Intervención de la Dra. Graziella Pogolotti durante la sesión inaugural del Tercer Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). La Dra. Pogolotti es Premio Nacional de Literatura y Enseñanza Artística, y ostenta la distinción Maestra de Juventudes otorgada por la AHS.

“Habrá que acompañar a esa vanguardia joven que ustedes representan”

Graziella Pogolotti
18/10/2018

Vuelvo a estar con ustedes al cabo de cinco años, porque compartimos algunas jornadas en el Congreso anterior. Ustedes han transitado por una larga etapa de trabajo preparatorio de este Congreso para establecer las bases de un balance y de una perspectiva crítica en relación con el tiempo transcurrido.

Graziella Pogolotti, Premio Nacional de Literatura y Enseñanza Artística, y Maestra de Juventudes de la AHS. Foto: Internet

Después de ese proceso, el Congreso indica una causa, señala un momento de reflexión y de apertura de perspectivas hacia el trabajo futuro, el trabajo que habrá de acompañar a esa vanguardia joven que ustedes representan.

Ya que empleo el término vanguardia, me gustaría evocar las circunstancias en las cuales este concepto tomó cuerpo entre nosotros. La noción de la vanguardia irrumpió en la década del 20 del pasado siglo y fue asumida como bandera por la generación que emergía entonces. Dicha generación fue la primera formada en la República neocolonial y a diferencia de la precedente —marcada por la desilusión derivada de la frustración de la lucha independentista con la intervención norteamericana y la Enmienda Platt—, emergió por la voluntad de transformar el mundo y de formar parte pasiva de un cauce mayor por el cual pasaban las nuevas representaciones sociales de la nación cubana. En esa década del 20, efectivamente, estaba cristalizando la FEU, la organización de los estudiantes, los trabajadores y las mujeres; se estaba estableciendo entre unos y otros una plataforma de emancipación volcada hacia un proyecto emancipatorio.

En ese contexto específico se inscriben los intelectuales que entonces aparecen y asumen el término vanguardia como definición de un movimiento de avanzada que venía a renovar, simultáneamente, los códigos artísticos y la perspectiva de la cultura cubana. La creación artística se inscribía en el marco más general de la cultura y por lo tanto se vinculaba con los problemas de la sociedad.

Esa generación se definió en torno a lo que se denominó el Grupo Minorista y produjo el primer manifiesto que intentaba definir el papel de la cultura en su vínculo con la nación cubana. Esa generación no solamente se dedicó a procesar la información de las corrientes renovadoras del arte que se estaba produciendo en otros ámbitos, sino que también fijó su mirada hacia dentro, hacia la sociedad cubana y enfrentó, en ese examen de la sociedad cubana, las nociones derivadas de un pasado colonial, sobre todo la que contraponía la visión de civilización frente a la visión de barbarie, la que establecía un muro de separación entre una cultura venida de Europa, una cultura blanca y aquella otra de origen africano, hasta entonces subestimada y marginada.

El Grupo Minorista produjo el primer manifiesto que intentaba definir el papel de la cultura en su vínculo con la nación cubana. Foto: Internet

Para lograr esa inmersión en la realidad, esa generación contó con el aval de ideas y de investigaciones resultantes de los trabajos que en el campo de la historia estaba realizando Emilio Roig y en el campo de la antropología estaba llevando a cabo Fernando Ortiz. De esta manera se planteó un proceso de mutua realimentación entre la cultura de origen popular y aquella otra que se había ido fomentando a través de las minorías ilustradas.

Creo que nada ilustra mejor ese proceso eminentemente transformador y emancipador que la obra de Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán. Un trabajo musical que intentaba introducir en la música sinfónica, en la música llamada de concierto, el legado de la tradición popular, la extraordinaria riqueza de la percusión cubana.

Esa generación de intelectuales se esforzó por conquistar una visibilidad pública en la prensa, a través del ejercicio del periodismo, la organización de exposiciones de arte nuevo y de sociedades dedicadas a la música. En el terreno de la vida política, estableció un diálogo fecundo con la América Latina, un diálogo abierto a las corrientes renovadoras del pensamiento que se producía en otros países del continente, y trajo al espacio cubano la presencia de una figura fundamental del marxismo latinoamericano como lo fue Mariátegui.

¿Qué pasó, sin embargo, con esa generación? Su acción renovadora no se prolongó más allá de una década. Al terminarse los años 20 del pasado siglo, esta generación se fragmentó, se dispersó en gran medida porque algunas de las posiciones políticas se polarizaron y porque las circunstancias de la época, el silencio de la sociedad, acalló mucha de las voces prometedoras que entonces aparecieron.

A esa ebullición de una emergencia renovadora sucedió nuevamente un descenso en la cresta, la entrada en otra etapa de desilusión, soledad y encierro porque, efectivamente, muchos de aquellos que se lanzaron al combate en los años 20 sucumbieron al cabo por la necesidad de ganar el sustento mediante cualquier vía.

De aquella experiencia, sin embargo, quedó un legado. Pienso que el legado fundamental puede reconocerse en este diálogo creativo entre lo culto y lo popular; un diálogo que acercó el oído a los sonidos de la tierra y trajo, en el plano de la creación artística, la cristalización de una tendencia que sintetizaba aquellos valores históricamente contrapuestos.

En ese contexto nacieron los análisis, las investigaciones folclóricas que habrían de desembocar después del triunfo de la Revolución, en la conquista de la plena visibilidad, a través de la creación de instituciones o el Conjunto Folclórico Nacional. Parte de ese legado se expresó también en la convicción profunda de que en un país situado en la zona periférica del capitalismo se requería un auspicio institucional para desarrollar la cultura e insertar en la sociedad una creación artística renovada.

Ocurre entonces que la fundación de instituciones después del triunfo de la Revolución cubana responde a la voluntad expresa de los creadores, de los escritores y los artistas a lo largo de toda la República neocolonial. De algún modo, los gobiernos de la época trataron de responder a esa demanda, pero lo que pudieron hacer fueron apenas paliativos que no lograron dar vida a ese vínculo creativo entre los artistas y la sociedad. De ese legado, de esa memoria histórica, surgen las bases que sustentan los principios de una auténtica política cultural.

Al triunfar la Revolución, en los dos años que transcurrieron hasta que Fidel pronuncia en 1961 las Palabras a los intelectuales, hubo una práctica concreta mediante la cual se fueron implementando medidas relacionadas con lo que después habría de considerarse una política cultural. Esas medidas comenzaron por la creación de instituciones. El año próximo, cuando se cumplan los 60 de la Revolución, habrán de cumplirse también los 60 de las dos primeras instituciones creadas por la Revolución: el ICAIC y la Casa de las Américas.

La fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) encauzaba las demandas de los cineastas en ciernes. Foto: Internet

La creación del ICAIC encauzaba las demandas de los cineastas en ciernes, que no podían realizar sus sueños de creación al carecer de una infraestructura adecuada de producción. Ahí estaban, se habían ido formando en los Cine Club, habían ido a Europa, estaban dotados de los rudimentos de un instrumental; pero no tenían las vías ni los medios para realizar una obra.

La institución habría, pues, de proveer esa infraestructura y garantizar la circulación y el reconocimiento público de la obra realizada. Eso ocurrió en el campo del cine con el ICAIC, como habría de suceder algo más tarde con la fundación de la Imprenta Nacional en relación con los escritores; pero en uno y otro caso lo que vale la pena subrayar es que el auspicio institucional influía simultáneamente en dos direcciones: por una parte, la del auspicio material a la creación y por otra, la circulación de la obra de arte, su puesta en contacto con los sectores más amplios de la sociedad al punto de que pudiera convertirse en un factor de animación de la vida espiritual de la nación, de anclaje y reconocimiento de los valores identitarios que existen en ella.

Ese proyecto institucional programático se colocaba entonces en un proceso de confrontación ideológica, en términos que en aquel entonces no se definían exactamente como ahora. En aquel momento —me refiero a los años 60 del pasado siglo— los luchadores revolucionarios procedían de distintos sectores y zonas de formación. El proyecto soñado de Revolución era el mismo: un proyecto de justicia social, de independencia plena, un proyecto antimperialista, latinoamericanista y emancipador. Sin embargo, los modos de realizarlo diferían. Algunos pensaban que el mejor camino se derivaba del trasplante de modelo que había tomado cuerpo en los países socialistas europeos; para otros el camino estaba en la reafirmación de un socialismo cubano que se había ido forjando como programa a través de años de lucha y de un combate guerrillero triunfante y autónomo.

Esas corrientes que estaban presentes en el plano del pensamiento, en el plano ideológico, también se manifestaban en el terreno de la cultura. Por ese motivo, algunos de los conflictos que existían en el momento de Palabras a los intelectuales tenían que ver con esa confrontación, y realmente una de las preocupaciones de los artistas en aquellos inicios de la década del 60 era la implantación en Cuba de la voz masiva del llamado Realismo Socialista. Esa inquietud encuentra respuesta adecuada con la fórmula dentro de la Revolución todas las corrientes, todas las formas de expresión artística; contra la Revolución, solamente aquellas que respondan a un programa político definido, teniendo en cuenta que ante todo la Revolución tiene que defenderse.

Quiero decir, con esta introducción, que la formulación inicial de la política cultural de la Revolución cubana responde de manera orgánica a un proceso que se había ido produciendo dentro de la propia cultura nacional, y a proyectos que se habían ido definiendo por el camino, aspiraciones y expectativas formuladas por los propios creadores.

Esa orientación de la política cultural se reafirma en 1968 cuando, al conmemorarse el centenario de La Demajagua, Fidel reconoce el proceso de la Revolución como uno solo, aquel que surgió en la lucha anticolonial y que sigue enfrentando las distintas formas de neocolonialismo contemporáneo.

Dentro de la Revolución coexisten y conviven distintas maneras de concebir la forma de llevar a acabo el proyecto. No cabe dudas de que a lo largo de estos años, la práctica de la política cultural ha tenido en ocasiones sus inconsecuencias. A veces se ha desviado del camino, se han cometido errores, pero luego se ha vuelto a tomar la senda fundamental y se han ido atemperando las prácticas a las circunstancias de cada contexto específico.

Vivimos hoy una realidad nacional e internacional extraordinariamente compleja y, si yo invitaba al principio a los congresistas y a la Asociación a detenerse en una reflexión necesaria proyectada hacia el futuro, creo que ello se debe a que me parece indispensable que los jóvenes artistas, los jóvenes creadores, los jóvenes animadores de la cultura, dediquen un esfuerzo fundamental a la investigación, al estudio, al análisis, al procesamiento de los datos que nos permiten reconocer los elementos que componen la realidad en la cual estamos viviendo.

En el plano internacional, en una suerte de movimiento pendular, los años 60 del pasado siglo estuvieron matizados por el triunfo de las ideas de izquierda de los procesos descolonizadores en todos los continentes. En los últimos años se ha ido produciendo un proceso progresivo de derechización de la ideas, del pensamiento como resultante de la acción coordinada del gran capital financiero, de su poder hegemónico, del pensamiento neoliberal que se traduce en la fragmentación de la memoria histórica, en un presentismo autoritario, y se expresa en una renuncia a la voluntad transformadora de la sociedad.

Esa doctrina neoliberal se vale no solamente de los medios y del poder compulsivo de aquellas expresiones que dominan el espacio público, sino también de la manipulación de la conciencia, a través del empleo de sofisticadas técnicas del marketing que actualmente han pasado al terreno de la política. Así, en unos pocos años se nos ha ido configurando en América Latina un panorama de derechización acelerada que hoy está presente ante las inminentes elecciones brasileñas.

En pocos años se ha configurado en América Latina un panorama de derechización acelerada. Foto: Internet

Lo que ocurre en Brasil toca a la América Latina y nos toca a nosotros porque Brasil, con su inmenso potencial económico y su poderosa tradición cultural, tiene un poder de gravitación enorme sobre todo el continente.

Así pues, tenemos que investigar la realidad del mundo que nos rodea. Tenemos que permanecer atentos a sus aportaciones, y sobre todo, volver la mirada hacia adentro a través de distintas vías. Creo que en primer lugar hace falta producir una relectura de nuestro proceso histórico que no solamente abarque los fundamentos de la nación cubana, sino que también influya la historia de un proceso revolucionario que está cumpliendo 60 años. Un proceso revolucionario en el cual se han formado y han crecido varias generaciones de cubanos. Un proceso revolucionario que ha tenido que atravesar tiempos difíciles en la lucha por la propia supervivencia, que ha tenido que franquear escollos, pero que a la vez ha realizado una salida fundacional cuyos valores es preciso rescatar y defender.

Sin embargo, no basta solo rescatar la historia o enfrentar mediante ese rescate las operaciones de desmemoria que nos asaltan a cada rato, sino que se precisa también mirar hacia dentro, hacia el comportamiento y la composición actual de la sociedad cubana, que está sometida a los efectos del proceso de transformación y de cambio que se da en el terreno de la economía. Las realidades económicas no están ajenas a la vida de cada uno de nosotros, no están ajenas a la formación de mentalidad ni al desarrollo de grupos sociales. Esa es la realidad, es el contexto concreto en el cual nos encontramos y en el cual se han ido abriendo brechas en el acceso a los bienes; un contexto en el cual están violentamente sacudidos algunos de los valores que siempre hemos alentado, y en el cual aparecen sectores marginados y marginales que emergen a la superficie con voz propia.

Así ocurre, por ejemplo, cuando analizamos las letras de algunos reguetones y nos encontramos no solo esa tendencia a la obscenidad que algunos reconocen, sino algo que a mi entender es más grave todavía: la afirmación de valores machistas manifiestos, no solo en las letras de las canciones, sino en la concepción de un espectáculo donde el dominio del macho se sustenta en el poder del que tiene dinero, del que tiene recursos, del que tiene mujeres, del que tiene estatus, del que tiene bienes. Es, por lo tanto, la sombra de lo que pudiéramos denominar los antiparadigmas.

Ante fenómenos de tal naturaleza no podemos limitarnos a condenar esas manifestaciones ni detenernos en las consecuencias de un fenómeno que responde a causas mucho más profundas. Hay que sumergirse en la vida de nuestra sociedad, valerse de las herramientas adecuadas para definir las bases, las fuentes nutricias de esos conflictos y establecer una plataforma para combatirlos.

En los análisis que ustedes han venido llevando a cabo en la preparación de este Congreso, ocasionalmente se ha interrogado acerca de las herramientas que podemos utilizar para explorar y entender la realidad del mundo en que vivimos. Yo creo que las herramientas están ahí. De lo que se trata es de establecer los vasos comunicantes entre la zona de la creación artística —la zona de los procesos tradicionalmente considerados culturales— y aquella otra que también es parte de la cultura y que está formada por los investigadores en el terreno de la historia y las Ciencias Sociales. Ahí es dónde están las herramientas necesarias.

Hay que valerse de los instrumentales de la sociología, la antropología y la historia para, conjugados todos ellos, comprender y descifrar la realidad en la cual nos movemos. Esa tarea de investigación, estudio, análisis y superación permanente ha de ser asumida, creo yo, como uno de los propósitos fundamentales de la Asociación a partir de ese Congreso, porque la Asociación Hermanos Saíz auspicia y promueve la obra de la creación joven.

 “La juventud tiene determinados rasgos compartidos, en virtud del tiempo en el que ha nacido y de las experiencias específicas por las que ha atravesado, pero es un mosaico”. Foto: Periódico Vanguardia

Sin embargo, la obra de los jóvenes creadores, para ser realmente promovida y encontrar un receptor, tiene que circular dentro de la sociedad, y no podemos definir formas y días de circulación de la obra si prescindimos del conocimiento de la realidad tangible de la sociedad en la cual nos estamos moviendo. Una sociedad heterogénea, una sociedad definida por los territorios y por los grupos sociales que se van conformando.

El empleo del instrumental adecuado y el reconocimiento de los componentes de dicha realidad nos sirven para traducir las ideas abstractas en proyectos concretos; el proyecto concreto intencionalmente, diría.

Hay cierta pereza mental que induce a acomodarnos en la formulación de ideas abstractas. Hablábamos de los jóvenes de ahora, pero ¿de qué jóvenes se trata? ¿Es la juventud en razón de su edad un cuerpo homogéneo? Sin duda no lo es. La juventud tiene determinados rasgos compartidos, en virtud del tiempo en el que ha nacido y de las experiencias específicas por las que ha atravesado, pero es un mosaico; un mosaico en el cual aparece el joven campesino, aparece el joven estudiante, aparece el joven con proyectos de vida bien definidos y aquel otro desorientado, perdido, que no sabe hacia donde mirar. La juventud contiene todo eso, y es portadora de conflictos que le son propios; esos conflictos hay que dilucidarlos, reconocerlos, identificarlos, visibilizarlos y someterlos al debate crítico en los ámbitos públicos de los cuales disponemos.

Estamos  viviendo, como decía hace un rato, una etapa compleja en lo nacional y en lo internacional. En momentos como este se hace más necesario detenernos en el camino, emprender una reflexión desprejuiciada y abrirnos al debate de ideas. En el debate y la investigación encontraremos poco a poco la ruta hacia el reconocimiento de la verdad, lo cual es fundamental para una organización que agrupa a los jóvenes creadores, pues no olvidemos nunca que el arte auténtico es una vía específica de acceso al conocimiento. Al conocimiento se accede mediante la ciencia, pero también mediante esa mezcla de pensamiento e intuición, que se va expresando en la creación artística. 

Por lo tanto, los artistas de nuestros días, los artistas jóvenes, tienen que estar dotados de las herramientas indispensables para el ejercicio del pensar; esas herramientas que nos permiten llevar a cabo una lectura creativa de la realidad. Es preciso entrar en la historia reconociendo en ella la genealogía a la cual nos debemos y abriendo los caminos que la hora reclama, en el terreno absolutamente concreto del vivir cotidiano.

Desde hace 32 años, la organización ha ido forjando su propio perfil. En ese entonces era un proyecto que surgía de la llamada Brigada Hermanos Saíz —que era una especie de proceso preparatorio para el ingreso a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, algo parecido a lo que sería la Unión de Jóvenes Comunistas, denominada Plan de Preparación para el Ingreso (PPI). La Brigada se fundía además con el movimiento de la Nueva Trova, que había irrumpido con una fuerza gigantesca y que se extendía rápidamente por todo el país, a partir de su capacidad de  reconocer en la contemporaneidad la vigencia de una cierta genealogía, de una cierta tradición. A esas dos presencias se añadía la de los Animadores de la Cultura, es decir, los Trabajadores de la Cultura que no eran propiamente artistas, sino aquellos encargados de difundir la obra de arte.

De esa fusión un poco forzada, fue tomando cuerpo en el trabajo práctico la Asociación que hoy conocemos, una organización que tiene espacios con perfil propio en cada territorio. La AHS posee un potencial que hay que desarrollar en los próximos años, estimulado por las emergencias fundamentales del momento actual, emergencias que convocan al espíritu crítico, a la investigación, al estudio y a la creación experimental, factores de renovación irrenunciables. Por su extrema porosidad, por su vínculo con los jóvenes creadores, por su extensión a lo largo de todo el país, la Asociación asume una responsabilidad de enorme importancia.

Todo ello tiene que ser un factor decisivo en la conformación del ejercicio de la práctica de la política cultural. La política cultural posee, como decía al principio, una base conceptual que se traduce en una práctica concreta, llevada a cabo a través de numerosas manos, entre ellas instituciones gubernamentales y aquellas otras que convocan y reúnen a los artistas, y que no están hechas para contemplar el espectáculo desde la distancia, sino que existen para participar e intervenir con su propio quehacer en el ejercicio de la política cultural.

Es, por lo tanto, enorme, incalculable, la responsabilidad que ustedes cargan en este Congreso. Un Congreso de celebraciones que al mismo tiempo convoca y preludia la reflexión necesaria, el debate ideológico atemperado a las circunstancias presentes. Se trata de un momento complejo, pero a la vez desafiante, y los desafíos son los que hacen crecer a los jóvenes, no el acomodamiento. Los jóvenes se levantan cuando afrontan los grandes desafíos de la época. 

Mi generación, según pienso yo, cumplió en alguna medida su tarea en el momento que le tocó. Ahora esa generación se levanta con ustedes y entrega esa tarea con ilusión, alegría y confianza en esta nueva vanguardia de jóvenes artistas.Transcripción: Liliam Lee Hernández