La música puede ser lucha y movimiento

Ernesto Cuní
18/10/2019

Es un hecho: el odio al latino en el gigante del norte es sistémico y visceral en lo social, lo político y, claro, la cultura no escapa a la marginalización impuesta por el poder hegemónico a la población latinoamericana en Estados Unidos.

Así lo demostró el panel Por qué la música también puede ser lucha y movimiento, acontecido en la última jornada del recién concluido V Coloquio Internacional Latinos en los Estados Unidos que, del 15 al 17 de octubre, sesionó en la Casa de las Américas. 

Panel Por qué la música también puede ser lucha y movimiento, acontecido en la última jornada
del recién concluido V Coloquio Internacional Latinos en los Estados Unidos. Foto del autor
 

Músicos y prestigiosos investigadores de origen latino conformaron la mesa: el pianista y profesor de origen cubano-mexicano Arturo O’ Farrill; el mexicano José Francisco Castillo, músico; el chileno Andrés Espinoza, músico y profesor; y la profesora e investigadora boricua Marisol Negrón.

Es difícil de aceptar, pero aún en el arte, donde la creación es libre, el desprecio y el desplazamiento social sumerge a los inmigrantes y descendientes latinos.

El reconocido Arturo O’ Farrill, hijo del legendario músico cubano Chico O’ Farrill, advirtió sobre ese índice acusador que condena al inmigrante a la nada. Graduado de música clásica, reconoció ser elitista estéticamente, pero, al encontrarse con la música de su padre, sobre todo el jazz, todo cambió.

“Empecé a tocar el jazz. Noté que el jazzista tiene que tocar de todo. Vi que allí había rupturas del elitismo. Me di cuenta de que ser latino en los EE. UU. es un poco raro. Para el jazz, el latino tiene que tener una maraca, un bongó, camisa guayabera y ponerte un sombrero. Eso no te deja entrar completamente a ese género”, comentó.

Asumir el hecho fue su respuesta. “Ponerte un sombrero bien grande, entendí que el jazz y la música latina es lo mismo. Sin las raíces cubanas, africanas, árabes, indias, no hay jazz. Con esta música vas a viajar a Cuba, a toda América, África, España, Arabia y la India. Vi que la música que hacía era del mundo, es afrolatina”, afirmó.

Supo que estaba marginado como músico. Para luchar contra ello creó la Afro Latin Jazz Alliance, que rompe el elitismo, “empecé a definir qué es la música jazz moderna, la latina y otras tantas. ¿Qué pasó?, pues, muchos me siguieron”, subrayó.

O’Farrill comenzó un activismo político desde la música. Un artículo en el The New York Times le permitió conocer sobre el Fandango Fronterizo, evento musical que se da en los límites de San Diego y Tijuana, poblaciones divididas por un muro. Supo que allí la música y el baile derrumbaban ese muro que solo permite tocar con el dedo meñique a las personas. Y se sumó.

El creador de ese encuentro es el mexicano José Francisco Castillo, quien, utilizando un género tan autóctono como el son jarocho, une a los seres de esas dos regiones —San Diego y Tijuana, una mexicana y otra norteamericana— en una confluencia humana. Más allá de lo político, celebran la vida, la comunidad y la conciencia.

“Es lo más acertado que he visto en mi vida de activista. Me permitió saber que más que músico, compositor y pianista, soy un ser humano. Me permitió saber que ser latino en los Estados Unidos en estos momentos es una pesadilla. Hay un odio fortísimo. Es criminal lo que está pasando, y el gobierno de Trump apoya eso”, concluyó.

Por su parte, José Francisco encontró una misión en su vida al conocer el fandango en la frontera veracruzana. Esa tradición campesina de Veracruz, de más de 300 años, salió a la Ciudad de México y luego a varias partes de EE. UU. La idea de este festival surgió cuando un niño tocó su dedo menique con él en la zona del muro, y así decidieron celebrar esa fiesta.

“No sabíamos qué iba a ocurrir, pero sí queríamos unirnos con nuestros hermanos mexicanos. Vivimos fuertes emociones, como la de no poder saludar y tocar a un amigo del otro lado del muro. No obstante, te abstraes y derrites ese muro con la música y el baile”, concluyó.

Sobre el rap consciente dialogó el chileno Andrés Espinosa. Es una modalidad que asumen los jóvenes latinos en los EE. UU. en estos instantes, surge cómo alternativa discursiva social. Deriva de otra definición dada por Espinosa: la salsa consciente, esa música surgida y promocionada por los más de 30 millones de latinos que hoy viven en ese país.

La salsa consciente fue aquella de compromiso social, liderada por músicos como Rubén Blades, y que la mercantilización, dada por los propios ejecutantes del género que desearon entrar en los grandes circuitos comerciales norteamericanos, hizo desaparecer.

“El rap consciente los jóvenes lo utilizan como medio de expresión y sensibilidad de un discurso musical moderno, de la lucha diaria del latino y del latinoamericano”, dijo Espinosa.

Es arma para su discurso de protesta, según su visión: “mantiene vivo el metabarrio y los pilares básicos de la conciencia latina, al igual que lo hizo la salsa en su momento. Estos pilares tienen tres niveles: identidad racial y étnica, la conciencia social y de clases, eventualmente el desarrollo de una conexión trasnacional de las problemáticas antes mencionadas”, enfatizó.

Este rap “continúa narrando el día a día del metabarrio, espacio semiótico donde el imaginario latino se encuentra y desarrolla un discurso latino y latinoamericanista coherente y altamente expresivo”, señaló. Lo vincula también al Spoken Word o poesía hablada.

Por último, la puertorriqueña Marisol Negrón estableció las coordenadas de lo que es la manipulación de la música salsa como espectáculo político y segregacional al sector negro en su país en su ponencia Emergencia económica. Estrategias emergentes: Puerto Rico, la salsa y la espectacularización de la no libertad.

El concierto Puerto Rico es salsa, con motivo de una exposición internacional acontecida en la hermana nación en 1987, fue pretexto, según la investigadora, para aprovecharse de los significados racializados y comerciales del género para poner en escena una versión global del nacionalismo burdo puertorriqueño promovido por el poder hegemónico. 

“La salsa se utiliza para mercadear al país a través de una serie de movidas políticas, culturales y económicas, diseñadas para alejar la economía puertorriqueña de su despreciable dependencia de los EE. UU.… el gobierno utilizó el paisaje sonoro afrocaribeño de la salsa para mercadear una modernidad puertorriqueña”, dijo.

Concluyó el coloquio y se cumplió lo que su director general, Antonio Aja, comentó acerca de las diversas miradas a emerger en las consideraciones de los más de 40 participantes en alrededor de 15 ponencias: “la visión es la más inclusiva posible. Las perspectivas o puntos de vista no coinciden. Nuestra misión es tratar de incluir todas esas miradas donde todo el mundo se vea representado”.