Halloween a lo cubano o cierto más allá sin más acá
31/10/2017
Alguna vez he dicho que la Autopista Nacional, la única de largo aliento que tenemos en Cuba, empieza en Taguasco y termina en La Habana. No confundo las jerarquías: si el tamaño de los pueblos se midiese por el grado de relación emotiva entre sus habitantes, un taguasquense medio suele conocer a muchas más personas en Taguasco, que un habanero en La Habana.
Y digo Conocer —así con mayúscula. Saber de cualquier paisano su nombre y apellidos, y el de los padres, y el de los primos; y donde estudió, y cómo se llamaba la primera novia que tuvo.
En las grandes ciudades, las vidas suelen ir por dimensiones paralelas: cada personas viaja en su ruta como por un laberinto de cristal, donde se puede ver al vecino, pero acaso distorsionado; ajeno de la intimidad. Hay algo en las grandes ciudades que difumina al individuo; lo empaña y lo hermetiza; lo torna extraño para el semejante. En La Habana, por ejemplo, pareciese que hay un solo chofer de guaguas: ese alguien que en realidad percibimos como un algo, como una cosa. La mayoría de las veces el guagüero es una suerte de sustancia secundaria, según la lógica aristotélica, una abstracción; cuántas veces no lo habremos visto como una contestadora automática que en cada parada repite: “No se amontonen delante; un paso atrás, por favor.
En cambio, palabras como “usuario”, “transeúnte”, “pasajero”, y demás bloques lingüísticos que cosifican al prójimo o lo reducen a un cometido, son impensables en los pueblos pequeños. En Taguasco no solo hay como 20 o 30 guagüeros, sino que quien está comprando en la tienda es Javier, la que viene por la acera es Tamara, y quien montó en la guagua es Analía.
Exagero, naturalmente… pero no tanto. Las grandes ciudades, tienen la virtud de ser cosmopolitas: puertas abiertas al mundo, mirada hacia delante, carrera en busca de la modernidad, expansión y síntesis del pensamiento; matriz donde lo extraño se junta con lo propio, para incorporar genes frescos a la cultura. En las ciudades grandes, lo ajeno concurrente se tamiza y amulata, hasta que un día llega a formar parte de la idiosincrasia.
Los pueblos pequeños, entretanto, son sustancia del mito, guardianes y carácter de la tradición; suerte de “anticuerpos” para prevenir invasiones culturales incompatibles. Ni Buenos Aires, ni Ciudad México, ni La Habana, podrían encarnar el espíritu de todo un continente. Sin embargo, esto puede hacerlo Macondo. “Si quieres ser universal, pinta tu aldea”, recomendaba Tolstoi. Quiero decir, para ser cosmopolita y mirar afuera, primero hay que ser universal y vernos por dentro. La cultura que somos es sobre todo el mito que somos: un “más allá” erigido sobre cierto “más acá” de costumbres y tradiciones consustanciales.
En fin, llegado a aquí me permito preguntar: ¿Qué argumentos de nuestros mitos, tradiciones y costumbres explicarían que de pronto un “más allá” de trasgos, banshees y zombis se sustituyan nuestro imaginario de güijes, santos y orishas? El Halloween, fiesta esencialmente norteamericana, es resultado del sincretismo de tradiciones cristianas y celtas: de una parte el Día de Todos los Santos, y, de otra, el Samhain, —en gaélico “fin del verano”— festividad con la que los celtas celebraban el fin de la temporada de cosecha y el comienzo de la estación oscura. ¡Caramba!: ¿Es que acaso empezaremos a celebrar el arribo al equinoccio de otoño, en un país donde ni siquiera hay otoños, sino períodos de seca y lluvia?
En Cuba solemos celebrar el Día de los Fieles Difuntos cada 2 de noviembre; ese día se limpian bóvedas y nichos fúnebres, y se colocan flores frescas a los familiares muertos —algunos prenden velas u ofrendan vasos espirituales—; pero qué particular percepción del mundo, o criolla cosmovisión, justificaría sincretizar esa tradición con el Samhain celta.
¿Acaso necesitamos protegernos de los demonios propios de la “estación oscura”, aquí, en los trópicos, donde la duración del día y la noche no establecen diferencias significativas ni en julio ni en enero? ¿Por casualidad para agradecer a los dioses por el éxito obtenido en la cosecha, justo cuando en Taguasco —en el arquetipo que representa Taguasco— los campesinos empiezan a sembrar los frijoles, y aún falta un mes y para que arranque la zafra azucarera?
Y qué dulces comeremos ese día ¿Acaso natillas criollas?, ¿arroz con leche o torrejas?, ¿o manzanas acarameladas en un país donde jamás ha florecido un manzano?
Septiembre, mes de las calabazas, se dice lo mismo en La Habana que en Taguasco cuando un siete aparece en la mesa del dominó. ¿Acaso ahora habríamos de decirlo cuando se coloque un ocho? Calabazas que, por cierto, tendríamos que importar o fabricar de plástico, porque las que suelen usarse como emblemas del Halloween, esas grandes, redondeadas, color naranja, cuyo nombre científico es Cucurbita máxima, no suelen cultivarse en Cuba, sino en países de clima templado.
Desde luego —y valga subrayarlo— esta tradición celta-católica sobre todo ha sido “sincretizada” a imagen y semejanza de Hollywood. En esencia significa un “más acá diseñado para divorciar a los pueblos de sus culturas y tradiciones, de modo que sus pautas de conducta y escalas de valores terminen coincidiendo con los intereses del mercado. En su “más allá”, tan solo reina la “santa” rentabilidad de unas “sacrosantas” trasnacionales.
En fin, el tema es complejo y polémico, por tanto sospecho que rebasa la prudencia de un artículo. Creo, eso sí, que este tal Halloween made in Hollywood solo está desembarcando en ciertos espacios vacíos que paulatinamente nosotros mismos hemos creado. Creo también que se alimenta con determinadas necesidades dialógicas sociales que no están siendo cubiertas: un dialogismo que, por cierto, hasta ahora ha permitido que quien camine por las calles de Taguasco, o entre a comprar en sus tiendas, todavía no sea llamado por el utilitario y genérico nombre de transeúnte o consumidor.
Bien por este artículo. Un poco largo, considero, y demasiado retórico en su comienzo sin caer de pronto, en eñ asunto a tratar. Pero no quita su valor. Es estilo. Me parece bien que se escriba sobre este tema. Y que se dispare la alarma. La alarma que ayude a que los involucrados en el asunto tomen las riendas, asuman posiciones. Y salga victoriosa la Cultura cubana. Ahora bien, si nuestra Cultura es un ajiaco, como bien dijo nuestro Ferndo Ortiz, tomar de otras culturas no sería algo ajeno. Creo que se debería mirar lo dañino de «eso» que se toma, y tratar de persuadir a quienes lo toman, si de verdad hace daño. Porque no todo lo que viene de cualquier parte del globo terraqueo es dañino. Como dañino no debería ser hacer fiestas disfrazados de zombis, fantasmas, vampiros, y cuánto personaje de esos sean. Ocurre igual con otras cosas, pruductos, músicas, literaturas, películas, etc. Supongo yo que lo mejor sería contrarestar los ataques que se generen desde esas culturas, o desde lo dañino de esas culturas. Hay que apuntarse en el carro del tiempo. Estar en el presente es lo mejor. No olvidar la Historia, la Tradición, seguir trazando políticas culturales que tengan como prioridad la tradición, el pueblo. Hacer que se cumpla esa política para que no quedar en la simple retórica. Supongo que, si no dejamos de ser cubanos por vestirnos de zombis una vez al niño, tampoco lo seremos por escuchar boleros, o nueva trova, o leerse toda la obra de Félix Varela, Martí, y tantos de los nuestros. En lo personal, no veo mal en realizar estas fiestas como entretenimiento. Cada cual es responsable de su cubanidad. Inevitablemente, los nacidos en Cuba, somos tan contemporáneos como cubanos, estemos donde estemos.
Pues si, querido autor. En Alpizar, el Gallego tiene una finca de manzanas, algo que suena bien loco, hasta que las tienes delante. Han florecido manzanas en Cuba.
Pienso, que mientras algún festival se viva, de manera esencialmente humana, creativa e interactiva y, que NO se caiga en el consumismo y el protagonismo, puede ser experimentada e incluso modificada con la cultura cubana, con base en el humanismo e incluso, poder ser modificada y adecuada a ese tipo de cultura que promueva la convivencia. Saludos afectuosos a mi compañeros cubanos, que, a pesar del bloque injusto y las agresiones propagandísticas, siguen vivos y un ejemplo a seguir, mismo que debe de ser el objetivo mundial.
Pero es que ni siquiera las costumbres cubanas se permitieron en su momento y dejaron de pasarse de generacion a generacion. La Noche Buena, el Fin de Año ( no el aniversario de la revolucion ,Que se pudieron festejar juntos), las romerias, las procesiones, los carnavales tal y como eran originalmente, las ferias y la divulgacion de nuestra mejor musica ( sino hubiese sido por Veracruz, Mejico, que se ha ocupado de mantenerlo y divulgarlo el danzon seria una reliquia). Si a la juventud no se les da opciones ellos la buscan y si hay tanta conexión con el vecino de 90 millas no es absurdo que de alli vendran muchas otras cosas.
Compadre ….si hasta los chinos que son estricto con sus tradiciones lo celebran……si bien EE.UU. y Canadá son los pueblos que mas lo han masificado …….también España, Francia , Inglaterra , Irlanda , Bélgica , México, etc….. hacen fiestas de HALLOWEEN pero cada País lo ha adaptado a su cultura y lo hace a su manera ……………….halloween es un día del año , que el mercado aprovecha como hace con todo…….En »Cuba se celebran muchas fiestas que ninguna nació aquí por lo que es contradictorio que uno de las justificaciones para evitar su celebración en Cuba sea su País de origen …….el día de las madres , el día de los padres , el día de los enamorados , el día de los trabajadores (si bien la Internacionalista socialista impulso ese día en honor a la reinvidicación de 8 horas de trabajo ….fue en Francia que su parlamento aprobó el 1 de mayo como día no laborable y de fiesta para los trabajadores , hasta el Papa Pio XII declaro en 1954 …el primero de Mayo día de festividad de San José Obrero)…….entonces ?
Si llego y a la juventud le gusto ……..que se lo acojan , es al estado y sus instituciones culturales , educativas …las que les corresponde darle un “aplatamineto” cultural y en eso los cubanos somos campeones …….es como el stusammi reguetonero ……lo que hay que luchar porque se escuche y se difunda lo mejor del genero , que hay muy “buenas” canciones en el mismo y orientar , informar , educar , eliminar , sobre su parte chabacana ,sexista y negativa .
Cierto que hay cierta banalidad en la celebración de la fiesta de brujas pero no es para alarmarse tanto, al final Cuba va mejor en la gran corriente de la cultura occidental donde Halloween puede coexistir con la idiosincrasia cubana de güijes, santos y orishas que en la órbita de culturas aún mucho más ajenas, como la sovietización forzada de varias décadas en el pasado Siglo XX.
Sería interesante saber que opinión tiene Antonio Rodríguez Salvador sobre aquellos años donde nos transmitían por TV, y sin la alternativa de elegir otro canal, eventos tan ajenos a la cultura cubana y occidental como el Quincuagésimo Primer Festival de la Canción Política en la República Soviética de Azerbaiyán, una tortura colectiva para grandes y chicos.
El tema pasa por algunas aristas: Comercializar todo lo que se pueda, es decir, incorporar algo solo como bien de consumo y eso es lo que intoxica, pero si de cada evento que se realiza en otros países le damos nuestro contexto, bien.
Cuanto se gasta en disfraces que los medios de comunicación, publicidad mediante, presionan brutalmente a las familias para adquirir sus productos afines. La creatividad alternativa a los poderes del consumo creo una buena forma de interactuar e intervenir con modas foráneas.