La irreverencia a flor de piel

Osvaldo Doimeadiós
15/6/2016

Comienza a escucharse el tema “Yesterday”, interpretado por The Beatles, y varios actores entran con velas encendidas a manera de una peregrinación. Un actor va al centro, trae una vela y una botella de ron. Pone la palmatoria con la vela en el piso, destapa la botella, echa un chorro en el piso, levanta los brazos al cielo y dice: “¡Oh, San Zumbado!, santo patrón de los usuarios, escudo de los traspapelados en las envolventes aguas de la burocracia, tenaz castigador de administraciones y/o `cagástrofes´. ¡Oh, San Zumbado!, perdónanos por todos nuestros pecados y auxílianos en esta hora difícil!…”.

Siempre digo que él es nuestro humorista más rebelde y bohemio, no solo porque en esas publicaciones dejó estampadas buena parte de su producción literaria, sino además, por el desenfado que caracterizó su vida y obra.Así comienza la plegaria que escribió Enrique del Risco (Enrisco) para homenajear al gran humorista cubano Héctor Zumbado, durante la primera edición del festival Aquelarre en 1993. Era el domingo 26 de diciembre y el Teatro Mella parecía una plaza de toros. A mí me tocó en suerte que Enrisco me confiara su texto. A medida que avanzaba en mi actuación, me sobrecogía la reacción del público y no sabía qué pasaría en el siguiente minuto; al final, una de las más atronadores explosiones de aplausos que haya escuchado.

Era la manera más sencilla que encontramos los participantes de aquel festival para retribuir la enorme influencia que Zumbado ejerció sobre nosotros, la generación que emergió en el humor en los años 80 del siglo pasado. Luego he vuelto a hacer la plegaria en innumerables ocasiones, casi siempre dentro de algún espectáculo concebido para agasajar la presencia de quien se convertiría en el año 2000 en nuestro primer Premio Nacional de Humor.

Después de recibir el galardón, consistente en un estatuilla, diploma, una obra de arte y diez mil pesos cubanos pasaron unos tres meses. Un día, a las nueve de la mañana, Zumbado llegó a mi oficina —todavía yo era director del Centro Promotor del Humor— con un paquete de textos debajo del brazo y me dijo que quería que le dieran de nuevo el premio, que los diez mil pesos ya se le habían acabado.

El libro de las anécdotas de Zumbado aún está por escribirse. Es de esas personas que, cuando se evocan, uno esboza una sonrisa y ahí mismo sobreviene una historia jocosa digna de recogerse y, por qué no, de emular con lo mejor de su literatura.

Un lamentable incidente —solo él tiene la versión real de los hechos y se la llevó a la tumba— lo privó de su escritura y a nosotros, sus lectores, de disfrutar de nuevas entregas de una de las voces más lúcidas de nuestra literatura.Siempre digo que él es nuestro humorista más rebelde y bohemio, no solo porque en esas publicaciones dejó estampadas buena parte de su producción literaria, sino además, por el desenfado que caracterizó su vida y obra.

Dentro de los múltiples oficios que Zumbado ejerció, aparece el de aprendiz de torero, y quizá sea a ese al que más tiempo le dedicó, pues se pasó casi 30 años toreando la muerte: La Parca ahí acechándolo y él duro, como si con él no fuera…

Un lamentable incidente —solo él tiene la versión real de los hechos y se la llevó a la tumba— lo privó de su escritura y a nosotros, sus lectores, de disfrutar de nuevas entregas de una de las voces más lúcidas de nuestra literatura, donde el peso intelectual se funde con la eficacia de la comunicación.

En esa época su hijo Yamil, a quien cariñosamente le decimos Zumbadito, trabajaba como jefe de escena de nuestro grupo Sala-Manca. Más que un jefe de escena era un hombre orquesta: hacía las luces, el sonido, la jefatura de escena y pasaba, además, con personajes circunstanciales dentro de las escenas. Recuerdo el día que Yamil fue a ver a su padre, quien convalecía en el hospital Calixto García, debatiéndose entre la vida y la muerte.

El viejo Zumbado estaba lleno de monitores, cables, sueros, sondas y Zumbadito llegó, lo miró y con los ojos aguados por la emoción exclamó: ¡coño, mi Papá parece un macramé! La frase fue tan buena que la incorporé al repertorio de Margot. Por Zumbadito, que más que un amigo ha sido un hermano en todos estos años, conocí al resto de la familia: a Esther Lima (Teter), su mamá, y a Carla, Teriana y Héctor Manuel, sus hermanos. Si antes dije que Zumbado era un torero, puedo decir también que Teter ha sido la que más tiempo ha permanecido toreando a Zumbado y al resto de la familia.

La pasada semana se nos fue Zumbado, pero su obra está tan viva y fresca, que siento que aún sigue aquí con su irreverencia a flor de piel y, mientras pasa, tararea el tema de la película Casablanca, una de sus preferidas: Tarirarirara tarirarirara…