Hay silencios difíciles de explicar

Ángel Martínez Niubó
22/5/2018

Yo estaba a más de 300 kilómetros de distancia, pero en el ambiente había algo extraño y pesaroso. “Se cayó un avión”.  Esas cuatro palabras se adueñaron de mi pueblo.  Íbamos en busca de noticias, de sobrevivientes… Queríamos que nos dijeran que no sucedió nada, que había sido un error. Pero no. Las noticias eran cada vez peores e incluso la posibilidad de sobrevivientes eran pocas. 

Los rostros de los locutores de la Televisión Cubana eran sombríos. Aún buscábamos noticias de los sobrevivientes. Queríamos saber, una última esperanza nos acompañaba. Pero no, las imágenes eran elocuentes. Había que esperar lo peor y así fue: 111 muertos y tres sobrevivientes. Poco después murió Gretel… 

 Gretell Landrove, Una de las sobrevivientes al accidente aéreo del pasado viernes, recientemente fallecida.
Foto: Internet

 

Hay silencios difíciles de explicar, sobre todo ese: el que proviene de la desesperación, de la muerte, de la tristeza colectiva. Vimos en Cuba la bandera a media asta. Creo que hasta el viento se negó a mecerla. El duelo fue decretado, pero ya estaba en el aire, en las miradas, en el propio caminar de los cubanos.  

No recuerdo que murieran tantos cubanos a la vez. Ni sismos, ni huracanes… La muerte no es común en este sitio donde el amor va y viene en la sonrisa de la gente. Nos preguntábamos unos a otros. Quizás nos preguntábamos lo que ya sabíamos, pero así es la negación, el duelo: Busca siempre que alguien te diga que es un sueño, que es mentira, que los males no fueron tan enormes.

Murieron muchos. Cuba, acostumbrada a dar y salvar vida por el mundo, perdía a más de cien cubanos en sólo minutos. Entonces nos hicimos más solidarios, mucho más… Y la policía, y los médicos, y las enfermeras, y los bomberos, y el gobierno, y todo un pueblo ofrecieron otra vez  —una vez más— muestras de grandeza. Fuerza Cuba, se podía leer en las redes sociales. Y aunque la tristeza se hacía sentir en cada esquina, la solidaridad y el amor iban de la mano.

Muchos textos recordé por estos días. Unos se refugiaron en poemas: “hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé”. Otros en oraciones, en velas… Yo —al ver esa solidaridad tan extendida— no tuve más que recordar aquellas palabras:

(…) Nadie es una isla completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

Esa certeza hace enorme a los cubanos. Las campanas doblaron en este país rodeado de amor por todas partes.