Habana Selfies: melancólica celebración de lo irresuelto

Joel del Río
25/11/2019

Con una presentación especial el 22 de noviembre, Habana Selfies, segundo largometraje de ficción de Arturo Santana (Bailando con Margot) puso de manifiesto su vocación de cine popular, concebido para deleitar a la mayor cantidad posible de espectadores. Para que ello ocurra, el filme tendrá una presentación especial (fuera de competencia) dentro del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el 9 de diciembre, a las ocho de la noche, en el cine Yara, y el 20 de diciembre se quedará en salas de estreno para ser disfrutada, como decía antes, por la mayor cantidad posible de espectadores, sobre todo los aficionados al cine romántico, al melodrama de corte citadino, errabundo y sensual.

El filme tendrá una presentación especial (fuera de competencia) dentro del Festival Internacional
del Nuevo Cine Latinoamericano.
Foto: Tomada del sitio web de Habana Selfies
 

Tal vez el único romance concreto, indiscutible, de los que relata Habana Selfies, sea el que sostiene, a ojos vistas, Arturo Santana con La Habana, porque el filme se realizó en el marco celebrativo del 500 aniversario, y aunque el espíritu de las historias, y sobre todo su ambientación, se desmarca de cierto triunfalismo de comparsas, comprensibles festejos y drones por encima del Capitolio, en las seis historias se acentúa la devoción del director, y de su equipo técnico-artístico, por esta “otra” Habana, menos turística pero igual de romántica, una Habana nocturnal y húmeda, que sirve de marco a estas historias de regusto melancólico, a veces con matices de humor, pero siempre en anécdotas que recurren a idilios malogrados o inconclusos.

La recurrencia en calles poco elegantes y barrios nada glamorosos, para nada significa que el filme se atenga a esa línea hipercrítica, pesimista o de choteo con los problemas y dificultades sociales. El enfoque más preciso del realizador y guionista, la perspectiva dominante en términos narrativos, se concentra en la intimidad más o menos anhelante, y los conflictos de seres humanos compulsados a tomar pequeñas decisiones, tal vez trascendentales, al menos para sus vidas privadas. Y aparte de un par de historias, una más orientada a comentar las complejidades del afecto padre-hija y la otra concerniente a la frustración profesional de tres actores que trabajan como lavaplatos, las otras cuatro fábulas cuentan el inicio o la posibilidad, casi siempre frustrada, de un romance.

Según declaró Santana en la primera conferencia de prensa, luego de la presentación especial, él escribió el guion pensando en los actores y actrices, tal vez por ello es que la mayor parte de los intérpretes parecen sentirse tan cómodos en sus personajes. Así ocurre con Lili Santiesteban, Roque Moreno y Armando Miguel, quienes interpretan al chofer y dos pasajeros de un taxi en una noche de lluvia: una muchacha desilusionada, el taxista del almendrón también taciturno y decepcionado, y el tercer pasajero, un barman picaflor que sin más ni más le propone a la muchacha tener sexo tarifado. A lo largo de toda la película se suspenden las respuestas al espectador sobre la solución final de las afinidades electivas entre estos tres personajes y se van insertando las otras historias. Valga aclarar que se requirió el concurso de los especialistas en efectos especiales para trucar las vistas de afuera del taxi, pues los tres personajes están casi todo el tiempo adentro, y el estado de las calles habaneras, y de los ruidos o contingencias, impidieron el rodaje en exteriores.

La historia del triángulo dentro del taxi asienta el tono y la índole de todas las demás historias, y por ello es que el primer cuento parece extemporáneo con sus similitudes improcedentes con la película francesa Amelie, y unos diálogos altisonantes y explicativos que intentaron mejorar a su modo Neysi Alpízar y Max Álvarez, para tratar de transmitirle al espectador los sentimientos de una muchacha ilusa, solitaria, humanista, y su padre desaparecido, súbitamente retornado.

Las historias posteriores están mucho mejor narradas y resaltan por el empeño logrado de proporcionarle al espectador entretenimiento y emoción. Uno de los mejores segmentos está actuado por Mayelín Barquinero, Ray Cruz y Yessica Borroto, en el papel de actores momentáneamente dedicados a fregar utensilios en la cocina de un restaurante privado. La recepcionista (Yia Caamaño se prueba exitosamente en la comedia, a pesar de lo pequeño de su personaje) anuncia la llegada al restaurante de un director de cine, de modo que los tres friegaplatos intentarán aprovechar la oportunidad para dedicarse al oficio que de verdad aman, pero son presa de la duda y el miedo al fracaso, otro de los temas que recorre toda la película, pues cada personaje se debate entre luces y sombras, entre hacer algo o quedarse quieto esperando que las circunstancias lo superen.

A la espera de la visita ilustre, ocurre en la cocina del restaurante un momento bastante gracioso y bien ejecutado, de homenaje al cine musical estilo Las señoritas de Rochefort o Dancer in the Dark (en los escasos momentos festivos, por supuesto). Y si bien en la historia de los actores frustrados el homenaje al cine musical justifica la ocurrencia de situaciones narrativamente injustificadas, como la repentina coreografía y la canción entonada a tres voces en medio de la cocina, en el filme abundan escenas que seguramente parecían seductoras en el guion, y que incluso están filmadas correctamente, e incluso con cierta belleza, pero ponen en peligro la tesitura realista y verosímil que se enuncia con insistencia desde el principio.

Por ejemplo, la historia que protagonizan Leonardo Benítez y Deysi Forcade, como la desafiante pareja que integran un hercúleo travesti y una indefensa turista francoparlante, salvada-seducida por este hombrón vestido de mujer que, de día, trabaja dando voces publicitarias en un agromercado. Aunque la premisa es atractiva, y se insertan con gracia y funcionalidad momentos del cine de acción y aventuras, la historia en general carece de un diseño de personajes que nos permita comprender motivaciones, antecedentes, deseos y aspiraciones de ambos protagonistas. Porque a ratos, en su anhelo por lograr escenas impactantes, el realizador y guionista parece obviar cierto precepto fundamental: para que una película, que no es fantástica sino más bien realista, se contenga dentro de los márgenes de la coherencia conceptual, las situaciones imaginativas o bizarras deben provenir de un entorno narrativo, diegético, que las justifique, les confiera sentido y establezca una concatenación causal con lo que ocurrió antes y ocurrirá después.

Mucho mejor armados, aunque seguramente menos impactantes en términos visuales, resultan los segmentos encargados a Cheryl Zaldívar y el joven Pedro A. Martínez, en los papeles de una profesora de actuación y un alumno que se siente muy atraído por ella; o el momento de homenaje al western encargado a Saúl Rojas y a la siempre eficaz Yeny Soria, en los respectivos papeles de un cowboy tropical, a quien se le poncha una goma del auto, y una muchacha cinéfila, con el look de la típica jinetera. Ella interpela al hombre, pues lo confunde con una estrella de Hollywood, pero el propósito de la muchacha se vuelve ambiguo, porque tal vez necesite algo bien distinto a lo que calcula el cowboy, y todo ello ocurre en una calle estrecha y solitaria, cerca del histórico cine Actualidades, que el filme retoca con efectos especiales para devolverle el esplendor que nunca debió perder.

Santana reconoció también, en la conferencia de prensa aludida, que tenía predeterminados desde el guion a los intérpretes de cada personaje. Tal vez por ello, todos los actores, y sobre todo las actrices (merecen destaque Neysi Alpízar, Mayelín Barquinero, Yessica Borroto, Cheryl Zaldívar y Yeny Soria), parecen sentirse como pez en el agua, y el espectador percibe un conjunto de actuaciones selladas por la frescura y la espontaneidad. También debe reconocerse la contribución no solo con la frescura y la espontaneidad, sino también con el donaire y el carácter de la dirección de fotografía de Alexander González, la banda sonora de Velia Díaz de Villalvila (con sus momentos de jazz melancólico tan bien colocados, o la canción leitmotiv que cantan varios personajes), la edición de Daniel Diez Jr. y la dirección de arte de Celia Ledón.

Algunos nombres de los implicados en el elenco artístico-técnico resultarán familiares para los conocedores del video musical cubano y las nominaciones anuales a los Premios Lucas, y es que no solo Santana, sino también varios de sus principales colaboradores, poseen amplios currículos en el video musical, y tanto la visualidad impactante como la fragmentación típicas de esa modalidad audiovisual se traspasan a Habana Selfies, inspirada también por filmes como Paris, Je t’aime, y similares proyectos dedicados a Nueva York, Río de Janeiro o Berlín, sin olvidar el referente de Night on Earth, de Jim Jarmusch, que también mostraba diferentes viajes en taxi, sus choferes y pasajeros en diversas ciudades del mundo.

Muchísimas peripecias y atracciones portan los 90 minutos de Habana Selfies, porque Arturo Santana nunca pretendió cambiar la historia del cine nacional, solo intentó hacer una película entretenida, que le rindiera personal homenaje a la ciudad, y además recreara ciertos códigos inherentes al cine romántico, el oeste, el musical, de acción y aventuras…, pues también se demuestra, colateralmente, que el cine cubano puede incursionar en cualquier género que se lo proponga. Y todo ello mediante una película producida por Carlos de la Huerta, y el Icaic con un altísimo nivel de eficiencia y rapidez: en enero se inició preproducción, se filmó a partir de abril, y en noviembre ya estamos viendo los resultados. He ahí un ritmo y productividad que demuestran cuán excesivos resultan los procesos que se alargan durante cinco, o siete años, entre la concepción de un filme y su encuentro con el público.