Juan Bosch y la intelectualidad cubana

Hassan Pérez Casabona
30/6/2020

Las últimas semanas nos brindaron la oportunidad, en medio de la gran batalla que libramos contra la Covid-19, de festejar los aniversarios noventa del natalicio de Roberto Fernández Retamar, el 9 de junio, y de Armando Hart Dávalos, el 13. En apenas unas horas, el 2 de julio, celebraremos el centenario de Eliseo Diego.

El 30 de junio, por su lado, se cumplen ciento once años del nacimiento del dominicano Juan Bosch, uno de los escritores más prestigiosos del continente, y quien trabó una sólida amistad con estos y otros muchos de los más destacados intelectuales cubanos a lo largo de décadas.

Bosch, quien nació en La Vega en 1909, fue hijo de una puertorriqueña, Ángela Gaviño, y de un catalán, José Bosch Subirats. Desde pequeño tuvo inclinación por reflejar, mediante la escritura, la realidad del campesinado dominicano que le circundaba, si bien la pasión dominante entonces era la escultura.

La cuentística resultó, a la larga, el vehículo más efectivo que halló en su afán de adentrase en el complejo panorama social de su nación. Desde las páginas culturales del Listín Diario, y con libros como Camino Real (1933); Indios, apuntes históricos y leyendas (1935) y la novela La Mañosa (1936), Bosch cimentó una obra que le ganaría prestigio desde entonces, más allá de su país natal.

Se vio obligado a salir de Santo Domingo hacia Puerto Rico, en enero de 1938. Allí, mientras trabajaba en la Biblioteca Carnegie, fue contratado para dirigir la edición de las Obras Completas del gran patriota y emblema del antillanismo Eugenio María de Hostos, que se darían a conocer justo en el centenario del insigne boricua, en 1939.

La Editorial Cultural S. A., de La Habana, ganó el concurso entre las casas que aspiraban a preparar dicha edición. Ese hecho concreto hizo que Bosch se trasladara a la capital cubana, forjando así lazos inseparables con la Mayor de las Antillas, hasta el día de su muerte, el 1ro. de noviembre de 2001.

A la izquierda el Comandante el Jefe Fidel Castro, a la derecha, el intelectual dominicano y amigo de Cuba,
Juan Bosch. Fotos: Tomada de Internet

 

En enero de 1939, exactamente el 27, a bordo del vapor Iroquiosy acompañado de su primera esposa, Isabel García, y el hijo de ambos, León, arribó a la rada habanera. 

Hay que tener en cuenta que, cuando llegó a Cuba, era ya en no poca medida un conocido de varios de los sectores nacionales. Antes de tocar suelo habanero, había publicado cuatro cuentos en la afamada revista Carteles y uno en el periódico Social. En la primera de ellas vio la luz “La mujer”, el 1ro. de mayo de 1932; “La Pulpería”, el 19 de julio de 1936; “El Cobarde”, el 27 de septiembre de 1936 y “Dos pesos de Agua”, el 28 de marzo de 1937. De igual manera, en mayo de 1932, Social dio a conocer su cuento “Forzados”. 

En la edición correspondiente al 7 de mayo de 1939 —pocas semanas después de instalarse en la capital cubana, lo que denota dicha relevancia— Carteles saludó, páginas 46 y 47, su presencia en estos lares.

Juan Bosch es uno de los más altos valores representativos de la joven intelectualidad antillana. Desde Santo Domingo, su patria, nos hizo en diversas oportunidades valiosos envíos de cuentos que aparecieron en Carteles, y en los que triunfa el vigor descriptivo y la imaginación creadora de este novelista y ensayista que es hoy huésped ilustre de La Habana, Comisionado por el Gobierno de Puerto Rico para imprimir en Cuba las obras completas de Hostos.[1]

En nuestros predios se consolidó como escritor (Bohemia lo tendría como puntal durante años) ganando, por ejemplo, los premios Hernández Catá y Hatuey. De manera gradual y ascendente, se enrolaría en la actividad política como parte de la intensa lucha que, contra el sátrapa que oprimía a su pueblo (Rafael Leónidas Trujillo), se vertebrara en varias naciones de la región.

Aquí fue uno de los fundadores del Partido Revolucionario Dominicano (1939), entidad que brotó bajo el influjo del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), y que tuvo su impulso en la convocatoria que les realizara a Bosch —y a otros de sus compatriotas exiliados— el dominicano Enrique Cotubanamá Henríquez, hijo del expresidente quisqueyano Francisco Henríquez y Carvajal, Don Pancho, y cuñado de Carlos Prío Socarrás.

Bosch fue además asesor de este último, incluyendo su etapa como presidente, lo que le permitió entablar relaciones con diversas figuras, de la denominada izquierda democrática latinoamericana (terminología que rechazó) como el costarricense José Figueres, el guatemalteco Juan José Arévalo, el puertorriqueño Luis Muñoz Marín y los venezolanos Rómulo Gallegos y Rómulo Betancourt.[2]

Muchos años más tarde, en diciembre 1962, y como candidato del PRD, Bosch ganaría la presidencia de su patria, en las primeras elecciones libres luego de la Era de Trujillo. Su proyecto de transformación social, sin embargo, apenas duraría siete meses, pues luego de asumir como mandatario el 27 de febrero de 1963, fue víctima de un golpe de Estado, el 25 de septiembre, ejecutado por la cúpula militar, la jerarquía eclesiástica y lo más rancio de la oligarquía nacional, con la participación decisiva de la embajada de Estados Unidos en Santo Domingo. 

En otros trabajos hemos examinado su quehacer en el ámbito político, incluyendo su participación en la frustrada expedición de Cayo Confites (1947) donde, por cierto, conoció y entabló amistad con el joven estudiante de derecho Fidel Castro.

Queremos detenernos ahora, sin embargo, en las relaciones que sostuvo con varios intelectuales cubanos. En no pocos casos, Bosch dejó constancia de su alta estima por estas personalidades, en tanto ponderó el alcance de las mismas como creadores.

Hay un libro de Bosch —escribió más de cincuenta— que, en ese sentido, ilustra de manera especial dichos nexos. En Cuba, la isla fascinante publicado en Santiago de Chile en abril de 1955 —se comenzó a escribir en La Habana, a mediados de 1951, y se terminó en febrero de 1952 luego de redactar varias partes en Santa Cruz del Norte, San Diego de los Baños, Varadero y San José de Costa Rica. Los originales de ese texto los estaba leyendo el presidente Carlos Prío, en el momento de ser derrocado por el golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de  marzo de 1952[3]— se desplaza por diversos ámbitos, utilizando el ropaje literario y tomando como fermento para sus meditaciones el conocimiento que posee sobre sitios, hechos y figuras.

Aunque su obra en general es difícil de etiquetar, este libro es, en términos amplios, un texto histórico hilvanado de principio a fin con la belleza de un lenguaje marcadamente literario, que evidencia de paso la maestría que para la fecha ya poseía su autor en estos menesteres.[4]

En el mismo se refiere, entre otros, a Nicolás Guillén. Hay que mencionar que, cuando Bosch se casó con la cubana Carmen Quidiello, el 30 de junio de 1943, tuvo en su boda como testigos a Nicolás Guillen y María Zambrano y de padrino a Enrique Loynaz del Castillo, General del Ejército Libertador nacido en República Dominicana que, como sabemos fue uno de los que contribuyó decisivamente a salvar a Maceo cuando el atentado al Titán de Bronce que ocurrió en Costa Rica, fue autor además del Himno Invasor.

Juan Bosch en La Habana junto a Nicolás Guillén.
 

En Cuba, la isla[5] le dedica varias páginas a Guillén, destacado militante comunista desde años atrás, y lo hace a partir de la admiración a ese gran poeta. En ellas, no solo brinda un amplio retrato del camagüeyano, sino que capta la esencia, por ejemplo, del fenómeno discriminatorio que tenía lugar en el país, aun cuando estaba lejos del estudio de las obras de Marx y Engels que acometería a finales de la década del sesenta del siglo pasado. Es así que escribe:

Al principio se pensó que la poética de Guillén sería negroide, y se le saludó como tal. Fue error. Su poética era cubana. No había diferencias entre lo que sufría el negro del solar y el blanco del solar, ni entre el mulato y el blanco que cortan caña […]. Guillén se hizo comunista; con lo cual empezó a ser perseguido […]. Muy consciente de su propio valor como poeta y como figura política, no lo hace notar a los demás, sin embargo. Es callado, pero duramente leal a sus ideas políticas, a su destino poético y a sus amigos. Pero no es un fanático, refugio de los débiles. La magia del estilo de Guillén no está en las palabras; su cubanía no se halla en lo que describe. Es algo más profundo. Está en el ritmo y a la vez en la esencia.[6]

Juan Marinello es otra figura sobre la cual Bosch logra atrapar su órbita más integral. En un trabajo publicado originalmente en Puerto Rico Ilustrado (San Juan, el 14 de octubre de 1939) a solo nueve meses de su llegada a La Habana, afirma:

El nombre de Juan Marinello hierve en toda América; no ahora, en que apenas alimenta su prestigio porque la lucha política no le deja tiempo para otros menesteres: hace años que ese hombre es símbolo de pureza ideológica, de capacidad y de trabajo […]. Desde la primera palabra se le ve venir todo limpio. Uno busca al hombre, desde luego, porque al intelectual lo conoce y lo admira ya. Y el hombre se presenta con aire generoso y voz de viejo amigo cuya casa conocemos desde el alero que da a la calle hasta el alero que da al patio. El recién llegado se sorprende de tal voz, natural, franca y fraterna. Se advierte que en sueño tiene la costumbre de querer. Viene, tras esa impresión, lenta y ya más abandonada observación, la que se hace en el gesto, en la palabra, en la mirada, y con ella la plácida sensación de que está uno en un hogar humano sin peligrosos pasadizos.

A lo que añade, a través de un análisis que se propone retratar el alma de un hombre excepcional, que:

De Pablo Neruda dice él —nadie explica a un poeta como Marinello— que “la poesía existía a través de él”. Y a uno se le antoja que ninguna frase mejor para definir el sentimiento de lo puro y el pensamiento de lo alto encarnado en Marinello […]. En ciertos hombres la grandeza es don tan natural que la tienen aún a su pesar. Tal ocurre con don Juan Marinello […]. Habla, y procura no enseñar lo que sabe; ayuda con su sola presencia, porque esa presencia es ya un bien. Acaba de cumplir cuarenta años y se diría que desde que nació está sufriendo el dolor de ser naturalmente empinado sobre sus semejantes. De verle sale el visitante ciertamente alegre, porque ha visto encarnado el sueño martiano y hostista de un intelectual que sea también hombre, de un escritor que amase su obra con carne y sangre de pueblo.[7]

Con relación a Raúl Roa, por ejemplo, reveló años más tarde, mientras asistía a las honras fúnebres por su fallecimiento, el 6 de julio de 1982 (había viajado a La Habana días antes para participar en el III Congreso de la Uneac, en ocasión del cumpleaños ochenta de Guillén) un pasaje que confirma lo prolongadas en el tiempo que fueron las relaciones entre ambos, así como el conocimiento de la obra de otras figuras extraordinarias, como Rubén Martínez Villena.

Porque Raúl y yo fuimos muy buenos amigos durante muchos años. Antes de venir a Cuba, yo había leído La pupila insomne y el prólogo que él le escribió a aquel libro de Rubén Martínez Villena; me impresionó tanto que tan pronto llegué a Cuba, en enero de 1939, busqué a Raúl y empezamos una amistad que ha durado mientras él ha estado vivo.

Al valorar la trascendencia de Roa —quien fue profesor, en la Universidad de La Habana, de su esposa Carmen Quidiello—, como exponente de la diplomacia revolucionaria, expresó:

En los años en que desempeñó la cancillería del gobierno de la Revolución cubana, Raúl Roa puso, mucho más arriba de donde vuelan los cóndores, la bandera de América Latina […]. Raúl actuó en las Naciones Unidas y en todas las reuniones internacionales en las que estuvo representando a Cuba, tal como él vivía, tal como él era. Raúl tenía el talento de ser un mal hablado brillante, porque la mala palabra la usaba contra los enemigos de la dignidad y contra los enemigos de la libertad, así como usaba la palabra generosa en favor de nuestros pueblos y en favor de los revolucionarios y de los héroes de América.[8]

Bosch tuvo además, entre muchos, relaciones con artistas de la plástica, poetas, escritores, geógrafos e historiadores de la talla de Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Domingo Ravenet, Emilio Ballagas, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Antonio Núñez Jiménez y Julio Le Riverend.  

Juan Bosch.
 

Roberto Fernández Retamar, por su parte, fue el impulsor de que a comienzos de la década del ochenta del siglo pasado se publicara por vez primera en Cuba su libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial, para lo cual le pidió al entonces joven historiador, Sergio Guerra Vilaboy que se reuniera con el ilustre dominicano.[9] De igual manera promovió diversos encuentros en Casa de las Américas, en buena parte de las ocasiones en que Bosch visitó nuestro país durante esos años.

El 11 de junio de 1988 Bosch recibió, de manos de Fidel, la Orden José Martí. Fue precisamente Martí una de las figuras históricas, de cualquier época, que más admiró durante su vida. En la ceremonia Armando Hart, para la fecha ministro de Cultura, tuvo a su cargo las palabras de elogio. Visiblemente emocionado señaló que:

No es posible hacer la historia de Quisqueya, del Caribe y América Latina en el siglo XX, sin colocar a Juan Bosch en el alto sitial de honor que le corresponde. Su lealtad al ideal democrático, su intransigente defensa de los intereses populares y su antimperialismo arraigado, lo sitúan como una de esas personalidades que dejan huellas para siempre en la historia, como una de esas figuras que es necesario conocer, estudiar y aprender del ejemplo de su vida.[10]

Hart, quien fue amigo de Bosch, afirmó, por otro lado, en una de las ediciones cubanas de su afamado libro El pentagonismo, sustituto del imperialismo, que:

Este libro, escrito a fines de la década del sesenta, es profético, asombra aún a los que tanto admiramos a Juan Bosch la lectura de lo que escribió hace casi cuarenta años el ilustre dominicano. No creo exagerar diciendo que es una pieza maestra de esas que hacen o deben hacer historia; su punto de referencia anterior está en el brillante ensayo de Lenin “El imperialismo fase superior del capitalismo”. Aquí Juan Bosch describe desde sus orígenes el proceso de decadencia del imperio que hoy todos apreciamos de una manera cada vez más evidente.[11]

Creo oportuno en este breve acercamiento, por último, traer a colación lo escrito por Eusebio Leal sobre este caribeño universal, lo cual refleja la hondura de su personalidad y el impacto de la misma en cultores relevantes de las más variadas disciplinas:

Debo confesar que para los hombres de mi generación el nombre del profesor Juan Bosch era una leyenda, forjada por las noticias y testimonios que como un rastro perceptible había dejado en la cultura cubana, no solo por las razones de su continuo batallar por liberar a su patria de una ominosa tiranía, sino por sus dotes de orador de estilo y esa a veces inalcanzable virtud de poseer, a la vez, la serena bondad que escucha y persuade, en la acerada firmeza de su vocación como político.[12]

Notas, citas y referencias bibliográficas
[1]Ver en: Juan Bosch en Cuba (Compilador, Luis F. Céspedes), Edición conjunta de la Fundación Global Democracia y Desarrollo, FUNGLODE, y la Cátedra Juan Bosch de la Universidad de La Habana, 2009, p. III.
[2]Bosch, décadas más tarde, se autovaloró como: “Un hombre de izquierda, situado en una posición definida, una posición revolucionaria, no de la llamada izquierda democrática, porque yo no sé de dónde han sacado esa calificación inventada por los norteamericanos”. Matías Bosch Carcuro: Prefiero vivir luchando. Una biografía de Juan Bosch, Fundación Juan Bosch, Impresora Soto Castillo, Santo Domingo, 2016, p. 362.
[3] Al momento de ver la luz este libro en Chile el embajador cubano René Lamar trató de convencer a Bosch de que no debía regresar a Cuba, a partir de las críticas que planteaba en el texto sobre Batista. Bosch, que tenía a su familia en La Habana, corrió el riesgo y retornó en enero de 1956. En abril de 1958, fue encarcelado por tercera ocasión en La Habana. La primera después de Cayo Confites y la segunda, en La Cabaña, luego del asalto al Moncada, en 1953. Gestiones de diversas personalidades lograron que pudiera salir hacia Costa Rica, en 1953, y hacia Venezuela, en abril de 1958, donde en enero de ese año había sido derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
[4]En la nación austral, se hizo amigo de Salvador Allende. Se publicaron también allí sus obras Judas Iscariote, el calumniado y La muchacha de la Guaira.
[5] Sobre este libro, además, aclara: “Emilio Roig de Leuchsenring repasó muy gentilmente las páginas sobre la ciudad de La Habana; el Dr. Leví Marrero tuvo la bondad de aprobar la descripción del paisaje de la isla”; Ángel I. Augier entregó al autor su biografía inédita de Nicolás Guillén; Fernando Ortiz —quien a la hora de publicarse este libro ignora lo que sobre él se dice en el capítulo ‘Las altas voces del pueblo’— tuvo a bien hacer observaciones en los capítulos sobre la psicología cubana; el ingeniero industrial Ricardo del Valle ofreció todo su conocimiento sobre el tabaco; don Ramiro Guerra leyó el capítulo sobre el azúcar y le hizo varias correcciones”. Juan Bosch: Cuba, la isla fascinante, en: Juan Bosch: Obras Completas, en XII Tomos, Tomo IV, Editora Corripio, Santo Domingo, 1990, p. 7
[6]Ibídem, pp. 165-167.
[7] Juan Bosch: “Semblanza de Juna Marinello”, en: Juan Bosch: Obras Completas, Tomo XXXIII, Obra Periodística, Edición Dirigida por Guillermo Piña-Contreras, Publicación de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias en ocasión del Centenario de Juan Bosch, Impresión Serigraf S.A., 2012, pp. 491-494.
[8] Juan Bosch: “Raúl y yo fuimos muy buenos amigos durante muchos años”, entrevista para Radio Habana Cuba, desde la Universidad de La Habana, 1982, en: Bosch, Cuba y Fidel. Entrevistas, discursos y escritos, 1975-1988, Fundación Juan Bosch, Colección “Bosch Vive”/ No. 19, Soto Castillo Impresores, Santo Domingo, 2017, pp. 54-55.
[9]Cuenta el hoy presidente de la Asociación de Historiadores de América Latina y el Caribe (ADHILAC) que: “[…] mientras Bosch, con una humildad sorprendente, escuchaba con atención las opiniones que le brindaba, a las que respondía con una sólida explicación que debilitaban muchos de mis argumentos. Al final aceptó alguna de mis sugerencias y yo me replegué en otras”. Sergio Guerra Vilaboy: “Un encuentro con Juan Bosch, apropósito de su libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial”, en: Anuario No. I, Cátedra Juan Bosch de la Universidad de La Habana, Edición conjunta con la Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE), 2010, pp. 191-194.
[10] Armando Hart Dávalos: “Palabras en la entrega de la Orden José Martí a Juan Bosch”, en: Bosch, Cuba y Fidel […], Ob. Cit., p. 130.
[11] Armando Hart Dávalos: “Un comentario sobre el libro El pentagonismo, sustituto del imperialismo”, en: Juan Bosch: El pentagonismo, sustituto del imperialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p. 7.
[12]Eusebio Leal Spengler: Poesía y Palabra, Volumen I, Ediciones Boloña, Colección Opus Habana, La Habana, 2000, p. 145.