantos sectarios que duran más que las tortugas…

 “Armando Hart confesaba treinta años después de Palabras a los intelectuales: 'La visión del arte y la cultura que teníamos en 1961, era estrecha y se reducía a eso, a lo estético. La visión del arte y la cultura que hoy tenemos abarca el amplio panorama de la creación humana…'”.
 

Para Fernando Martínez Heredia, “la unidad política estaba en el centro de la estrategia de la dirección en dos planos: la unidad del pueblo y la de los revolucionarios”, y refiriéndose a las intervenciones de Fidel, opinaba: “el sentido de sus palabras en la Biblioteca era mantener abierto el diálogo revolucionario con los intelectuales y artistas, defender abiertamente la libertad de creación, respaldar a todo el que echara su suerte con la Revolución y evitar que el sectarismo-dogmatismo consumara un desastre en ese campo”. Si bien resulta imprescindible mantener el diálogo para preservar la libertad de creación, tampoco hay que descuidar los posibles brotes de ese sistema sectario-dogmático, que ni Fidel pudo evitar posteriormente. Esta última preocupación sigue latente, también en los más jóvenes. Raynier Pellón Azopardo, en las intervenciones en el espacio “Dialogar, Dialogar”, convocado por la Asociación Hermanos Saíz, recordaba oportunamente el discurso de Fidel el 17 de noviembre de 2005, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”. Esta responsabilidad recae en los cubanos revolucionarios, estemos donde estemos.

Fidel dijo a los estudiantes universitarios en 2005: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.
 

El propio Martínez Heredia abundaba en 2009: “La opción socialista cubana no es un paseo, ni ha tenido una evolución lineal. Su historia registra muchos avances, pero también detenciones e incluso retrocesos. Recaer en los usos y las ideas del mundo que combatimos es fácil, porque este es muy fuerte y está presente prácticamente en todos los escenarios, desde las relaciones internacionales hasta el cerebro y los deseos de cada uno de nosotros. Es imprescindible ir mucho más allá de lo que parece posible, de lo que permite el nivel de reproducción de la vida social existente, aunque las escaseces, los límites y los enemigos puedan ser agobiadores. La revolución y el país sólo pueden sostenerse, y avanzar su régimen de transición socialista, mediante un poder muy fuerte, defensor de la patria y redistribuidor sistemático de la riqueza social, y una unidad ideológica que controla el consenso. Pero es imperativo vencer la tentación burocrática, basarse en la participación y el control popular, y lograr que el poder siempre sea guiado por el proyecto. // La cultura es tan valiosa para nosotros porque, al mismo tiempo que satisface y eleva al ser humano, es un puente imprescindible entre la justicia social como prioridad de la libertad y la liberación de todas las dominaciones y el florecimiento de todas las capacidades humanas como proyecto de la Revolución”.

No resulta posible en la actualidad relacionar las diferentes modalidades de ataques a la Revolución para desacreditarla, erosionarla, desprestigiarla, deteriorarla, denigrarla, deshonrarla, ofenderla, mancharla… Las “fábricas de virus” en las burbujas de las redes digitales, vengan de donde vengan, sistemáticamente, segmentan, dividen, fraccionan, desmembran, individualizan… con cápsulas informativas de pésima visión y medias verdades manipuladas, noticias falsas y burdas mentiras; la gran mayoría quedan congeladas o mal respondidas infiltrándose en la formación de criterios entre los más jóvenes. Hoy las más poderosas armas de la contrarrevolución se encuentran en ese espacio. Buena parte de los medios analógicos parecen vivir lejos de esta realidad y solamente son portadores de informaciones cuando hay escándalo internacional. A la riposta en la elaboración de matrices de opinión, a pesar de contar con excelentes comunicadores, no se establece un sistemático debate constructivo y diverso: crecen peligrosamente los tartufos que terminan en Miami. La política cultural de la Revolución está en peligro, entre otras razones, por la desactualización e inoperatividad de la política informativa y comunicativa. Quienes venimos planteando esto desde hace muchos años en varios espacios no hemos encontrado la receptividad esperada, porque muchos decisores temen que cambiar esta política haga más débil a la Revolución. Creo que el efecto será justamente el contrario: fortalecerla y atraer a jóvenes honestos, que, con su libertad de expresión, estén dispuestos a trabajar por una Cuba cubana; con ellos habrá que contar para materializar diariamente el derecho y el deber de defender a la fuente que les permite esa libertad e incorporarlos a la Revolución, “más grande que nosotros mismos”, sin ningún tipo de simulacros.

Una actualización de la política cultural de la Revolución ha de tener en cuenta el pensamiento crítico continuado para construir la democracia socialista y mantener la unidad en un pueblo que no dejará brechas a la conquista de otra cultura, por muy poderosa que sea. Cerrar los ojos a las inevitables y saludables rupturas no nos permitirá adecuar y cimentar en las nuevas generaciones los cinco principios comentados anteriormente; la ruptura sin tener en cuenta el legado es entreguismo, pero la continuidad sin las rupturas necesarias para “cambiar todo lo que tiene que ser cambiado” lleva a un anquilosamiento conservador que conducirá a la autodestrucción referida por Fidel. Defendamos los principios de la política cultural de la Revolución cubana para que se sumen con pluralismo y sinceridad, más jóvenes artistas y escritores, junto a los receptores de nuevas generaciones que desean encauzar su rebeldía, reparar injusticias y hacer un país más transparente. Así construiremos un socialismo estable, no solo más próspero y sostenible, sino más justo y democrático, como el pueblo cubano merece, merecemos.