Itinerario lumínico en la prosa de ficción de José Lezama Lima

Ivette Fuentes
6/7/2016

En la obra narrativa de Lezama, la alusión a la luz se advierte como motivo de una trama y proyectada en la transparencia de una imagen visualizada. Con tal representatividad dentro de un universo poético centrado en la imago y regido por una visualidad que señala la importancia del elemento lumínico, aparece el sentido de la luz en la novela Paradiso (1966), súmmum poético y grandiosa obra que traza un recorrido de la imagen desde un “germen protoplasmático” como polo impulsor situado en la figura de José Cemí, hasta el encuentro con Oppiano Licario en la “casa lucífuga” que será, propiamente, el logro de la luz espiritual.

La primacía de la luz en Paradiso se asienta en la consideración más general de su poética como “poesía de la naturaleza” [1], al decir de Julio Ortega, idea que completa Carmen Ruiz Barrionuevo al expresar sobre tal poesía de la cual es representativa la novela, que a ella “se llega por iluminación y responde a un desafío de la realidad” [2]. Al preguntar a José Lezama Lima sobre esta vinculación apreciada entre la luz y la poesía, anegadas en la oscuridad de un designio entrevisto, aseveró: “La poesía como misterio clarísimo o, si usted quiere, una claridad misteriosa […]” [3], lo que arroja más notoriedad a las tesis vertidas en Paradiso.


Foto: Internet
 

El sentido de iluminación ―tal y como le aportaron las teorías lumínicas de san Agustín y san Buenaventura, que convierten el “itinerario” en un proceso gnoseológico―, se vuelve señal para un camino de conocimiento de José Cemí, como será la imagen en el camino de su “definición mejor”, más allá de la fugacidad de un cuerpo, para alcanzar la total iluminación del espíritu, que marcará una ascesis. La profesora Ruiz Barrionuevo lo señala como un “aprendizaje progresivo de captación de las posibilidades de la imagen […]” [4], que llevarán al protagonista a una “subida” (tal y como presentara san Juan de la Cruz el alma) para el completamiento de su imagen en el logro pleno de su configuración, que será el alcance del conocimiento ―encuentro con Oppiano Licario― como finalidad del camino.

El rango distintivo de la luz en la poética lezamiana se expresa plenamente en el corpus textual de Paradiso.

El rango distintivo de la luz en la poética lezamiana se expresa plenamente en el corpus textual de Paradiso, que se argumenta en las propias bases de su “sistema poético”, punto de confluencia de gran diversidad de cauces y modos de ver la poesía, conducidos todos por el denominador común de la “luminosidad” como develador de sus arcanos. Este trazado de la luz es motivado por la vocación contemplativa que hace que la mirada traspase el fenómeno para adentrarse en el mundo de los sueños y de lo oculto, que asoma en lo invisible.

El poeta e investigador cubano Roberto Friol, al comentar el capítulo VI de Paradiso, subraya la importancia del énfasis contemplativo de la mirada, capaz de traspasar las transparencias que escinden los dos mundos: el de la imagen y el de la ausencia. Friol fija en este capítulo “una encrucijada, un puente de imprescindible luz” [5] que concluye con su penetración en lo onírico, que a su vez permitirá el traspaso por la nocturnidad. Como parte de este paradigma de la luz plenamente vislumbrado en Paradiso, se halla el sentido de la noche y la cualidad genitora de una imagen que propicia el recorrido de la figura de José Cemí hasta el autorreconocimiento, al encontrar el significado de Oppiano Licario. En este completamiento de la imagen de Cemí, que ha sido el viaje por sí mismo, se cumple un itinerario que expresa con estrecha analogía los rangos de nocturnidad de la noche mística, ya conocida en la presentación de la idea de “noche oscura” en san Juan de la Cruz. La noche se presenta en su propensión al traspaso, en su segundo rango de nocturnidad: medianoche o “noche oscura” de la fe:

Rodaba ya el primer cuadrante de la medianoche y José Cemí tarareaba y quería pasar más dentro del silencio […]. La noche agarraba por los brazos, sostenía en su caída al reloj de pared, dividía el cuerpo de la harina con su péndulo de obsidiana [6].

El sentido de la noche oscura es un descendimiento aún mayor, más oculto, que el de la cósmica: “No, no era la noche paridora de astros. Era la noche subterránea, la que exhala el betún de las entrañas trasudada de Gea. Su imago reconstruía un cangrejo rojo y crema saliendo por un agujero negro” [7]. 

La analogía se establece por la confusión aún de los sentidos. La noche cósmica es signo; la mística es significado oculto del signo:

Sentía dos noches. Una, la que sus ojos miraban avanzando a su lado. Otra, la que trenzaba cordeles y laberintos entre sus piernas. La primera noche seguía los dictados lunares, sus ojos eran también astros errantes. La otra noche se teñía con el humillo de la tierra, sus piernas gravitaban hacia las entrañas terrenales [8].

La noche prosigue hacia su tercera fase, la “despidiente” que anuncia la proximidad de la aurora por un conocimiento más allá de la fe, sentido místico de ir más allá de sí mismo para la conjugación:

El avance de Cemí dentro de la noche ―eran ya las tres menos cuarto, pudo precisar tan indeciso como inquieto―, fue turbado cuando su absorto ingurgitó. Una casa de tres pisos, ocupando todo el ángulo de una esquina, lo tironeó con un hechizo sibilino [9].

Deudor de la filosofía agustina que conciliara Fe y Razón, lejos de la luz intelectiva y las limitaciones de la razón, el conocimiento adquiere las dimensiones de un espacio ajeno a los valores dictados por la razón. Las nuevas formas, “pasos evaporados” en su marcha hacia la perfección:

Toda la casa lucía iluminada y el halo lunar que la envolvía le hizo detener la marcha, pero sin precisar detalles, por el contrario, como si la casa evaporase y pudiese ver manchas de color que después se agrupaban y esos agrupamientos le permitían ir adquiriendo el sentido de esas distribuciones espaciales [10].

Cada vez más cerca de la luz o, precisando aún más, cada vez más próximo a la proyección de la luz en el espíritu, el hombre comienza a entender el sentido de la Forma y de su Imagen:

Cemí adelantó la cabeza, después la echó hacia atrás, como quien quiere cristalizar la luz. Pero lo seguía acompañando con gran nitidez ese cuadrado de luz. La casa lucífuga, muy clavada en su esquina, con una luz que descendía, a medida que se iba endureciendo. Tironeada por el cangrejo cremoso hacia la hibernación subterránea [11].

Como en el éxtasis místico, los primeros indicios de la luz son la “advertencia amorosa” de Dios. Advertencia que es indicio de una presencia todavía  inasible:

Se veía que allí pasaba algo, pero qué era lo que escondía ese pedazo de oscuridad, qué era ese escudo que tapaba el rostro en el momento en que iba a ser esclarecido por la oblicuidad lunar. […] Cemí volvía ya por el corredor, cuando sintió como la obligación dictada por los espíritus de la noche, de precisar qué era lo que pasaba en el ángulo ocupado por el dios Término, donde se veían dos bultos amasijados por el espesor de la nocturna [12].

Ya en la noche “despidiente” la “advertencia amorosa” se convierte en “noticia amorosa”, aviso de conocimiento:

Cemí comprendió de súbito que aquella fiesta de la luz, la musiquilla del tiovivo, la casa trepada por los árboles, el corredor con sus mosaicos, la terraza con sus jugadores extendiendo la oblicuidad lunar, lo habían conducido a encontrarse de nuevo con Oppiano Licario [13].

La noticia amorosa en el recorrido de la noche mística, reintegra el tiempo y el espacio humano ―figura corporizada en Cemí― a la sustancia de la cual proviene y hacia la cual tiende en su marcha por la perfección. La unión mística con Dios ha sido la vocación unitiva de las formas:

Se acercó a la lámina de cristal, el rostro de Oppiano Licario mostraba ya una impasibilidad que no era la de su habitual sindéresis, la de su infinita respuesta. Como un espejo mágico captaba la radiación de las ideas, la columna de autodestrucción del conocimiento se levantaba con la esbeltez de la llama, se reflejaba en el espejo y dejaba su inscripción [14].

Traspasadas la noche del sentido y la noche de la fe, con la sensación del descenso a las profundidades de la noche, frente a sí mismo como imagen restituida y anegada en su Uno Indual, “volvía a oír de nuevo: ritmo hesicástico, podemos empezar” [15]. No ha podido ser la alegoría más precisa que en este transcurrir de la luz por la noche del conocimiento hasta llegar al renacimiento, como el viaje órfico ―iniciático― que en Lezama lleva a la placenta oscura de la noche, hasta hacer resplandecer la imagen en la máxima lucidez de su palabra.

Nota: Acápite del Capítulo III del libro Noche insular, jardines invisibles. El concepto de la luz en la obra de José Lezama Lima: un paradigma filosófico de su cosmología, texto presentado para la obtención del Grado de Doctor por la Universidad de Salamanca (2016).
 
Notas
1. Julio Ortega: “Notas a Paradiso”, en Una poética del cambio, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991, p. 40. La fundamentación de Ortega está basada en un estudio más general, en este caso comparativo entre las poéticas de Jorge Luis Borges y Lezama, en lo tocante a la aprehensión de la realidad, por lo que dice la cita en contexto: “Borges y Lezama son afines: sus obras nos parecen más amplias, nos siguen siendo imprescindibles; no en vano sus correlatos son la historia universal de la literatura como Historia apócrifa (Borges), y la historia universal de la poesía como naturaleza” (Ibíd.) , idea que nos parece muy apropiada a los efectos de los enlaces con una filosofía de la naturaleza, sustentadora del paradigma de la luz en Lezama.
2. Carmen Ruiz Barrionuevo: “Paradiso o la aventura de la imagen”, en Suárez Galván, Eugenio (ed.): Lezama Lima, Madrid, Taurus, 1987, p. 58.
3. Pedro Simón: “Interrogando a José Lezama Lima”, Recopilación de textos sobre José Lezama Lima. Serie Valoración múltiple, La Habana, Casa de las Américas, 1970. op.cit. p. 65.
4. Ibíd. p. 60.
5. Roberto Friol: “Capítulo VI. Los ojos”, en José Lezama Lima: Paradiso, edición crítica, Coord. Cintio Vitier,, Madrid, Ed. ALLCA XX, 1997, Capitulo IV, “Lecturas del texto”, p. 658.
6. José Lezama Lima: Paradiso, op.cit.,  p. 606.
7. Ibíd.
8. Ibíd.
9. Ibíd. p. 601.
10. Ibíd. p. 607.
11. Ibíd. p.608.
12. Ibíd.p.612.
13. Ibíd.p.614.
14. Ibíd. p.615.
15. José Lezama Lima: Paradiso, op.cit. p.617.