Iniciando una tradición
11/12/2017
No es obra de la casualidad que, en la primera edición del Premio Nacional de Artes Plásticas, el jurado haya decidido, por unanimidad, conferirle a Raúl Martínez la más alta distinción que, a partir de ahora, se instituye en el seno de esta manifestación artística.
Si bien las deliberaciones de cualquier tribunal suelen permanecer en secreto, los integrantes del tribunal me perdonarán que revele, desde mi estricta posición de convidado de piedra, lo que para nosotros resulto, si no sorprendente —dada la admiración que sentimos por Raúl y su obra— si muy revelador y simbólico. Y es que, al reconocerlo, reconocían también el aporte de la plástica cubana al proceso histórico de nuestra cultura. Porque el artista que se distingue hoy con este premio es mucho más que una figura destacada en el ejercicio de su profesión; es todo un símbolo, la síntesis en que se ven reconocidos el resto de los nominados y muchos otros colegas suyos que han hecho del arte una pasión y un modo cabal de expresar la dignidad, la belleza y la espiritualidad de nuestro pueblo.
Decidir, entonces, fue un acto difícil, si tomamos en cuenta el esplendor alcanzado por esta manifestación en artística en Cuba durante los últimos 36 años, la vigencia y el vigor de sus antecedentes fundacionales y de sus maestros contemporáneos; pero fue, al mismo tiempo, una determinación rápida, justa, inobjetable. Porque nadie en nuestro país puede negar que en Raúl Martínez, tan reacio a los elogios como a las formalidades de las ceremonias prefabricadas, se dan las mejores cualidades del ser humano dedicado al arte: su sencillez, su permanente indagación creadora, su cubanía, su vocación universal, su audacia y valentía en el tratamiento de cualquier tema o asunto, su honestidad y, siempre como quien habla con el corazón, su inclaudicable lealtad a la Patria, a la Revolución y a Fidel.
Por eso Raúl, en quien también se da la virtud del que predica más con los actos que con las palabras, es una figura emblemática. Un paradigma a los ojos de sus contemporáneos y principalmente de los jóvenes creadores, que lo asumieron como maestro y modelo de honestidad intelectual. Todos, entonces, nos identificamos con la decisión que adoptaron los 15 artistas, críticos y profesores que integraron el jurado. Un jurado en el que están representados esos mismos jóvenes discípulos de Raúl y aquellos a quienes el propio artista reconoce también como sus otros hermanos de fila y magisterio.
El Premio Nacional de Artes Plásticas se instituye, tal y como se infiere de la lectura de sus bases, para reconocer la obra de un creador en activo. No es un premio para artepuristas, ni para quienes no posean el aval determinante de una obra útil e imperecedera. No aspira tampoco a identificarse con otros compromisos, sean de carácter general o extrartísticos, y no pensamos que sea menester aún entregar espectaculares premios de la popularidad para tranquilizar nuestras conciencias o para democratizarlo aún más. Es un premio que, en su modestia, quisiera correr los riesgos del rigor encarnando la voluntad del pueblo.
Raúl Martínez, nuestro homenajeado de hoy, nació en Ciego de Ávila, cuando la Revista de Avance y las primeras vanguardias artísticas estaban en pleno apogeo en la Habana. Prefiero imaginarlo entonces, como un niño irremediablemente seducido por la curiosidad y la duda, como si quisiera guardar el mundo en su memoria. Después fue que de tanto aprender a ver, adoptó ese aire de chino sonámbulo con que ahora lo conocemos. Ahora para corroborar que no duerme, escribe sus memorias, que, según todos los pronósticos desvelarán a algunos y alegrarán con su desenfado a muchos más.
Raúl ha sido y es pintor, diseñador, fotógrafo, maestro, promotor y, por si fuera poco, un excelente y anónimo escritor. Su obra y su vida han estado relacionadas con todos los momentos claves de la cultura cubana después de 1959. Así lo vemos participando del proceso germinal del cine cubano, de la fundación y apogeo de la Casa de las Américas, de la creación y desarrollo del Instituto Cubano del Libro, del fomento y extensión de la fotografía de connotación artística, de la inolvidable era del cartel cubano y de los grandes proyectos de nuestro teatro, entre otros acontecimientos. No es fortuito tampoco que su primera exposición personal, en 1948, ocurriera precisamente, en el vestíbulo de un teatro habanero, y su más reciente a las puertas de la sala Charles Chaplin, durante el pasado Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
El arte de Raúl, que se nutre de la vida y del propio arte, como ocurre en todos los grandes creadores, no conoce fronteras ni puede encasillarse en géneros. Dentro de esa rutilante parábola de vitalidad y entrega, están muestras de tanta significación cultural como las compartidas con el escultor Agustín Cárdenas, Raúl Corrales, y Antonia Eiriz; sus memorables exposiciones La Gran Familia, Homenajes y Nosotros, exhibidas en museos y galerías de Cuba y otros países. Son de destacar, asimismo, las muestras de la obra de Raúl que han sido organizadas en el Centro Wifredo Lam y este Museo Nacional, así como el lugar relevante que ocupan sus piezas en las salas y en los inmensos fondos de esta institución, llamada a ser madre de otros muchos museos.
Por eso, no está de más decir que en el proyecto de dotar a nuestro país de un Museo de Arte Contemporáneo, o lo que es lo mismo, de un espacio que permita recopilar, organizar, promover y propiciar la investigación y el estudio de la obra plástica surgida en Cuba sobre todo después de 1959, Raúl Martínez ocupará un sitio tutelar. No podría ocurrir de otro modo con la obra de un artista que está y estará raigalmente unido al devenir de nuestra visualidad en la segunda mitad de este siglo. Un artista para quien la figura y el pensamiento de Martí no son motivo de encargo, sino presencia constante y espontánea. Por lo pronto, les aseguramos que en vísperas de la próxima edición del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1995, se realizará aquí una gran exposición retrospectiva de Raúl, iniciando una tradición dentro de los múltiples reconocimientos a los creadores que hayan merecido este homenaje.
Hace pocos meses, en sus palabras de agradecimiento y respuesta al sentido y detallado elogio que hiciera de él Abelardo Estorino durante su investidura como Doctor Honoris Causa en Ciencias del Arte, en el ISA, el hoy Premio Nacional de Artes Plásticas, dijo estas frases que hoy entresaco de su breve discurso:
… Nunca pensé ser doctor en nada, ni siquiera curar un catarro… El acto de creación es religioso y lúcido; las pasiones se viven, después se expresan. Hay que conocerse, saber lo más posible sobre nosotros mismos, dominar los demonios… Creo que todavía es tiempo de aprender, así que como ayer, sean ustedes indulgentes conmigo…
Tal es la madera de que está hecho este hombre esencialmente bueno, este artista querido por todos, cuya vida no ha sido siempre placentera, pero ha sido indiscutiblemente hermosa y digna, que inició su carrera en momentos en que predominaban en el país las tendencias que los críticos e historiadores del arte se empeñan en denominar no figurativas, y que desde entonces, y para siempre, ha permanecido vinculado al movimiento progresivo del arte. Este Martínez que fue miembro del grupo Los Once, y como tal, el acento de sus obras se concentró en la búsqueda, en el lenguaje y en la forma, en un periplo, conducente a la elaboración de un manejo plástico, sin dejar de expresar por ello cierta angustia a su manera de decir, lo que quizás constituya uno de los primeros antecedentes del énfasis en lo social y lo cotidiano de su obra futura.
El tránsito hacia la figuración lo condujo por senderos de arduas y tenaces experimentaciones. El repertorio internacional le ofreció múltiples códigos y tendencias hasta que encontró la verdadera satisfacción estética, en un proceso de autocrítica superación creadora, como lo demuestra su prolífera trayectoria artística de incuestionable influencia en la plástica cubana de las últimas décadas.
Sobre Raúl Martínez concluyo evocando lo planteado por Graziella Pogolotti, quien ha presidido, por derecho propio, el jurado de este primer Premio Nacional de Artes Plásticas cuando señaló:
“Lección de talento y de oficio la suya, pero sobre todo, lección de lucidez y de espíritu crítico. Porque cuando se carece de ellos, el talento se convierte en chispazo y el oficio se reduce a mera ejercitación académica”.
Nos veremos aquí, Raúl, a principios del próximo año, en tu más abarcadora, lúcida y lucida exposición retrospectiva.
No exagero si expresando el sentir de tantos amigos que te quieren y viven agradecidos por la fidelidad y honradez de tu obra, te concedemos el privilegio de lo eterno y te nombramos dueño y señor del tiempo, como hubiera querido Eliseo Diego. Sería justo, y todavía sería poco.
Muchas gracias.