Pintura de Raúl Martínez

José Martí: quince meses de Cónsul argentino en Nueva York

Astrid Barnet
21/1/2021

Sobre la designación y funciones de nuestro Héroe Nacional José Martí como Cónsul General de la República de la Argentina en Nueva York, existe hasta la fecha “un vacío historiográfico que requiere una aproximación más detenida”, asevera en su interesante libro titulado José Martí, Cónsul argentino en Nueva York (1890-1891). Análisis contextual, el doctor en Ciencias Históricas e Investigador Titular Rodolfo Sarracino.

 “Un vacío historiográfico que requiere una aproximación más detenida”, asevera en su interesante libro Rodolfo Sarracino. Foto: Internet
 

El reconocido historiador se adentra en toda una serie de facetas relacionadas con la vida y la obra del Apóstol durante sus quince meses de labor diplomática en el mencionado Nueva York, al mismo tiempo de mantener igual función consular en el Paraguay, mientras que en la República Oriental del Uruguay la ejercía desde 1887.

La designación de Martí –dirigente independentista cubano, reconocido hombre de letras en las sociedades e instituciones más sobresalientes de la nación norteña, entre otras cualidades— constituía algo excepcional, concedido por el gobierno y pueblo argentinos, el país de más alto potencial económico del continente en aquellos momentos.

Así, a Martí se le conocía sobradamente en la urbe neoyorquina como intelectual, cónsul del Uruguay (inicialmente), que también “acababa de brillar como corresponsal en la Conferencia Internacional Americana y poco después en la Conferencia Monetaria. Argentinos, neoyorquinos, españoles, emigrados cubanos en general, le identificaban como organizador de un movimiento revolucionario”.

El 30 de junio de 1890 fue designado como ministro argentino de Relaciones Exteriores Roque Suárez Peña, quien, poco tiempo después, decide designar a Martí cónsul de esa nación sudamericana; no obstante, el 4 de agosto, del propio año, Suárez Peña renuncia a su cargo por profundas diferencias con la oposición y pasa a otras actividades administrativas. Decisión que  –todo parece indicar—, interfiere en Martí en cuanto a “echar de menos el apoyo de la figura política sudamericana más cercana a sus ideas sobre el peligro que los Estados Unidos representaba para la seguridad de toda la América hispana, en particular la Argentina, y la próxima independencia de Cuba”.

Martí estaba profundamente convencido de que la victoria de una revolución en la Isla conllevaría momentos difíciles para la joven nación.

Asimismo, e independientemente a su estancia en países como México, Venezuela, Guatemala y España, no es hasta su llegada a Nueva York, en enero de 1880, cuando Martí confirma el proceder expansionista de la que se avecinaba a ser la gran potencia del Norte en todos los órdenes, y futuro imperio mundial.

Es por ello su determinación a realizar su propio proyecto y su misión personal de impedir o demorar la expansión de Estados Unidos “por la vía de El Paso de los Vientos, hacia el istmo centroamericano y, eventualmente, el Pacífico y Sudamérica”, algo que deja bien claro durante su discurso en la Conferencia Internacional Americana:

“La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en el plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo”.

Al respecto, análisis aparte realiza el autor de la citada obra cuando, en una de sus páginas, rememora el papel del Apóstol como profesor de Derecho y cuyo trabajo de tesis en la Universidad de Zaragoza tuvo como tema el Derecho de Gentes Romano, equivalente al Derecho Internacional actual.

Esas ideas son trasladadas a sus múltiples escritos periodísticos y a sus discursos, en una época “en que los intercambios académicos giraban en torno a la necesidad de una sociedad de estados, como condición imprescindible para la existencia del Derecho Internacional, último refugio de los países pequeños y débiles que apenas sobrevivían, y sobreviven ante la voracidad de las grandes potencias (…) Nada más cercano a la vocación por la docencia revolucionaria de José Martí y al equilibrio en las relaciones internacionales; ideas que hoy apenas se mencionan debido a la imposición por parte de las grandes oligarquías de criterios militaristas, de imposiciones económicas y comerciales y de la implementación de pseudo-culturas.

Cabe destacar que en sus quince meses de desempeño consular, Martí nunca llegó a visitar la Argentina, a pesar de haber sido invitado por los propietarios del diario La Nación, de Buenos Aires. Sus escritos se reafirmaban a partir del gran cúmulo de información recibido a través de periódicos, revistas, libros de investigadores, profesores y estudiosos argentinos y de otros países.

“Leía incansablemente lo que de política y cultura se publicaba en Nueva York. En su casa, en las bibliotecas, en ocasiones ante los anaqueles de librerías y en los puestos de periódicos y lo registraba todo en su memoria prodigiosa”, resalta el investigador Sarracino.

 Martí estaba profundamente convencido de que la victoria de una revolución en la Isla conllevaría momentos difíciles para la joven nación.
 
Igualmente, son relevantes por su alto valor histórico y literario sus escritos de héroes argentinos en La Nación, como José de San Martín, Manuel Belgrano y Domingo Faustino Sarmiento, entre otros.
 
Mención aparte recibe el publicista y diputado Luis Varela, más conocido como “el doctor de Buenos Aires” por su obra La democracia práctica (1), “la que le suscitó profundas reflexiones en las que vislumbró el futuro de nuestra América, que comenzaba a cobrar forma en su intelecto, cuyo mejor representante podía llegar a ser la Argentina. Al respecto escribió:
“El sueño comienza a cumplirse. América, gigante fiero, cubierto con harapos de todas las banderas que con los gérmenes de sus colores han intoxicado su sangre, va arrancándose sus vestiduras, va desligándose de estos residuos (…), va sacudiendo la opresión moral que distintas denominaciones han dejado en ella, va redimiéndose de su confusión y del servilismo de las doctrinas importadas y vive propia vida (…) pone su cerebro sobre su corazón, y contando sus heridas, calcula sobre ellas la manera de ejercitar la libertad”.
 
A Facundo, obra maestra del escritor y político Domingo Faustino Sarmiento, la llamó “libro de fundador”, a pesar de algunas de sus reservas sobre algunos aspectos del contenido.
 
Mas, un hecho que repercutió en la vida literaria del Apóstol “y que lo elevó en la estimación de la intelectualidad y los círculos gobernantes argentinos, y lo colocó a la vanguardia de la literatura hispanoamericana de entonces y para siempre, fue el escrito redactado por Sarmiento —dirigido a Paul Groussac, de la jefatura de La Nación—, en el cual admira sobremanera la crónica martiana dedicada a la inauguración de La Estatua de la Libertad, publicada en La Nación, de Buenos Aires, en agosto de 1886:
 
“Tuvo la inauguración de la estatua (…) por historiógrafo a Martí, un cubano, y usted verá que sus emociones son las del que asoma a la caverna de los cíclopes u oye la algazara de los titanes o ve rebullirse el mundo futuro (…) Y bien, todas las grandezas que Martí, nuestro representante de la lengua castellana ha sentido, acogido y descrito van a quedar en Buenos Aires, y pasar como ráfaga perfumada a una hora (…) Y aquí viene el objeto de esta carta, y es pedirle que traduzca al francés el artículo de Martí, para que el teléfono de las letras lo lleve a Europa, y haga conocer esta elocuencia sudamericana áspera, capitosa, relampagueante, que se cierne en las alturas sobre nuestras cabezas (…) En español nada hay que se parezca a la salida de bramidos de Martí, y después de Víctor Hugo nada presenta la Francia de esta resonancia de metal (…) Deseo que le llegue a Martí este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y su estilo de Goya, el pintor español de los grandes borrones con que habría descrito el caos” (2-3).
 
En 1886, Martí recibe una invitación del periódico La Nación para visitar Buenos Aires, además de proponerle la jefatura de su redacción. Es entonces que, en carta a Manuel Mercado, le comenta:
La Nación me manda a buscar de Buenos Aires: claro está que no puedo ir con mi tierra sufriendo a la puerta, que algún día pueda tal vez necesitarme”.
 
Huelgan los comentarios. Todo está expuesto sobre el más grande hombre de honor, dignidad y grandeza del siglo XIX. Su amplísima labor periodística, literaria, política y hasta diplomática —acerca de la cual aún queda mucho por investigar—, complementan en el libro de José Martí, Cónsul argentino en Nueva York (1890-1891). Análisis contextual, del investigador Rodolfo Sarracino, otra impronta de su incalculable valor humano y revolucionario.
 
Bibliografía:
 
(1) José Martí. La democracia práctica, libro nuevo del publicista Luis Varela, diputado argentino, Revista Universal, México, 7 de marzo de 1876, Obras Completas, Edición Crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, t.3, p.167.
(2) Escenas Norteamericanas, 1886, La Nación, Nueva York, Obras Completas, t. 11, p.99.
(3) Domingo F. Sarmiento. Carta a Paul Groussac, de la redacción de La Nación, enero 4, 1887. Obras Completas de D. F. Sarmiento, Buenos Aires, 1900, t. XLVI, p.4.