La mejor mala palabra…

Ricardo Riverón Rojas
9/1/2018

En 1973 adquirí la poesía completa de Nicolás Guillén, en dos tomos. Muy avanzado ya en la lectura del segundo, me sorprendió el poema “Digo que yo no soy un hombre puro”. Nunca antes, en la obra de nuestro Guillén —de los buenos de siempre— había visto expresiones eróticas tan directas: La pureza de la mujer que nunca lamió un glande. / La pureza del que nunca succionó un clítoris.[1]

Me sorprendí, porque en la obra de nuestro poeta nacional el erotismo nunca se expresó de modo tan denotativo: Tu vientre sabe más que tu cabeza / y tanto como tus muslos. / Esa / es la fuerte gracia negra / de tu cuerpo desnudo. [2]
 

Muerte y Vida , Servando Cabrera, 1972
 

Ya antes me había dejado boquiabierto el verso La muerte es una puta caliente, de Nicanor Parra. Aquel antipoema pulverizó al consumidor de poesía romántica que era yo. Recientemente, buscando referencias sobre el chileno, anoté una observación de Gilberto Triviños, de la Universidad de Concepción:

 (Parra) transfigura a la Muerte, Nuestra Madre o Nuestra Señora, en majestad ridícula: Puta Caliente, Vieja Vizcacha, Borracha Lasciva. El único poeta popular chileno hiperculto, según Enrique Lihn, despliega aquí la positividad más notable de los poderes disolventes del realismo grotesco de la cultura cómica popular estudiada por Bajtín… [3]

Ya lector sedado de ese tipo de poesía di con el epigrama de quien entonces se llamaba David Fernández y luego fuera Chericián: Solo serás igual al hombre / cuando puta / deje de ser una mala palabra. [4] Y con la diatriba amorosa del Raúl Rivero de los inicios: Ángela, amor, hija de la gran puta / vuelve a darme de tu fiebre.[5]

Hoy reconozco que el rotundo principio de que “toda palabra cabe en la poesía, sea carajo o corazón” del manifiesto poético con el cual el grupo de El Caimán Barbudo marcó, en 1966, su derrotero estético, no activó un repertorio soez tan prolijo como se supone. La palabra “puta” clasifica como la preferida en su stock de irreverencias. No pretendo pasar como conclusión este razonamiento, pero creo que solo con el referido término, más “coño”, “mierda” y “carajo” aquellos bardos marcaron sus linderos a la afectación retórica que combatían. Pocas veces, en verdad, vi los referidos términos asociados al erotismo, pues operaban más como blasfemias; unas veces personales; otras políticas.

La promoción de los 80, centrada en validarse con el desmontaje de un sistema jerárquico donde el reflejo de lo cotidiano era considerado cúspide poética, se separó bastante de la agresividad erótica, pues lo filosófico, lo ontológico, lo místico, lo culterano debían levantar su fatigosa barrera frente a la supuesta irrelevancia de lo común, ponderada hasta el agotamiento.

Algún que otro poeta, como Frank Abel Dopico, con sus dos libros más importantes: El correo de la noche y Expediente del asesino, mantuvo dentro de su arsenal lexicográfico, algunos de los vocablos preferidos por la promoción antecesora; su “Tango a favor de las putas”, sin embargo, acogido a un sistema tropológico de gran complejidad, era más portador de ternura que de repulsa: yo, hombre paridor, me tragaba tus huesos de ciruela / y también retrocedía por los años, oh, puta de estilo, / qué bien eras mi madre pariéndome en espejos, / qué bien eras mi doble entre la hierba. [6]  

De igual forma, tanto para este poeta, como para otros de diversas filiaciones estéticas, los senos de la hembra devinieron tópico recurrente. El propio Dopico, en su segundo libro, nos deja un buen ejemplo: Tengo un esmero personal por tocarte las tetas, Odalys, / no más allá de lo que quepa entre mis manos, / solo quiero ese montón de arena para quedarme ciego. [7]

Tras la aparición a finales de los años 80 de “Vestido de novia”, y la publicación por Ediciones Capiro, en 1992, de Las breves tribulaciones, de Norge Espinosa (tres años después del premio El Caimán Barbudo) un nutrido grupo se apresuró en refrendar, con trazos bien visibles, textos homoeróticos, al extremo de que, tal como sucediera antes con los coloquialistas, tras un largo y promiscuo ejercicio, una zona de su arsenal simbólico devino retórica.

Notables poemas se deben a este modo de decir, como los contenidos en A la sombra de los muchachos en flor, de Nelson Simón, o los del propio Norge; o: “El amante de E.B. frente al árbol de las lamentaciones”, de René Coyra, “Yo, Safo”, de Mae Roque, “Aullido por Allen Gingsberg” de George Riverón Pupo, más otros imposibles de citar sin caer en omisiones indeseadas. Mucho se esmeraron estos poetas en huir de las llamadas malas palabras, dada la ganancia del burilado lirismo heredado de la promoción anterior. Su objetivo, creo percibir, era reivindicar el carácter sublime de sus preferencias.

En otras ocasiones he afirmado que el grupo de los 90 no ensayó grandes rupturas en lo estilístico, salvo los experimentos de Zona Franca (más otras individualidades) y algunas de las composiciones que, casi al azar extraigo de la antología Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo, donde hay una amplia representación de ese grupo. Un caso de interés pudiera ser el de Aymara Aymerich (antóloga antologada), quien apostó nuevamente por el vocabulario maldito: Obstáculos entre: el gesto y la palabra, / mi pregunta y yo fluimos / malolientes desde el útero / que es un lugar indivisible como celda [8]

Más cercanos en el tiempo, algunos exponentes de la que se conoce como “Generación 0”, retomaron sin tapujos el repertorio de expresiones relacionadas con el sexo. Me detengo en un caso, el de Oscar Cruz: su clara apuesta por el desparpajo se aprecia en el libro La Maestranza. He aquí un pasaje: como su nombre lo indica, Dayana / es una puta; pero no una puta cualquiera. / (…) / sentada ante mis ojos, ponía las piernas en V / y frotaba con clase la ranura. / su sexo velludo se abría para mí como una iglesia / que empezaba a ser mi fundamento y su envoltura. [9]
 


 

Una de las autoras acogidas al vocabulario grueso en grado hiperbólico es Legna Rodríguez Iglesias. Su obra es conocida, dentro y fuera de Cuba. De ella, con motivo de la publicación por Alfaguara de Mi novia preferida fue un bulldog francés, Francisco Solano comento:

El conjunto conforma una unidad por la fuerza subjetiva del estilo, variaciones de una misma voz, a pesar de la disparidad de tratamientos. Todos en el límite de la imprecación, del desasosiego, escritos en “un estado ideal de desesperación”. Y en verdad todo aquí se enfoca a explorar la crispación que da por resultado una atmósfera de criminalidad (…) con un lenguaje del que emergen estados emocionales siempre turbios, de reproche y aniquilación, derivados de una poética de la asfixia muy complacida con lo deplorable. Legna Rodríguez Iglesias es una escritora de talento, pero limitada, tal vez a su pesar, por la coquetería de la estridencia. [10]

En este brevísimo recorrido procuro, más que todo, ejemplificar con textos que, casi por consenso, ocupan un sitio de interés en la plataforma poética cubana de las últimas décadas. Ellos expidieron, junto a muchos otros que no cito, salvoconducto a las supuestas malas palabras para convivir, a veces con dignidad, con los elevados vocablos de una lírica que durante mucho tiempo se solazó en lo suntuario.

La publicación, en 2016, de Decimerón, conjunto de décimas malhabladas que compiló Yamil Díaz, alcanzó meses atrás un impacto de público notable. La mayor parte de los poetas incluidos en el proyecto son bardos populares, mientras gran parte de las composiciones son anónimas, mezcladas con otras de autores de reconocida trayectoria. Ahí no hay límites, las llamadas palabras obscenas son dichas en toda su disonancia y sometidas a una limpieza idiomática cuyo principal detergente viene a ser su validación por la Real Academia Española y un montón de argumentos —los de un texto de Camilo José Cela entre otros— a cuya lucidez el compilador se acoge. [11]

No puedo abstenerme de citar otra vertiente —de las más difundidas en la oralidad— de la picardía erótica criolla. Los decimistas populares han sido maestros en el arte de eludir (para aludir) los llamados “actos o zonas groseras” valiéndose de escamoteos metonímicos. También han practicado con destreza el procedimiento de engaño-desengaño, gracias al cual crean situaciones que semejan actos lúbricos y al final se revelan manipulación inocente. Al respecto recomiendo leer el poema “La doble imagen”, de Rafael Alcides, [12] donde creemos asistir a una cópula cuando en realidad se reproducen las maniobras de un parto. El coito y la maternidad comparten territorios anatómicos y lingüísticos que hacen posible la escaramuza.

Invito finalmente a comparar el texto de Alcides con las décimas de Adolfo Alfonso, uno de los de la galería de décimas populares que acompaña estas reflexiones. Los autores que se valen del procedimiento referido hacen honor a la consabida máxima: “no hay palabra mal dicha sino mal entendida”.

Galería de décimas:

Notas al pie:
 
[1] Nicolás Guillén: “Digo que yo no soy un hombre puro”, en Obra poética 1958-1972, Tomo II, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1973, pp. 297-298.
[2]  Nicolás Guillén: “Madrigal”, Ob. Cit, Tomo I, p. 121.
[3] Gilberto Triviños: “Putas, antipoetas y bisontes: penúltima versión”, en Centro Virtual Cervantes, disponible en: https://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/parra/acerca/trivinos.htm Fecha de consulta: 30 de noviembre de 2017.
[4] David Fernández. “Sobre la igualdad”, en La onda de David, Ediciones Unión, La Habana, 1967, p. 48.
[5] Raúl Rivero: “Donde clamo por Ángela”, en Papel de hombre, Premio David, 1969, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana,1970, pp. 49-50.
[6] Frank Abel Dopico, “Tango a favor de las putas”, en El correo de la noche, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2015 (segunda edición), ISBN 978-959-10-2055-0, p. 80.
[7] Frank Abel Dopico: “El asesino espera", en Expediente del asesino, Editorial Capiro, Santa Clara, 2015 (segunda edición) ISBN: 978-959-265-338-2, p. 29.
[8] Aymara Aymerich: “el útero es un lugar pequeño, es un lugar y es un silencio”, del poemario in útero, incluido en la antología Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo, Editorial Letras Cubanas, Editorial electrónica Cubaliteraria,  disponible en www.cubaliteraria.com, La Habana, 2001, p.136, fecha de consulta 1 de diciembre de 2017.
[9] Oscar Cruz: “La Maestranza” en La Maestranza, Ediciones Unión, La Habana, 2013, ISBN 978-959-308-119-1, p. 13.
[10] Francisco Solano, en Babelia, suplemento cultural de El País, 27 de marzo de 2017, disponible en https://elpais.com/cultura/2017/03/27/babelia/1490627223_726031.html; fecha de consulta: 2 de diciembre de 2017.
[11] Al respecto ver Decimeron, Yamil Díaz Gómez, Sed de Belleza Ediciones, Santa Clara, 2016, ISBN 978-959-229-227-7, pp.13-15.
[12] Rafael Alcides: “La doble imagen” en Agradecido como un perro, Editorial Letras Cubanas, Ciudad de La Habana, 1983, pp. 24-25.