Inútiles: indagar en la memoria fragmentada

Norge Espinosa Mendoza
8/11/2017

Llegaron a mí bien recomendados, a través de otros teatristas chilenos que conocen a nuestro público y dejaron aquí una estela de respeto. De ahí que la curiosidad era mucha, cuando me senté a hablar con Ernesto Orellana, fundador de Sur Teatro, aprovechando las horas de camino hasta Cumanayagua, donde veríamos Montañeses. El diálogo fue, por supuesto, sobre teatro y empeños, pero también sobre política, sobre nuestras realidades contrastantes, sobre la voluntad de hacer del escenario una caja de resonancias de sueños, pesadillas, utopías y conflictos. Todo eso está en Inútiles, el montaje con el que llegaron al 17 Festival Internacional de Teatro de La Habana. Y son pasiones de Ernesto Orellana, sobre las que gusta hablar.
 

El director teatral Ernesto Orellana. Foto: Buby
 

Es en el 2011 que nace tu compañía, Sur Teatro. ¿Cuáles eran las condiciones de tu país y su teatro, y las necesidades que te impulsaron a fundar tu grupo en ese momento específico?

Era un momento muy agitado en mi país, donde se estaban activando conflictos, movimientos sociales, como el de los universitarios. De ahí parte mi necesidad de formar un grupo. De ese inicio están aún hoy Nicolás Pavez y Tamara Ferreira. Decidimos formar un proceso de cooperación e investigación, a partir de la práctica de los afectos, para construir nuestro teatro, una pequeña comunidad, aunque ellos también se conectan con otras experiencias teatrales en Santiago de Chile. Hemos estado ya un tiempo juntos y eso nos ha permitido ganar una especie de lenguaje, en el que coinciden preguntas que nos estamos haciendo.

 El 2010 había coincidido con el año del bicentenario, y por ese motivo había promesas de mayor participación cultural, mayor énfasis en darle espacios a los gremios artísticos, y por todo ello el teatro iba creciendo, y eso nos daba la posibilidad de una mayor autonomía, porque había más acceso a los fondos de Cultura, y nos parecía irresponsable negar esas posibilidades. Es un momento de transición del gobierno de Michele Bachelet al de Sebastián Piñera, y en Chile no estábamos muy preparados para que la derecha ganara las elecciones. Sin embargo, pasó. Y ante el autoritarismo y el silencio de Piñera respecto a las demandas, eso hizo que en consecuencia los movimientos sociales se fortalecieran para responderle. Y eso a uno lo inspira mucho y lo compromete mucho.

Yo hago teatro y además soy activista de un colectivo de disidencia sexual, y siempre he estado vinculando al activismo y las artes escénicas, y soy fundador de un proyecto de educación artística popular comunitario con el que hacemos talleres en las áreas periféricas y trabajamos ahí sobre los universos y los imaginarios de esas poblaciones. Hemos hecho obras como Decir sí, de Griselda Gambaro, en un formato mucho más íntimo, y era una manera de expresar nuestra manera de decir no. Al fin y al cabo, la trinchera que tiene uno es el teatro.

Tras haber hecho una obra como Los justos, de Camus, que trajo reconocimientos para el grupo, viene Inútiles, donde lo que se discute, desde un lenguaje que mezcla grotesco, barroco, expresionismo, amargura en el uso del humor y mucho juego teatral, es la idea de la República de Chile, y una crítica dura a sus ciclos de fundación, negación, mutación en el tiempo y en la memoria, a partir de la frase de Gramsci: “Este es un tiempo de monstruos”. ¿Cómo se fue consolidando esa metáfora desde tu escritura hasta la puesta en escena?

La frase de Gramsci a mí me inspira profundamente. Me hace pensar en una nueva concepción del ser humano, desnormalizado, que me propone creer en una alternativa ante el Otro, en términos raciales, sexuales, de género, políticas. La metáfora de Gramsci es también en relación a dónde están esas resistencias en Chile, que están creando una alternativa a ese sistema que nos tiene tan sometidos a una violencia invisible, a la precarización de la vida y que está ya naturalizada, una ignorancia que también está naturalizada al respecto. Por eso el movimiento de los estudiantes es tan importante porque son ellos los que están diciendo: esto hay que cambiarlo pero desde la raíz, que es la educación. Y nosotros, como compañía, crecimos con ese movimiento.

Inútiles viene a partir de todo eso, y como reacción al clasismo, que surge en reacción a esas propuestas de los estudiantes y que para nosotros era súper violento. De dónde surge ese clasismo, nos preguntamos. Y eso tiene que ver con la propia distribución de cómo se vive en Santiago, de lo que viene desde la provincia, como yo, y esa sectorización, esa marginación tiene que ver con todo esto. Y se conecta con mi obsesión con la memoria, con la necesidad de la memoria para entender el presente. Todo nuestro trabajo, con los espectáculos previos, está en indagar en esa memoria fracturada, en esa memoria invisible.
 

Inútiles. Foto: La Jiribilla
 

Con la llegada de Piñera se hacen más visibles los casos de corrupción entre esas familias oligarcas, se destapa todo eso, el negocio, el nepotismo… Yo soy un admirador profundo de Gabriel Salazar, un historiador crítico chileno, y los personajes empiezan a aparecer tras la lectura y relectura de su obra, para desmontar el aparataje de esa tríada: Iglesia, Familia y el Ejército, y cómo se da a entender la participación de la iglesia católica en la construcción de la República y cómo, hasta el día de hoy, si bien se dice que Chile es un Estado laico, en realidad no lo es, y de ahí vienen esas “tradiciones republicanas”, que son las que nosotros empezamos a indagar.

Y también está la existencia de una historia oficial, que ha invisibilizado hechos históricos y personajes, y en la que están esas familias oligarcas, así que decidimos hacer un viaje desde el nacimiento de la República, una revisión de esos principios republicanos que vienen desde Diego Portales, uno de los padres de la Patria, que fue una de nuestras claves. Estanquero, empresario, con formación en el ejército, muy vinculado a la Iglesia, construye la primera Constitución de Chile, y a partir de él hay cosas que desde entonces se repiten y se repiten. Èl vuelve siempre a aparecer, Guzmán, el ideólogo de la dictadura, cita a Portales. Y sacamos textos, discursos, personajes de la Historia, y de ahí vienen los personajes. El personaje de Nicolás, ese Hacendado, es Portales;  el de Guilherme es la Iglesia Católica desmenuzada en sus múltiples apariciones, La Doña que hace Tito Bustamante es la representación de esa familia oligarca, heterosexual, heterocentrista.

Cuando aparece el problema mapuche, y digo problema porque es un asunto que hay que tratar de resolver, de dialogar, es por la necesidad de establecer un contrapunto con estos personajes. Y lo queríamos en el contexto de esta obra específicamente porque ese espacio cultural ha ido resistiendo durante estos dos siglos, e incluso antes de la llegada de los españoles, y contiene cosas que creo es necesario escuchar y conocer para asumir esa cosmovisión que tienen los pueblos originarios y en este caso particular, el mapuche. Las piezas de la obra empezaron como a caer solas, por sí mismas, una cosa trajo a la otra, y tenemos a una mapuche, una mujer, para criticar también a la misma población mapuche, que ha sido machista y que siempre se ha identificado como un hombre, y lo hacemos para contrarrestar un poco ese discurso patriarcal que yo también he presenciado.

La puesta destaca no solo por las actuaciones y el texto, sino también por la visualidad, el concepto teatral de su diseño. ¿Cómo se fue concibiendo, y cómo ha sido la reacción del público no solo chileno, sino del alemán, por ejemplo ante esta pieza?

A mí me interesa el teatro total, no solo el texto sino también la posibilidad de que la visualidad sea un elemento crítico que llegue al espectador. Pienso mucho en el espectador, en cómo puede ser capaz de encontrar más potencialidades críticas desde la puesta en escena, mediante la información que reciba a través de los significantes sonoros y visuales del espectáculo, en conjunción con las acciones de los actores. A partir de esa base nos preguntamos qué visualidad debería ser la de esta puesta en escena. Como estamos hablando de las clases oligarcas, trabajamos el lujo, el exceso como concepto. De ahí viene que esté tan recargada, y eso tiene que ver con mi admiración profunda, y la de Jorge Zambrano, quien hizo la dirección de arte, por el barroco, y de ahí la investigación sobre la deformidad, la monstruosidad, aunque todo eso llegó no tanto por investigación sino por instinto.

En Chile nos han dicho que es una puesta neobarroca, y la verdad es que nació, y eso viene de ese ver o ir a las casas de las clases altas y preguntarse: para qué tanto adorno, para qué tanto derroche. Y sí, todo eso es neobarroco, y la puesta quiso trabajar sobre una metáfora viva del lujo, que contrasta con la develación de los mecanismos que componen al teatro, y eso es lo que pasa al final de la obra. Había que construir entonces un mundo que pudiéramos derrumbar, esa construcción cultural, artificial. En otras obras, como Los justos, hemos trabajado algo más minimal, porque el contexto de la obra nos permitía hablar de otra cosa: una mesa, con unas pocas cosas. El maquillaje es tan importante como el vestuario para remarcar la idea de una sociedad de castas, el maquillaje ayuda a metaforizar eso también, esa idea de una raza mestiza que intenta blanquearse para distanciarse de sus orígenes.

La reacción del público en Alemania fue particular por dos motivos. Elogiaron mucho las actuaciones y el texto, pero querían saber mucho qué pasaba con el pueblo mapuche en Chile, no sabían mucho qué pasaba en términos políticos, y me di cuenta de eso en los conversatorios. Pero nos preguntaban por qué al final aparecen la muerte y el fuego. Y nosotros explicamos que eso es así, que así es parte de nuestra realidad. Acá en Cuba espero que disfruten la obra y podamos entender nuestros procesos políticos. Siento que Cuba tiene una gran hermandad con Chile, a partir de la figura de Salvador Allende, y ahí hay lazos, una cuestión que nos unen como culturas, profundamente, y quisiera aprender de eso. Me gustaría que esos experimentos que son mi país y el de ustedes pudieran dialogar, a través de nuestro espectáculo. Y para eso vinimos hasta el Festival.