La Elisea. Retorno al paraíso a bordo de la poesía

Noel Alejandro Nápoles González
2/7/2020

“…Pero quién vio jamás las cosas que yo amo”

                                                        Eliseo Diego

I

La vida no es poética, pero la poesía sí es vital.

Eso sentí cuando visité las entrevistas a Eliseo Diego (1920-1994) publicadas bajo el título En las extrañas islas de la noche.

 

 

Resulta que, a inicios del siglo XX, un inmigrante asturiano heredó una mueblería en La Habana. Con el dinero que ganó en el negocio, construyó en Arroyo Naranjo una villa a la que nombró Berta, como su esposa. Ella era cubana de nacimiento, pero había vivido desde niña en los Estados Unidos. Así que su lengua materna era el inglés e ingleses eran sus escritores favoritos: Dickens y Carroll. De ese inmigrante español devenido cubano y de esa cubana de cultura anglosajona nació el gran poeta de las pequeñas cosas, Eliseo Diego.

Con seis años de edad, viajó Eliseo con su madre y su abuela al sur de Francia. Se hospedaron en un castillo medieval, y allí el pequeño se enamoró de la bella joven francesa que le leía, en francés, los cuentos de Perrault, y estuvo a punto de morir de un atracón de pasteles.

Todo parece indicar que la infancia de Eliseo fue paradisíaca: más que un niño privilegiado, fue un niño feliz. Además, como todo infante, vivía en un universo poético, animista, donde todo estaba vivo y obedecía a las flexibles leyes de la magia. En su mundo, como en el de Andersen, un zapato viejo y destartalado bien podía ser un viajero cansado que contaba historias.

La niñez de Eliseo fue feliz e imaginativa. De manera que, en él, paraíso y poesía se conectaban a través de la infancia, generando un silogismo: si infancia = paraíso, e infancia = poesía, entonces poesía = paraíso.

“Otoño del corazón”. Obras de Leonor Menes Corona
 

Pero se sabe que, con los años, el puente infantil se derrumba, y la poesía y el paraíso se desconectan y alejan cada vez más. La vida del hombre práctico poco o nada tiene que ver con la magia y los sueños, y desde ella, la infancia se antoja un paraíso perdido, un Edén del que somos expulsados con cada vela que se le añade al cumpleaños.

Pero si el niño va de su paraíso a la poesía, pensaba el adulto Eliseo, ¿por qué no intentar el viaje inverso de la poesía al paraíso? La madurez bien puede ser la edad del paraíso recobrado, si se sabe ser poeta. Y “todo hombre, según Eliseo, es potencialmente poeta”.

II

Consecuentemente, en opinión de Eliseo Diego, la poesía no nace de una sobreabundancia de la imaginación, sino como testimonio de una pérdida: buscamos a través de la imaginación el mundo que hemos perdido o del que nos han expulsado, por haber crecido. Algo de Peter Pan hay en los poetas. La poesía abunda porque falta. Tal es su fuente: una carencia real, no una sensibilidad extra.

En cuanto a los elementos formales y de contenido del poema, dice:

“…En un poema, el ritmo y el significado son los elementos esenciales…”.

El poema debe obedecer a lo que él denomina principio de necesidad: todo lo prescindible, sobra. No hace falta que tenga dos narices, sino que respire. Así como el poema debe estar compuesto por versos imprescindibles, un poemario debiera ser el conjunto de poemas inevitables.

“Viajero del tiempo”.
 

Incluso el ritmo, la reiteración esperada, ha de ser un elemento de significación, no un adorno.

El contenido, no obstante, debe apuntar a la polisemia, a la riqueza de significados, a multiplicar las posibilidades interpretativas. El poema es lo escrito; la poesía, lo que habita los intersticios entre las letras, lo sugerido, lo callado.

Armado de formas sobrias y de un contenido multicolor, Eliseo ensaya su viaje de regreso al origen, a la edad de nombrar las cosas.

Pero, ¿cómo se concilian en él la forma estrictamente necesaria y el contenido polisémico?

Con la sencillez y la sinceridad. Un poema sencillo se contrae formalmente a la vez que expande sus significados. Quiere decir más cuanto menos dice. Un poema sincero no es el que se abandona al nacer, en su desnudez prístina, sino el que se trabaja hasta quedar bien pulido, sin menoscabo de la imagen que contiene. El poema es concha, la poesía perla.

Lejos del infierno que es el egoísmo de la existencia cotidiana, la poesía debe comunicar. Todo poema se escribe a cuatro manos, y a veces involucra dos más, si entre el poeta y el que lee media un traductor. Arte supremo es traducir la poesía, pues solo puede asumirlo quien sea capaz de crearla.

“La función del gran poeta es abrir caminos”. ¿Hacia dónde? Tal vez hacia sí mismo, que es el camino más largo. Ser poeta es retornar.

III

Eliseo quiso ver el mundo, como quien dice, con mirada adánica. Y en ese viaje al origen hay algo digno del Ulises homérico. Ítaca fue su infancia; Escila y Caribdis, los obstáculos que sorteó su poesía; Penélope, su Bella; aunque su polisemia nada tuvo que ver con la “polifemia”, ni el canto de sirena de las grandes promesas logró derrotar su amor por los menudos ayeres.

“Humildes y queridas cosas”, técnica mixta en lienzo.
 

La poética de Eliseo Diego, su concepto de la poesía, no buscó al ser en el Ser, sino que encontró al Ser en el ser. Humildemente venció al tiempo porque, verso a verso, estrofa a estrofa, fue componiendo su Elisea, como si vivir no fuese otra cosa que retornar al paraíso a bordo de la poesía.